16 episodes

Me encanta la radio y quise hacer este podcast como hobbie. Entre reflexiones, tips y cosas que podría enseñar serán parte de este espacio. Espero lo disfrutes. Edd.

@LoDijoEdu Eduardo Evia

    • Society & Culture

Me encanta la radio y quise hacer este podcast como hobbie. Entre reflexiones, tips y cosas que podría enseñar serán parte de este espacio. Espero lo disfrutes. Edd.

    Historias de un inmigrante. Capítulo 15: Saber un oficio.

    Historias de un inmigrante. Capítulo 15: Saber un oficio.

    Historias de un inmigrante.
    Capítulo 15. Saber Un Oficio.
     

    La decisión de emigrar puede ser una de las más difíciles y trascendentales en la vida de cualquier persona.
    Implica dejar atrás familiares, amigos y el lugar que hemos llamado hogar durante gran parte de nuestra vida.

    Además, también implica enfrentar nuevos desafíos y oportunidades, especialmente en el ámbito laboral.

     

    Una de las principales razones por las que muchas personas deciden emigrar es para mejorar sus condiciones
    económicas. Buscan oportunidades de trabajo mejor remuneradas, que les permitan vivir de manera más cómoda y brindar una mejor calidad de vida a sus seres queridos.

     

    Sin embargo, al momento de emigrar, es importante tener en cuenta que el mercado laboral de nuestro país de destino puede ser muy diferente al de nuestro país de origen.
    Puede haber diferentes normas, requisitos y exigencias para obtener un trabajo, y puede que las habilidades y conocimientos que teníamos en nuestro país de origen no sean valoradas de la misma manera en el país de destino.

     

    Por eso, contar con un oficio o habilidad puede ser clave para tener éxito en nuestra experiencia de emigración. Un oficio o habilidad nos permite ofrecer nuestros servicios a empresas o particulares, y ser remunerados por ello. Esto nos permite ser más independientes, tener un mayor control sobre nuestro futuro laboral y financiero, y tener una ventaja competitiva en el mercado laboral.

     

    Además, contar con un oficio también puede ser una forma de mantener nuestra identidad y nuestras raíces culturales en un lugar nuevo y desconocido. Podemos sentirnos más conectados con nuestra comunidad, y podemos ayudar a difundir nuestra cultura y nuestro conocimiento a través de nuestros servicios y habilidades.

     

    Pero ¿qué podemos hacer si no contamos con un oficio o habilidad antes de emigrar? Hay varias opciones a considerar. Una de ellas es obtener una educación universitaria o técnica en el país de destino. Esto nos permite adquirir nuevas habilidades y conocimientos que pueden ser valiosos en el mercado laboral del país de destino.

     

    Otra opción es buscar cursos o programas de formación en línea o en persona. En muchos casos, podemos encontrar programas de formación gratuitos o a bajo costo que nos permiten adquirir nuevas habilidades y conocimientos de forma autónoma.

     

    También podemos considerar la opción de trabajar en trabajos temporales o de baja remuneración, mientras adquirimos nuevas habilidades y conocimientos que nos permitan obtener un trabajo mejor remunerado a largo plazo.

     

    En conclusión, contar con un oficio o habilidad puede ser fundamental para tener una experiencia de emigración exitosa y gratificante. Nos permite tener una fuente de ingresos, ser más independientes y tener un mayor control sobre nuestro futuro laboral y financiero.

    Si estás pensando en emigrar, asegúrate de contar con un oficio o habilidad que te permita tener éxito en tu nueva aventura.

    • 4 min
    Historias de un inmigrante. Capítulo 14: El permiso de trabajo.

    Historias de un inmigrante. Capítulo 14: El permiso de trabajo.

    Historias de un inmigrante.

    Capítulo 14. El permiso de trabajo.

    En Venezuela me fui preparando con antelación en algunos oficios, si bien me había graduado como informático, fue una carrera que nunca había ejercido, siempre ha sido una formación académica con gran futuro y demanda que por cosas del destino no llegaba a ser mi sustento diario.

    Trabajar y desarrollarme durante 7 años como ejecutivo de negocios en diversas compañías de seguro estuvo bien, pero sentía que debía aprender algo más.

    Mi madre siempre me decía “Hijo, a parte de la carrera, aprenda a hacer algo con las manos”, sabiamente entonces le hice caso y realicé un curso de cocina.

    Un curso que me tomó bastante sacrificio realizar debido al coste de los materiales e insumos que teníamos que afrontar como alumnos en cada clase.

    A veces se me quedaba algún ingrediente y el profesor de cocina, empleando su jerarquía, me mandaba a comprarlo de inmediato ya que era vital para la realización de la receta.

    Como podía siempre se solucionaba y todo salía bien.

    Aprendimos muchas cosas de cocina, técnicas culinarias, creación de sabores, pero lo más importante fue la disciplina, el orden y la limpieza en cada clase.

    Una receta puede hacerse con un libro, pero la limpieza se debe crear como un hábito.

    Para ese entonces, y antes de viajar a Chile, podría decirse que era un informático con conocimientos en Seguros y además, cocinero.

    Una vez llegado a este hermoso país tenía que trabajar de manera legal, para que una empresa te contrate debías cumplir con un requisito llamado “Permiso Laboral” el cual se obtenía de distintas formas.

    En mi caso lo pude obtener validando el título de mi carrera profesional y una oferta de empleo, luego, una vez introducido los papeles debía esperar mínimo 45 días para su aprobación.

    Pasado el tiempo, y con gran exactitud, mi permiso fue otorgado, y con ello ya podría ser contratado en alguna empresa para trabajar de manera formal.

    Para aquel entonces, estamos hablando del año 2016, había oportunidades de empleo por doquier.

    Estrené mi permiso de trabajo en Subway, una franquicia dedicada a la venta de sándwiches tipo gourmet.

    Nada que ver con mi carrera, pero relativamente cercano a lo que había aprendido estudiando cocina.

    Una vez dentro, hice buenas amistades en el camino, percibía la nostalgia de aquellos compañeros Venezolanos que estaban en lejos de su familia, aprendí cómo funciona el negocio y pude disfrutar de cada comida como si fuera la última, aprendí a dar gracias por tener la oportunidad de comer algo rico todos los días.

    Tal vez, un sándwich para cualquiera puede ser algo cotidiano, pero para mí, que en aquel entonces prácticamente no comía bien, ausente de platos más elaborados, resulto ser una especie de caviar en mi paladar.

    Sin embargo, el conformismo no debía prevalecer, había llegado a este país para triunfar, tenía que cumplir un propósito y debía seguir escalando…

    • 4 min
    Estoy buscando empleo.

    Estoy buscando empleo.

    Decidí grabar ese episodio como parte de una reflexión ya que a mis 35 años siento que el tiempo se me pasa volando y es necesaria una reinvención más. ¿Ustedes qué opinan?

    • 5 min
    Historias de un inmigrante: Capítulo 13. Paciencia y Fortaleza.

    Historias de un inmigrante: Capítulo 13. Paciencia y Fortaleza.

    Sabía lo que me venía, tenía lo justo para aguantar dos meses de arriendo, esperar un día mas no era opción.

    Mi dieta no fue la mejor en mis inicios, tuve que cambiar mi típica arepita rellena en el desayuno por un pan marraqueta y un yogurt. Ya lo tenía pensado, como no tenía suficiente dinero ni trabajo me fui a una farmacia a comprar un multivitamínico que me ayudara a con la pérdida de nutrientes por la dieta poco sustanciosa que tendría.

    Debo admitir que me sirvieron bastante porque a pesar de aquel invierno tan frío, nunca tuve un episodio de resfrío.

    El celular se convirtió en mi principal herramienta, mi viejo Huawey Ascend P1 me dejaba bastante desactualizado aquel año 2016. Ya iban por el modelo p8 pero el mío seguía dando sus batallas. Para moverme por la ciudad necesitaría un GPS que funcionara sin datos, ya que todavía no había comprado ningún chip móvil.-

    Ubique mis amigos en un cafetín cercano por el barrio Italia y conversé un rato con ellos, fue la primera puerta que toqué para conseguir trabajo ya que se iban de vacaciones y yo podría cubrir uno de los puestos. Muy gentilmente se ofrecieron a echarme una mano, siempre les estaré agradecido.

    Me despedí y seguí caminando por la ciudad, mientras avanzaba por un sector nuevo , sentía que los ojos empezaron a picarme de la nada. Al mismo tiempo que avanzaba, más los cerraba y mantenía el paso por inercia. El ruido de una multitud y gritos distantes se hacía cada vez más fuerte al igual que la irritación en los ojos. De repente iba viendo episodios de gente corriendo y bombas lacrimógenas que dejaban su estela en el aíre.

    Terminé apreciando un movimiento estudiantil en plena protesta, aquellas personas en su mayoría eran jóvenes de secundaria que habían tomado un colegio y los pupitres los tenían colgando sobre las rejas del establecimiento educativo.

    Era una locura, tenían tanta energía y rabia al mismo tiempo que salí de aquella escena y sin querer terminé refugiándome en el Museo Vicuña Mackenna. Me abrieron la puerta y ahí esperé un rato hasta que se calmara la cosa.

    No sabía dónde estaba, sé que no estaba lejos, pero la misma situación me desorientó y tuve que empezar a preguntar cómo llegar a la dirección de mi residencia. El celular no tenía suficiente batería y no pude usar el GPS.

    Unas cuadras más tarde me ubiqué en el sector, y pude llegar a la habitación.

    Nunca podré olvidar aquella tarde.

    Una tarde de protestas con un paseo algo accidentado.

    • 3 min
    Historias de un inmigrante: Capítulo 12. El primer dia.

    Historias de un inmigrante: Capítulo 12. El primer dia.

    Eran cerca de las 5 de la mañana cuando me bajé de aquel transporte frente a la residencia. Al tocar el timbre por segunda vez escuché unos pasos que venían desde adentro y esperé a que abrieran.

    Una señora de baja estatura, despeinada y con la típica cara de haberla despertado me recibe.

    Le saludo con algo de energía y simpatía pero me pidió bajar la voz, todos dormían, así que preferí mejor no hablar más en aquel momento. Al entrar, la suela de mis zapatos hacía un ruido enorme en ese piso de madera tan típico de esas casas. Me llevó a mi habitación y me preguntó si tenía como arroparme a lo que respondí con negación. Al cabo de un rato me trae unas frazadas y ropa de cama.

    A medida que me quitaba la ropa, el frió se apoderaba de mí. Al final terminé durmiendo con el jean y la chaqueta puesta. Logré descansar bastante y al medio día me levanté naturalmente para echar un vistazo a la ciudad y luego ir a visitar a unos amigos que trabajaban en un café a 10 minutos de mi lugar de residencia.

    Mi primera ducha en esa casa fue un horrible, el frío era tan intenso y el agua tan fría que no pude sino echarme agua con jabón en zonas puntuales. No había nadie para preguntar cómo funcionaba el tema del agua caliente.

    Ya tenía los labios agrietados por el frío, y esa sólo sería la primera señal de aquella fase de adaptación que estaba iniciando como recién llegado.

    Al querer cargar mi celular y mi laptop me di cuenta de que las conexiones eléctricas eran distintas al que estaba acostumbrado, por lo que tuve que salir a ubicar una ferretería para poder energizar mis cosas.

    Iba caminando lento y en línea recta para no perderme, de vez en cuando con amabilidad le preguntaba a los transeúntes donde podría ubicar una ferretería y me respondían.

    Cuando finalmente la encontré, le describí al caballero del mostrador lo que necesitaba y le pagué con un billete de 5 dólares, el tipo un poco extrañado preguntó a su compañera cual era la tasa de cambio y al final me dio el vuelto en pesos chilenos y me sugirió cambiar los dólares en caso de que tuviera que realizar otras compras. Le hice caso.

    Me devolví a mi habitación, puse a cargar la laptop y el celular y avisé a la familia en Venezuela que había llegado bien.

    La aventura apenas había comenzado, ya tenía que ponerme a tono en buscar trabajo y comenzar a producir algo de dinero.-

    • 3 min
    Historias de un inmigrante. Capítulo 11: La Llegada

    Historias de un inmigrante. Capítulo 11: La Llegada

    Historias de un inmigrante. 
    Capítulo 11: La Llegada
    El viaje había durado unas cuantas horas, tuve una larga espera en la conexión de mi vuelo, ya mi energía estaba casi agotada, tenía el cuello tenso porque intentaba descansar en el avión y no pude.

    Asomado en la ventana veía como a gran velocidad el avión iba descendiendo, era de madrugada y la sacudida de la aeronave tocando tierra disparaba un poco la ansiedad por saber que ya habíamos tocado suelo chileno.

    La cálida voz de la aeromoza indicaba que habíamos aterrizado sin problemas mientras que el piloto del avión por medio de los parlantes con su sonido peculiar nos daba la bienvenida al Aeropuerto Internacional Arturo Merino Benítez.

    No fui de los primero en bajarme, de hecho, esperé a que todos salieran, ese momento para mi debía ser especial y no quería que nadie me apurara. Quería tomarme mi tiempo.

    Al levantarme tomé mi maleta de mano, en ella llevaba la mayoría de mi documentación, verifiqué que no se hubiera quedado nada. Caminé de a poco por el pasillo estrecho del avión y la aeromoza con una sonrisa me da la despedida.

    Lo primero que noté apenas salí del avión fue una temperatura a la cual mi rostro no estaba acostumbrado. Pude notar como el vapor de mi aliento contrastaba de gris aquella oscura madrugada. Los casi 2 grados de temperatura hicieron que mi nariz perdiera sensibilidad de manera repentina.

    Al llegar a las filas de inmigración me sentía tranquilo. Sin embargo noté un par de episodios fuera de lo habitual en el que habían negado la entrada a dos personas esa madrugada. De repente la ansiedad hizo de las suyas conmigo, tenía el ceño un poco fruncido y cuando llegó mi turno me hicieron las típicas preguntas de inmigración.

    Donde iba a alojarme, por cuanto tiempo me quedaría y mas nada.

    El oficial me inmigración me entregó un ticket de impresora térmica que reflejaba mi calidad de turista por el tiempo indicado, y con mucha seriedad me indicó que no botara ese papelito, que es muy importante y no lo podía perder.

    Claramente luego supe que era necesario para la solicitud de visa y por eso debía guardarlo bien.

    Había anotado la dirección de residencia en un papel por si mi celular se quedaba sin batería. Cambié dólares a pesos chilenos ahí dentro del aeropuerto y tomé una camioneta que lleva pasajeros como yo a lo largo de toda la ciudad.

    Una casa antigua y fría me estaría esperando aquella madrugada, y dentro de ella una habitación en donde solamente cabía una cama, una mesa de noche y 9 largos meses de soledad.

    • 3 min

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