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Capítulo 5-Cómo es la relación con tu familia‪?‬ Nada personal

    • Diarios personales

La relación con mi familia en general siempre fue difícil. La relación con mi familia durante  esta búsqueda fue difícil y un poquito más.
A mi edad ya entendí que todos hacemos lo que podemos con lo que nos fue dado en esta vida y es imposible dar lo que nunca se recibió por ende fue imposible para mis padres dar más de lo que recibieron. 
Hace un par de años le pregunté a mi papá si recordaba cuando fue que mi mamá empezó a ser esa persona amarga y agresiva con quién yo crecí. Las peleas en casa siempre fueron fuertes. Mi mamá las empezaba siempre, y mi papá soportaba la agresión hasta que explotaba. Las peleas entonces se convertían en maratones de agresión física, psíquica y emocional de parte de ambos, que duraba durante días. Y en ese torbellino imparable en que se convertían crecimos mi hermano y yo. La violencia y maltrato a los niños eran muy comunes y hasta diría normales en esa época. Cosas que en aquel entonces se tomaban como parte cotidiana  de la educación de los niños, hoy harían reaccionar a la mayoría. Pero todo realmente escaló cuando yo tenía 11 años, después de la muerte de mi abuela. Y nunca entendí porque mi papá soportaba a una mujer tan agresiva y cruel como mi mamá. Siempre creí que algo debía haberle pasado en el camino que la transformó en ese monstruo. La única respuesta que conseguí de mi papá fue que ella realmente soñaba con tener hijos y después de intentar durante 10 años la frustración y tristeza la cambiaron. Finalmente nos adoptaron y así se cumplió el sueño de los dos hijos, la casa, el auto y el marido proveedor. Pero así y todo, había un dolor en su alma que no la dejaba en paz. Y mi papá que lo único que quería era jugar al tenis, tener dos hijos, una casa, un auto y una hermosa mujer ama de casa, tampoco tenía paz. Su paz siempre dependió de la paz de ella. Mi hermano, el primero en ser adoptado tres años antes de mí, siempre fue el orgullo de la familia, algo que era obvio para todos los que nos conocían. Él, no sólo  sufrió la típica sensación de los primerizos  de ser desplazado  cuando yo llegué, sino que también fue quién recibía mucha más violencia física que yo. Talvéz por ser el hijo varón, aprendió a confrontarlos y por eso recibía castigos mucho más duros. Yo veía eso, y aprendí a no quejarme, o contestar, o tomar espacio, o estar triste. Aprendí a evitar el golpe. Ninguno de los dos tuvimos paz. Él aprendió a defenderse, yo aprendí a desaparecer, poner cara de poker y hacer de cuenta que “acá no pasa nada” Hace un par de años caí en la cuenta de que no es normal que una niña de 6 años le rezase a Dios por las noches para que  se la llevase con él porque todo lo que hace está mal y es sólo una molestia en este mundo. 
En mi egocentrismo de niña, pensando que yo era la causa de todo esto, pensé que era mi tarea traer esa paz que no existía.Que era mi tarea salvarlos, protegerlos, de hacerlos reír, de explicarles y mostrarles cuánto los amaba, de pedirles e implorarles que dejasen de pelear, tratando arduamente de entender qué era lo que les dolía tanto y buscar la solución, un alivio para que por fin tuviesen paz por dentro y me viesen a mí. Para que hubiese amor en mi familia, el amor que seguí esperando durante tantos años. Hice, como los niños hacen, todo lo que pude para hacer que me amen como yo quería que se me amasen, pero no lo logré nunca. 
Por eso preguntar sobre mi adopción estaba totalmente fuera de mis posibilidades. 
El fantasma más grande, según lo que yo entendí, de los padres adoptivos, es que sus hijos adoptados un día vengan y les digan que se terminó. Que no los aman y que van a buscar su verdadera familia. Esa ansiedad de perder a esos hijos tan deseados los vuelven medio locos. Y es comprensible. Debe de ser aterrador. Yo sentía eso todo el tiempo. “Madre es la que te cría. Hasta una yegua puede parir”, solía decir mi mam

La relación con mi familia en general siempre fue difícil. La relación con mi familia durante  esta búsqueda fue difícil y un poquito más.
A mi edad ya entendí que todos hacemos lo que podemos con lo que nos fue dado en esta vida y es imposible dar lo que nunca se recibió por ende fue imposible para mis padres dar más de lo que recibieron. 
Hace un par de años le pregunté a mi papá si recordaba cuando fue que mi mamá empezó a ser esa persona amarga y agresiva con quién yo crecí. Las peleas en casa siempre fueron fuertes. Mi mamá las empezaba siempre, y mi papá soportaba la agresión hasta que explotaba. Las peleas entonces se convertían en maratones de agresión física, psíquica y emocional de parte de ambos, que duraba durante días. Y en ese torbellino imparable en que se convertían crecimos mi hermano y yo. La violencia y maltrato a los niños eran muy comunes y hasta diría normales en esa época. Cosas que en aquel entonces se tomaban como parte cotidiana  de la educación de los niños, hoy harían reaccionar a la mayoría. Pero todo realmente escaló cuando yo tenía 11 años, después de la muerte de mi abuela. Y nunca entendí porque mi papá soportaba a una mujer tan agresiva y cruel como mi mamá. Siempre creí que algo debía haberle pasado en el camino que la transformó en ese monstruo. La única respuesta que conseguí de mi papá fue que ella realmente soñaba con tener hijos y después de intentar durante 10 años la frustración y tristeza la cambiaron. Finalmente nos adoptaron y así se cumplió el sueño de los dos hijos, la casa, el auto y el marido proveedor. Pero así y todo, había un dolor en su alma que no la dejaba en paz. Y mi papá que lo único que quería era jugar al tenis, tener dos hijos, una casa, un auto y una hermosa mujer ama de casa, tampoco tenía paz. Su paz siempre dependió de la paz de ella. Mi hermano, el primero en ser adoptado tres años antes de mí, siempre fue el orgullo de la familia, algo que era obvio para todos los que nos conocían. Él, no sólo  sufrió la típica sensación de los primerizos  de ser desplazado  cuando yo llegué, sino que también fue quién recibía mucha más violencia física que yo. Talvéz por ser el hijo varón, aprendió a confrontarlos y por eso recibía castigos mucho más duros. Yo veía eso, y aprendí a no quejarme, o contestar, o tomar espacio, o estar triste. Aprendí a evitar el golpe. Ninguno de los dos tuvimos paz. Él aprendió a defenderse, yo aprendí a desaparecer, poner cara de poker y hacer de cuenta que “acá no pasa nada” Hace un par de años caí en la cuenta de que no es normal que una niña de 6 años le rezase a Dios por las noches para que  se la llevase con él porque todo lo que hace está mal y es sólo una molestia en este mundo. 
En mi egocentrismo de niña, pensando que yo era la causa de todo esto, pensé que era mi tarea traer esa paz que no existía.Que era mi tarea salvarlos, protegerlos, de hacerlos reír, de explicarles y mostrarles cuánto los amaba, de pedirles e implorarles que dejasen de pelear, tratando arduamente de entender qué era lo que les dolía tanto y buscar la solución, un alivio para que por fin tuviesen paz por dentro y me viesen a mí. Para que hubiese amor en mi familia, el amor que seguí esperando durante tantos años. Hice, como los niños hacen, todo lo que pude para hacer que me amen como yo quería que se me amasen, pero no lo logré nunca. 
Por eso preguntar sobre mi adopción estaba totalmente fuera de mis posibilidades. 
El fantasma más grande, según lo que yo entendí, de los padres adoptivos, es que sus hijos adoptados un día vengan y les digan que se terminó. Que no los aman y que van a buscar su verdadera familia. Esa ansiedad de perder a esos hijos tan deseados los vuelven medio locos. Y es comprensible. Debe de ser aterrador. Yo sentía eso todo el tiempo. “Madre es la que te cría. Hasta una yegua puede parir”, solía decir mi mam

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