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Populares programas de 4 minutos que comienzan con una anécdota o historia y terminan con una aplicación moral y espiritual. Se han transmitido de lunes a sábado durante más de 40 años. Actualmente se difunden más de 4 mil veces al día en 30 países en la radio, la televisión y la prensa, y ahora via Internet en Conciencia.net.

Un Mensaje a la Conciencia ahp@conciencia.net (Hermano Pablo y Carlos Rey)

    • Religion & Spirituality

Populares programas de 4 minutos que comienzan con una anécdota o historia y terminan con una aplicación moral y espiritual. Se han transmitido de lunes a sábado durante más de 40 años. Actualmente se difunden más de 4 mil veces al día en 30 países en la radio, la televisión y la prensa, y ahora via Internet en Conciencia.net.

    «Reprobado»

    «Reprobado»

    Valdir Souza Alves, estudiante brasileño, se sentó a esperar el resultado de su examen de matemáticas. De día trabajaba en un restaurante; de noche asistía a clases en una escuela de enseñanza secundaria de São Paulo. Antes de acostarse, dedicaba tres o cuatro horas a sus estudios.

    Pero le costaba estudiar, sobre todo matemáticas. Ya había sido reprobado una vez en ese mismo examen. Cuando el profesor le devolvió el examen, lo primero que Valdir vio otra vez fue la palabra fatídica escrita en tinta roja: «Reprobado».

    Esa calificación lo dejó con el ánimo por el suelo. Estaba convencido de que era un fracasado, que no servía para nada y que nunca obtendría el título que tanto anhelaba. Víctima de una depresión profunda, sacó del bolsillo un pequeño revólver calibre 38. Sólo tenía dieciocho años.

    La palabra «reprobado» es, sin lugar a dudas, una de las más duras que se pueda decir o escribir de una persona. Para algunos, el término «reprobado» equivale a fracasado, acabado, terminado, destruido. Como participio de «reprobar», tiene por pariente al adjetivo «réprobo», que se define con las acepciones «condenado al infierno», «apartado de la convivencia con los demás», «malvado» y «perverso».

    Así como Valdir Souza Alves, hubo dos entre los doce apóstoles de Jesucristo que se sintieron reprobados. Pero en el caso de esos dos discípulos, no se debió a que su maestro los reprobara, sino a que ellos le fallaron a Él. El uno lo negó; el otro lo traicionó. Ambos le dieron la espalda cuando Él más necesitaba su respaldo, a pesar de que Él les había profetizado por separado que lo iban a hacer.1

    Simón Pedro lloró amargamente antes de ver morir a Jesucristo en la cruz por sus pecados, y posteriormente, luego de que Cristo resucitó, se reconcilió con Él por iniciativa de su Maestro. En cambio, Judas Iscariote no llegó a ver a su Maestro dar la vida por Él, sino que se suicidó, convencido de que no era más que un discípulo fracasado y condenado. ¡Qué triste desenlace, cuando consideramos que Cristo no vino para condenar sino para salvar!2

    Cuando Cristo murió en esa cruz, lo hizo tanto por Pedro como por Judas. Y lo hizo también por Valdir y por todos los que, al igual que ellos, fallaran y necesitaran el perdón. Porque lejos de reprobarnos, Cristo quiere perdonarnos como perdonó al malhechor arrepentido que fue crucificado a su lado, y abrirnos de par en par las puertas del Paraíso.3

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
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    1
    Mt 26:14,15,20-25,33-35,69-74


    2
    Mt 26:75; Jn 21:15-17; Mt 27:3-5; Jn 3:17


    3
    2Co 5:15; Lc 23:39-43

    • 4 min
    Miradas inolvidables

    Miradas inolvidables

    Una cosa es ir al cine y reconocer en la pantalla gigante a actores conocidos que representan escenas de la vida diaria, y otra, ir al cementerio y reconocer en espacios reducidos los cadáveres de personas conocidas que ya no pueden actuar. Pero aquella noche fatal el doctor Carlos Zurita, médico español a quien le tocó ejercer su profesión durante los trágicos años de la Guerra Civil española, hizo primero lo uno y después lo otro. Tan pronto como salió del cine, se dirigió al cementerio para realizar la mórbida tarea de reconocer el cadáver de un amigo perdido. Allí se encontró a la viuda del gitano al que acababan de fusilar. La guapa mujer estaba velando a su esposo, sentada al lado de la caja en la que yacía el difunto, amortajado con discreta elegancia. Al ver pasar al médico, la gitana le echó una mirada de odio que si bien no lo fulminó ahí mismo, le quedó grabada en la memoria para siempre. ¡Cuál no sería la consternación del doctor Zurita al recibir la noticia al día siguiente de que la perturbada mujer se había ahorcado, pero no sin antes colgar, uno por uno, a sus siete hijos!1

    Lo que nos preguntamos todos es: ¿Qué la impulsó a matar con sus propias manos a esos siete indefensos pequeños, sangre de su sangre? La explicación que nos ofrece el historiador español Fernando Díaz-Plaja es que «aquella mujer no quiso que sus hijos vivieran en un ambiente que odiaba».2

    Esta dramática historia contiene elementos conmovedores que evocan la historia sagrada. Al Hijo de Dios mismo, Jesús de Nazaret, no lo fusilaron en una guerra civil, pero sí lo crucificaron en una guerra a muerte que Él libró contra el enemigo de nuestra alma. Y durante esa última semana trágica de su vida, lo traicionaron y lo negaron dos de sus mejores amigos. Uno de ellos, Judas Iscariote, sintió tanto remordimiento por haberlo traicionado que quiso devolver el precio de sangre inocente —las treinta monedas de plata— que recibió por entregar a su Maestro. Pero cuando se convenció de que era irreversible lo que había hecho, arrojó el dinero por el suelo, salió y se ahorcó.3

    El otro amigo era Simón Pedro. Después de negar tres veces a su Maestro, lo cual había sido inconcebible para él, sus ojos se encontraron con los de Jesús. Fue una mirada penetrante e inolvidable la de su mejor amigo, no una mirada de odio sino de amor y comprensión. Y Pedro salió, y lloró amargamente.4 Pero lo que le faltó aprender a Judas, así como a la pobre gitana, lo aprendió Pedro posteriormente: a reconocer la infinita capacidad que Dios tiene para perdonar hasta al que menos merece el perdón, y de enseñarnos a nosotros el valor eterno de amar a nuestros enemigos.5

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
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    1
    Francisco Moreno Gómez, La Guerra Civil en Córdoba. 1936-1939, Madrid, 1985, citado en Fernando Díaz-Plaja, Anecdotario de la Guerra Civil española (Barcelona: Plaza & Janés, 1995), p. 128.


    2
    Díaz‑Plaja, p. 128.


    3
    Mt 27:3‑5


    4
    Lc 22:54‑62


    5
    Mt 5:43‑45; 6:14‑15; 18:21‑35; Lc 23:32‑43

    • 4 min
    «Quiero morir para expiar mi culpa»

    «Quiero morir para expiar mi culpa»

    Necito Batista da Silva era empleado ferroviario en Belo Horizonte, Brasil. Tenía un hijo hermoso que se llamaba Claudio. El niño jugaba siempre con un perro blanco y negro, perro vagabundo que era el amigo de todos los chicos del barrio.

    Un día el perro se puso rabioso y mordió al niño. Debido a que el padre se había negado a vacunar al perro contra la rabia, Claudio contrajo la espantosa enfermedad. Los médicos lucharon por salvarlo, pero la salud del pequeño se fue agravando. Antes de morir, en uno de los últimos ataques terribles de la enfermedad, Claudio saltó de la cama del hospital y mordió a su padre y a su madre mientras ellos trataban de calmarlo.

    La madre se sometió en seguida a un tratamiento antirrábico, pero el padre, Necito Batista, rechazó el tratamiento. El hombre se sintió culpable de la muerte de su hijo, así que quiso morir de la misma enfermedad. Estas fueron sus palabras: «Si actué mal al no hacer vacunar al perro, quiero morir de la misma enfermedad para expiar mi culpa.»

    No es difícil comprender el estado de ánimo de ese pobre padre, que sufría profundamente la enfermedad mortal de su hijo. Su vida era un calvario porque estaba convencido de que él tenía la culpa. Pero no por eso tenemos que compartir su punto de vista. Aun cuando tuviera la culpa, no era él quien debiera expiarla.

      Según el Diccionario de la Real Academia Española, «expiar» significa: «Borrar las culpas, purificarse de ellas por medio de algún sacrificio». Eso era precisamente lo que pretendía hacer Necito Batista: borrar su culpa mediante el sacrificio de sí mismo. Lo que él no comprendía, al igual que muchos otros en la actualidad, es que hay Uno solo capaz de expiar o borrar la culpa de cualquier ser humano. Se trata del Señor Jesucristo. Pero ¿por qué sólo Cristo?

    Es que nadie puede expiar su propia culpa, y por consiguiente nadie tiene que morir por su propia redención, porque nadie satisface el requisito divino. En la justicia divina, era necesario que el que expiara la culpa del mundo fuera intachable. Y el único que jamás pecó fue Jesucristo.1 A diferencia de Necito Batista, la vida de Cristo no fue un calvario por sentir él que tenía alguna culpa. Al contrario, Cristo se sacrificó y murió en el Calvario por nosotros a fin de satisfacer ese requisito divino de que el sacrificio fuera intachable.2 Por eso Juan el Bautista, al ver que Cristo se acercaba, anunció: «¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!»3 Juan sabía de antemano que el sacrificio de Cristo habría de ser el único aprobado por Dios para expiar nuestra culpa.

    De modo que cuando sintamos la carga de nuestra culpa, no pensemos que nosotros mismos podemos hacer algo para salvarnos, como pensaba Necito Batista. Recordemos más bien que es Cristo quien quita el pecado del mundo, como declaró Juan el Bautista, y digámosle a Cristo: «Gracias, Señor, por dar tu vida por la enfermedad mortal que es mi pecado a fin de expiar mi culpa.»

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
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    1
    2Co 5:21; 1P 2:22


    2
    Éx 12:5; 1Co 54:7-8; Heb 9:14; 1P 1:18-19


    3
    Jn 1:29

    • 4 min
    Dos versiones erróneas de los hechos

    Dos versiones erróneas de los hechos

    Durante los primeros veinte años del régimen del general Francisco Franco, las autoridades españolas se esforzaban por garantizar que ninguna frivolidad comprometiera la solemnidad de la celebración de Semana Santa. A eso se debía que se cerraran los quioscos, los comercios, las salas de fiestas, los cafés, los teatros y los cines. Entre estos últimos, sólo se permitía que abrieran sus puertas al público los que presentaban películas religiosas. Fuera de una de estas películas, la única distracción que quedaba era visitar los monumentos de las diferentes iglesias.

    Año tras año, en Semana Santa, las calles de las ciudades, con muy poco tráfico automovilístico, se congestionaban de mujeres con mantillas y peinetas. En Barcelona esta reiterada costumbre dio pie a un caso embarazoso. El maquetista del reconocido diario La Vanguardia, a fin de ilustrar un reportaje, le pidió al encargado del archivo que buscara una fotografía de señoritas ataviadas a la forma tradicional. Éste logró encontrar una foto que correspondía al año anterior, y se la dio con el comentario: «Total, no hay diferencia.»

    ¿Cómo iban a saber esos dos dependientes «vanguardistas» que una de las muchachas retratadas había fallecido unos meses antes? ¡Pues por la llamada telefónica que a la mañana siguiente recibieron de parte de la indignada y dolorida madre de la difunta! Ya nos podemos imaginar la vergüenza que aquellos imprudentes empleados pasaron por semejante descuido, y la «fe de errata» que tuvo que publicar el desprestigiado diario.1

    Lo cierto es que algo parecido, pero a la inversa y en escala mayor, ocurrió en los medios de comunicación dedicados a dar a conocer los sucesos de la primera Semana Santa. Según la historia sagrada, en el momento en que Jesucristo exhaló su último suspiro en la cruz, «la tierra tembló y se partieron las rocas. Se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron. Salieron de los sepulcros y, después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos.»2

    En el caso de la señorita española, a causa de un error inadvertido que se difundió como una versión extraoficial, a la gente se le dio a entender que ella, que había muerto, aún vivía y deambulaba por las calles de Barcelona, lo cual no era cierto. En cambio, en el caso de Cristo y de los santos, a causa de un engaño intencional que se difundió como «la versión oficial», a la gente se le dio a entender que ellos, que también habían muerto, no habían vuelto a vivir ni a deambular por las calles de Jerusalén, lo cual tampoco era verdad.3 Lo cierto es que éstos sí resucitaron, y es por eso que hasta hoy en cada Semana Santa hay tantos creyentes que celebramos su muerte y resurrección, confiados de que así como aquellos santos resucitaron con Cristo, también nosotros viviremos con Él eternamente tal y como nos lo ha prometido.4

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
    www.conciencia.net



    1
    Fernando Díaz-Plaja, Anecdotario de la España franquista (Barcelona: Plaza & Janés, 1997), pp. 252-53.


    2
    Mt 27:51‑53


    3
    Mt 28:11‑15


    4
    1Ts 4:14‑17; 1Co 15:51‑52

    • 4 min
    Su mamá no quiso protegerla

    Su mamá no quiso protegerla

    En este mensaje tratamos el siguiente caso de una mujer que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net, autorizándonos a que la citáramos:

    «Cuando yo tenía cinco años, mi mamá se [juntó] con un hombre que conoció en su trabajo. Al pasar de los meses él comenzó a abusar de mí, y se lo conté a ella en dos ocasiones, pero nunca hizo nada. Al contrario, se casó con él y tuvo un hijo.

    »Ahora tengo veintiséis años y siento un enorme resentimiento en el corazón. Sé que es mi madre, pero me cuesta perdonarla. Vivo con ella, pero hay días en que... vienen esos recuerdos a mi mente y sólo quiero encerrarme en mi cuarto. ¿Qué debo hacer?»

    Este es el consejo que le dio mi esposa:

    «Estimada amiga:

      »¡Con razón que resiente lo que sufrió y que su mamá no hubiera querido protegerla! Ahora que usted es adulta no puede imaginarse cómo una madre pudiera estar dispuesta a “sacrificar” a su hija en el altar de su propio interés amoroso. A usted le cuesta trabajo confiar en ella ahora, sabiendo que al parecer a ella no le costó desentenderse del asunto en aquel entonces. Y usted se está lamentando, no sólo por la niñita a quien le fue arrebatada su inocencia, sino también por la mujer que ahora tiene que afrontar la vida sintiendo semejante abandono.

    »Sería muy beneficioso si su mamá estuviera dispuesta a aceptar la culpa de haber permitido lo que le sucedió a usted, y a pedirle perdón. Sin embargo, podemos decir por experiencia que eso no suele suceder. Es probable que su mamá justificara lo que hizo hace años, y que siga justificándolo ahora. Si ella alguna vez reconociera que se desentendió de usted, causaría una rotura en la máscara que lleva puesta como “buena” madre.... Así que ella se protege a sí misma —y no a usted— al negarse a reconocer lo que usted sufrió.

    »Le rogamos que le pida a su médica o a una trabajadora social cómo hallar un grupo de víctimas de violencia sexual. Usted necesita con urgencia un foro donde pueda hablar acerca de lo que le sucedió.... Si no le da salida a todo eso que ha estado sintiendo, pudiera enfermarse físicamente. También pudiera llevarla a formar relaciones sentimentales dañinas, al buscar el amor donde no se encuentra.

    »Usted no va a poder perdonar a su mamá por sí sola. Solamente Jesucristo, el Hijo de Dios, puede ayudarle a perdonarla. Él tiene experiencia en perdonar los casos difíciles, tal como cuando perdonó a las personas que lo crucificaron. Puede ayudarla a comprender y a creer que el perdonar la librará a usted —y no a ella— de los destructivos efectos físicos y mentales del no perdonar. Pídale a Dios en oración que la acompañe y que, de manera sobrenatural, la ayude a perdonar.

    »Un grupo terapéutico o un consejero puede darle un mejor consejo en cuanto a cómo debe ahora tratar a su mamá. Sin duda el alejarse de todo el mundo y encerrarse en su cuarto no es la opción más recomendable.»

    Con eso termina lo que recomienda Linda, mi esposa. El consejo completo puede leerse con sólo ingresar en el sitio www.conciencia.net y pulsar la pestaña que dice: «Casos», y luego buscar el Caso 663.

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
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    • 4 min
    Una prócer del progreso de la mujer

    Una prócer del progreso de la mujer

    (Antevíspera del Aniversario de la Muerte de Esther Neira de Calvo)

    «En un momento en que las mujeres panameñas todavía no alcanzaban el derecho a emitir su voto en una elección presidencial, Esther Neira de Calvo, de cincuenta años de edad, tenía una importante carrera profesional y el reconocimiento público por sus contribuciones» escribe la periodista Mónica Guardia acerca de su ilustre compatriota en el Periódico La Estrella de Panamá en marzo de 2022. El artículo comienza con la descripción de la escena el 29 de septiembre de 1941 en que doña Esther, durante su gira de dos meses en Estados Unidos, almuerza informalmente con el presidente Delano Roosevelt y su esposa Eleanor, siendo «la primera mujer panameña... invitada [a la Casa Blanca] por derecho propio y no como “esposa de”.»1

    Dieciocho años antes del nacimiento de Esther en Penonomé en 1890, cuando Panamá aún formaba parte de Colombia, su abuelo paterno, el general colombiano Gabriel Neira, había llegado a ser Presidente del Estado [Soberano] de Panamá. Cuando ella tenía sólo diez años, él había peleado junto a Belisario Porras en la Guerra de los Mil Días. Poco antes de que ella cumpliera los catorce, su padre, don Rafael Neira Ayala, había sido integrante de la Primera Asamblea Constituyente panameña que nombró a Manuel Amador Guerrero primer Presidente de Panamá. Y sólo dos años después, gracias a una beca de ese gobierno, la privilegiada joven había tenido la oportunidad de viajar a Bélgica para hacer sus estudios universitarios en el Instituto Pedagógico Wavre-Notre Dame.

    Tanto los títulos y la capacitación que recibió allí, como lo que aprendió en Nueva York en 1912 sobre los programas de educación de los Estados Unidos, lo aprovechó al máximo Esther Neira de Calvo. Su hoja de vida incluye: inspectora general de enseñanza secundaria normal y profesional en la Secretaría de Instrucción Pública; directora del Liceo de Señoritas; enviada por el presidente Belisario Porras en representación de Panamá a la Conferencia Panamericana de Mujeres; fundadora de la Sociedad Nacional para el Progreso de la Mujer; organizadora del Congreso Interamericano de Mujeres en la Ciudad de Panamá; delegada de la Comisión Interamericana de Mujeres; primera diputada nacional en la Segunda Asamblea Constituyente, que restableció la ciudadanía para la mujer en 1946; secretaria ejecutiva de la Comisión Interamericana de Mujeres de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Washington; y Embajadora Alterna en el Consejo de la OEA.

    «Durante décadas... siguió luchando por los derechos de la mujer... siendo objeto de innumerables distinciones en países como Francia, Chile, Estados Unidos [y la] República Dominicana», declara Mónica Guardia.2

    Gracias a Dios, para almorzar algún día con su Hijo Jesucristo en el cielo y poder allí agradecerle en persona por haber dado su vida a fin de que pudiéramos llegar a ser ciudadanos de esa patria sin igual, sólo hace falta que ejerzamos el derecho al voto que nos ha otorgado a todos por igual, reconociéndolo como nuestro Salvador y Señor.3

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
    www.conciencia.net



    1
    Mónica Guardia, «Esther Neira de Calvo: su gira en Estados Unidos en 1941», Periódico La Estrella de Panamá, 20 marzo 2022 En línea 14 octubre 2023.


    2
    Ibíd.


    3
    Jn 1:12; Hch 2:21; Fil 3:20; Col 1:12; Ap 3:20; 19:9

    • 4 min

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