50 episodios

Un podcast de cuentos infantiles, con los que aprender valores, como; respeto, amistad, lealtad, solidaridad... Cuentos, reatos y fábulas para crecer aprendiendo. Perfecto para compartir padres e hijos.

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    • Para toda la familia
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Un podcast de cuentos infantiles, con los que aprender valores, como; respeto, amistad, lealtad, solidaridad... Cuentos, reatos y fábulas para crecer aprendiendo. Perfecto para compartir padres e hijos.

    69 El cuento de la lechera

    69 El cuento de la lechera

    Había una vez una niña que vivía con sus padres en una granja. Era una buena chica que ayudaba en las tareas de la casa y se ocupaba de colaborar en el cuidado de los animales.
    Un día, su madre le dijo:
    – Hija mía, esta mañana las vacas han dado mucha leche y yo no me encuentro muy bien. Tengo fiebre y no me apetece salir de casa. Ya eres mayorcita, así que hoy irás tú a vender la leche al mercado ¿Crees que podrás hacerlo?
    La niña, que era muy servicial y responsable, contestó a su mamá:
    – Claro, mamita, yo iré para que tú descanses.
    La buena mujer, viendo que su hija era tan dispuesta, le dio un beso en la mejilla y le prometió que todo el dinero que recaudara sería para ella.
    ¡Qué contenta se puso! Cogió el cántaro lleno de leche recién ordeñada y salió de la granja tomando el camino más corto hacia el pueblo.
    Iba a paso ligero y su mente no dejaba de trabajar. No hacía más que darle vueltas a cómo invertiría las monedas que iba a conseguir con la venta de la leche.
    – ¡Ya sé lo que haré! – se decía a sí misma – Con las monedas que me den por la leche, voy a comprar una docena de huevos; los llevaré a la granja, mis gallinas los incubarán, y cuando nazcan los doce pollitos, los cambiaré por un hermoso lechón. Una vez criado será un cerdo enorme. Entonces regresaré al mercado y lo cambiaré por una ternera que cuando crezca me dará mucha leche a diario que podré vender a cambio de un montón de dinero.
    La niña estaba absorta en sus pensamientos. Tal y como lo estaba planeando, la leche que llevaba en el cántaro le permitiría hacerse rica y vivir cómodamente toda la vida.
    Tan ensimismada iba que se despistó y no se dio cuenta que había una piedra en medio del camino. Tropezó y ¡zas! … La pobre niña cayó de bruces contra el suelo. Sólo se hizo unos rasguños en las rodillas pero su cántaro voló por el aire y se rompió en mil pedazos. La leche se desparramó por todas partes y sus sueños se volatilizaron. Ya no había leche que vender y por tanto, todo había terminado.
    – ¡Qué desgracia! Adiós a mis huevos, mis pollitos, mi lechón y mi ternero – se lamentaba la niña entre lágrimas – Eso me pasa por ser ambiciosa.
    Con amargura, recogió los pedacitos del cántaro y regresó junto a su familia, reflexionando sobre lo que había sucedido.

    • 4 min
    68 Ratón de campo, ratón de ciudad

    68 Ratón de campo, ratón de ciudad

    Érase una vez un ratón que vivía en el campo y cuya vida era muy feliz porque tenía todo lo que necesitaba. Su casita era un pequeño escondrijo junto a una encina; en él tenía una camita de hojas y un retal que había encontrado le servía para taparse por las noches y dormir calentito. Una pequeña piedra era su silla y como mesa, utilizaba un trozo de madera al que había dado forma con sus dientes.
    También contaba con una despensa donde almacenaba alimentos para pasar el invierno. Siempre encontraba frutos, semillas y alguna que otra cosa rica para comer. Lo mejor de vivir en el campo era que podía trepar por los árboles, tumbarse al Sol en verano y conocer a muchos otros animales que, con el tiempo, se habían convertido en buenos amigos.
    Un día, paseando, se cruzó con un ratón que vivía en la ciudad. Desde lejos ya se notaba que era un ratón distinguido porque vestía elegantemente y llevaba un sombrero digno de un señor. Comenzaron a hablar y se cayeron tan bien, que el ratón de campo le invitó a tomar algo en su humilde refugio.
    El ratón de ciudad se sorprendió de lo pobre que era su vivienda y más aún, cuando el ratón de campo le ofreció algo para comer: unos frutos rojos y tres o cuatro nueces.
    – Te agradezco muchísimo tu hospitalidad – dijo el ratón de ciudad – pero me sorprende que seas feliz con tan poco. Me gustaría que vinieras a mi casa y vieras que se puede vivir más cómodamente y rodeado de lujos.
    A los pocos días, el ratón de campo se fue a la ciudad. Su amigo vivía en una casa enorme, casi una mansión, en un agujero que había en la pared del salón principal. Todo el suelo de su cuarto estaba enmoquetado, dormía en un mullido cojín y no le faltaba de nada. Los dueños de la casa eran tan ricos, que el ratón salía a buscar alimentos y siempre encontraba auténticos manjares que llevarse a la boca.
    A hurtadillas, ambos se dirigieron a una mesa gigantesca donde había fuentes enteras de carne, patatas, frutas y dulces. Pero cuando se disponían a coger unas cuantas cosas, apareció un gato y los pobres ratones corrieron despavoridos para ponerse a salvo. El ratón de campo tenía el corazón en un puño. ¡Menudo susto se había llevado! ¡El gato casi les atrapa!
    – Son gajes del oficio – le aseguró el ratón de ciudad – Saldremos de nuevo a por comida y luego te convidaré a un gran banquete.
    Así fue como volvieron a salir a por provisiones. Se acercaron sigilosamente a la mesa llena de exquisiteces pero ¡horror! … Apareció el ama de llaves con una gran escoba en su mano y empezó a perseguirles por toda la estancia dispuesta a darles unos buenos palos. Los ratones salieron disparados y llegaron a la cueva con la lengua fuera de tanto correr.
    – ¡Lo intentaremos de nuevo! ¡Yo jamás me rindo! – dijo muy serio el ratón de ciudad.
    Cuando vieron que la señora se había ido, llegó el momento de salir de nuevo a por comida. Al fin consiguieron acercarse a la mesa no sin antes mirar a todas partes. Hicieron acopio de riquísimos alimentos y los prepararon para comer.
    Con las barrigas llenas se miraron el uno al otro y el ratón de campo le dijo a su amigo:
    – Lo cierto es que todo estaba delicioso ¡Jamás había comido tan bien! Pero voy a decirte algo, amigo, y no te lo tomes a mal. Tienes todo lo que cualquier ratón puede desear. Te rodean los lujos y nadas en la abundancia, pero yo jamás podría vivir así, todo el día nervioso y preocupado por si me atrapan. Yo prefiero la vida sencilla y la tranquilidad, aunque tenga que vivir con lo justo.
    Y dicho esto, se despidieron y el ratón de campo volvió a su modesta vida donde era feliz.

    • 5 min
    67 Simbad el Marino

    67 Simbad el Marino

    Érase una vez un muchacho llamado Simbad que decidió embarcarse en un barco para comerciar por el mundo.

    Un día el viento dejó de soplar y el barco se paró muy cerca de una isla. Simbad y otros tripulantes del barco decidieron ir a visitar la isla. Estando en la isla tuvieron hambre, así que encendieron una hoguera para asar carne. De repente, el suelo se estremeció como si de un terremoto se tratase.

    Lo que pasaba es que no habían desembarcado en una isla, sino en el lomo de una enorme ballena que, al sentir el fuego, empezó a dar coletazos. En una de estas embestidas Simbad cayó al agua. Los tripulantes del barco pensaron que se había ahogado, así que se fueron nadando al barco y huyeron.

    Pero Simbad consiguió agarrarse a una madera que flotaba por allí hasta que una ola lo arrojó sobre una playa.

    -¿Qué será esto? -exclamó Simbad al ver unas bolas blancas de gran tamaño.

    De pronto, Simbad miró hacia arriba y vio a un inmenso pájaro que iba hacia él.

    -¡Es el pájaro Roc! -gritó asustado.

    Pero no le dio tiempo a más. El pájaro Roc se posó sobre él para calentar las bolas blancas, que eran sus huevos.

    Simbad aprovechó para pensar cómo salir e ideó un plan.

    - Enrollaré mi turbante a la pata del pájaro Roc para que me lleve volando por la mañana -pensó Simbad.

    Y así fue. Al amanecer, el pájaro se echó a volar, llevándose a Simbad con él hasta otro lugar en el que se posó.

    Simbad descubrió que estaba en un profundo valle, rodeado de montañas tan altas que era imposible escalarlas. Cuando se sentó a descansar y a pensar en la falda de una de las montañas descubrió que estaba rodeado de serpientes.

    -¡Qué mala suerte! -dijo Simbad-. ¡Consigo escapar de un problema para meterme en otro peor!

    Entonces Simbad se dio cuenta de que aquel misterioso valle también estaba lleno de preciosos diamantes.

    -¡Aquí estoy, rodeado de la mayor fortuna del mundo y condenado a no salir jamás! -se lamentó Simbad.

    Sin embargo, por si acaso, Simbad llenó un saquito de cuero que llevaba encima con diamantes. Mientras metía los diamantes en la bolsa tuvo una idea:

    -Mataré a una serpiente y me ataré a ella con el turbante. Luego esperaré a que venga el pájaro Roc a comérsela. Entonces me iré con él.

    Y así ocurrió. Durante el viaje, el pájaro Roc sobrevoló el mar. Simbad divisó un enorme barco navegando sobre las aguas azules. Cortó con un cuchillo el turbante y cayó al agua, confiando en que los tripulantes del barco le rescataran.

    Gracias a los diamantes a Simbad nunca no le faltó de nada. Aún así, decidió volver a embarcarse. Pero, ya en alta mar, unos piratas asaltaron su barco y lo apresaron para venderlo como esclavo.

    -Pareces un hombre fuerte -dijo un mercader que quería comprarlo. -Dime qué hacer para ver si me puedes servir.

    -Manejo muy bien el arco -contestó Simbad.

    -Bien, demuéstramelo -dijo el mercader-. Ve a la selva y tráeme marfil de elefante.

    Pero a Simbad le daba mucha pena cazar elefantes y siempre fallaba los disparos. Un día vio un elefante muy viejo y lo siguió. Este le llevó hasta el cementerio de los elefantes. Allí había tantos colmillos que, cuando informó a su amo, éste se volvió loco de alegría.

    Para agradecer la fortuna que haría gracias a él, el hombre le dejó libre y le regaló un barco para que Simbad siguiese recorriendo los mares y viviendo grandes aventuras.

    • 6 min
    66 El príncipe sapo

    66 El príncipe sapo

    Hace mucho tiempo, los malvados magos, no tenían nada mejor que hacer que enseñar a los jóvenes príncipes aquellas asignaturas útiles para gobernar un reino que ninguno de ellos tenía ganas de aprender, por lo que se estableció la costumbre de que si no aprobaban las mates estos los convertían en rana hasta que recitasen la tabla del 7 ó los besase una doncella casadera.
    A los reyes no les quedó más remedio que decretar que la doncella que desencantase a un príncipe se casaría con este, ya que no tenían ninguna fe en que sus hijos pudiesen multiplicar por 7 siendo ranas, cuando no habían podido hacerlo siendo príncipes. De manera que durante las vacaciones de verano las doncellas casaderas iban por ahí, como locas, besando ranas y convirtiéndose en princesas herederas.
    El mago Panchín estaba más que harto de su alumno, pues éste, a pesar de ser muy listo, se pelaba las clases impunemente pasándose el día en diversiones y gastándole bromas pesadas a todo el mundo, menos a los reyes claro. Así que al suspender con un CERO muy gordo decidió darle una lección y cambió el encantamiento.
    Primero lo convertiría en un sapo asqueroso, en vez de en una bonita rana y solo dejaría de ser un sapo si recitaba TODAS las tablas de multiplicar, o si una princesa lo estampaba de una patada.
    El rey, que no estaba enterado del cambio del hechizo, publicó el bando de costumbre, mientras su hijo esperaba en un charco cercano el desfile de doncellas con ganas de patearlo. Pero claro el pregonero dijo besar, la costumbre mandaba besar, y las doncellas casaderas tenían muy buenos modales y no andaban por ahí pateando nada. Así que el pobre estaba harto de que lo besasen, estaba harto de ser un sapo y de comer moscas y no había manera de conseguir que las delicadas damiselas lo pateasen.
    Intento recordar las tablas de multiplicar pero no lograba pasar mas allá de la tabla del 5.Por lo que al fin, desesperado decidió marcharse lejos del reino de su padre, por ver si conseguía encontrar un rincón tranquilo donde ninguna doncella hubiese escuchado el Bando Real, o donde pudiese meditar sobre la multiplicación.
    Cansado de vagar sin éxito, y de recibir besos a diestro y siniestro decidió quedarse a vivir en un pozo abandonado, donde no lo molestarían. Ya había conseguido llegar a la tabla del 8cuando una tarde, ¡Pum!, le cae una pelota en la cabeza, y oye una dulce voz que le pide.—Sapito guapo, sapito bueno, dame mi pelota por favor.
    Era una princesa vecina, muy hermosa y bastante malcriada, que siempre conseguía que su padre el rey le consintiese todos sus caprichos. Pero su belleza unida a la dulzura de su voz y sus modales pícaros, cautivaron al príncipe, el cual se enamoró al instante.—¿Qué me darás a cambio de tu pelota?, le pregunta el príncipe sapo.—Lo que tu quieras, le contesta ella.—Bien, has de invitarme ha pasar una temporada contigo, darme de comer de tu plato, arroparme por las noches y contarme una historia antes de dormirme. Prométeme que cuidarás de mi como de un hermano.—Te lo prometo, todo lo que tu quieras, pero ahora dame mi pelota, que me esperan, he de terminar de jugar antes de volver a casa.—Toma tu pelota, te espero, has de llevarme a tu casa, no lo olvides.—Que no lo olvido, que luego vuelvo.
    Así que la princesa volvió con sus amigas y a su juego decidida a no llevar a ningún sitio a ningún sapo asqueroso.
    A la noche cuando el rey y su familia estaban cenando vino el jefe de la guardia a informar al rey de que en la puerta había un sapo que afirmaba estar invitado por la princesa a pasar una temporada en palacio.—Hazlo pasar —ordenó el rey— Señor sapo, que se le ofrece a estas horas, como ve intentamos comenzar a cenar.—Vuestra hija señor, me prometió hospedaje durante una temporada, darme de comer de su plato, arroparme por las noches y me contaría una historia antes de dormir, que me cuidaría como a un hermano, si le devolvía una pelota

    • 9 min
    65 El árbol que no tenía hojas

    65 El árbol que no tenía hojas

    La siguiente historia tuvo lugar en un campo grande y hermoso de un país muy muy lejano. Su protagonista es un árbol… un árbol que era muy feo, ya que no tenía hojas. Estaba solo. Era el único árbol de la gran huerta de una vieja casa de campo y, como nunca había visto a otro árbol en su larga vida, desconocía el hecho de que éstos sí tenían infinidad de hojas en sus ramas. Tampoco era consciente de que era tan feo por el hecho de no tener preciosas hojas.
    Un día unos niños que pasaban por allí se pararon a mirarlo y, entre risas, se burlaron de él.
    – ¡Qué árbol tan horroroso y sin vida!
    -No sirve para nada, qué feo es.
    -¡Ni siquiera tiene hojas!
    Al escuchar los desagradables comentarios, el arbolito se puso muy triste. Levantó la cabeza y al ver al radiante sol le preguntó:
    -Tú que eres tan poderoso, ¿puedes darme algunas hojas?
    A lo que el sol respondió:
    -Yo no hago eso, no puedo dar hojas a los árboles. Tienes que ir tú a buscarlas.
    -No puedo. Mis pies están clavados en el suelo- le respondió con pena el pequeño árbol. Y se quedó mirando con esperanza al sol, pero éste no dijo nada más.
    Al día siguiente le hizo la misma pregunta a la nube gris que pasaba de vez en cuando, pero ésta le respondió:
    -Yo solo sé quitar las hojas de los árboles, pero no tengo ni la más remota idea de cómo poder colocártelas, amigo. No puedo ayudarte, ya lo siento.
    Al rato la lluvia apareció, mojando todo en torno al arbolito y éste aprovechó para plantearle la misma petición:
    -Señora lluvia, ¿puedes traerme algunas hojas para adornar mis ramas, por favor? Mis pies están clavados al suelo y yo no puedo salir a buscarlas por mí mismo.
    -Yo no puedo darte hojas, yo lo único que sé hacer es llorar.- Respondió la lluvia derramando lágrimas por la lástima que sentía por el arbolito y su falta de hojas.

    El árbol se sintió más triste que nunca. Había acudido a los más poderosos y no habían podido ayudarle… ¿Si ellos no podían hacerlo quién podría, quién le ayudaría a cumplir su sueño?
    – Nadie puede ayudarme.- murmuró el árbol- Viviré feo y sólo, sin hojas. Nunca pareceré un árbol de verdad.
    Pero sucedió que un buen día los niños que tan cruelmente se habían burlado de él pasaron de nuevo por allí y al ver al solitario tronco se apiadaron y dijeron:
    -Éste es el único árbol de la zona que no tiene nunca hojas, tal vez podríamos hacer algo… ¿que os parece si lo adornamos entre todos?.
    Los niños fueron a sus casas y trajeron muchas hojas de colores: rojas, amarillas, azules, verdes, violetas, naranjas e incluso rosadas. Las fueron pegando una por una en el arbolito de modo que al poco rato el árbol quedó lleno de hojas. ¡Estaba feliz!. No podía esperar a que lo vieran sus amigos para decirle qué opinaban del cambio.
    Al día siguiente pasó el sol y se quedó un rato mirándole. ¡Nunca había visto un árbol tan hermoso! Miró con más atención y…. ¡se dio cuenta de que era nada más y nada menos que su viejo amigo!.
    Después pasó la nube gris y le ocurrió exactamente lo mismo que al sol. Cuando se dio cuenta de quien era dijo:
    -¡Qué hojas tan bonitas tienes amigo! Pasaré con cuidado a tu alrededor para no quitártelas.- le dijo sonriéndole cálidamente.
    Por último pasó la lluvia y al ver esas hojas tan coloridas y tan preciosamente llamativas, detuvo su llanto y dijo:
    -¡Ya no lloraré más por el arbolito! ¡Qué feliz estoy de verlo así, con mucha más vida! ¡Está verdaderamente hermoso!- dijo la señora lluvia mientras se marchaba con sus lágrimas a otros lugares.
    Los niños, al ver lo feliz que se sentía el árbol, decidieron que, desde ese día, acudirían a visitarlo todas las tardes. Se reunían bajo sus ramas coloridas, jugando y riendo daban vida al pequeño habitante de la gran huerta. Y el arbolito nunca más se sintió triste, feo ni solo.

    • 6 min
    64 Robin Hood

    64 Robin Hood

    Érase una vez un valiente joven que habitaba en el bosque de Sherwood, en Nottingham, llamado Robin Hood. Junto con su mejor amigo, Little John, pasaban los días robando a los ricos para dárselo a los pobres. Robin Hood era conocido por ser el mejor arquero del reino de Inglaterra y por ser también una persona justa y bondadosa que ayudaba a aquellos que más lo necesitaban. También era conocido por todos que el corazón del arquero era de Lady Mariam, por quien suspiraba mientras esperaba el momento oportuno para pedirle la mano.
    El valiente rey Ricardo Corazón de León se encontraba luchando en las cruzadas y, en su ausencia, su hermano, el príncipe Juan, era el que se sentaba en el trono. Juan era famoso por su gran avaricia y su crueldad. Trataba mal al pueblo y cobraba elevados impuestos, sobre todo a los más pobres. La mayoría ya no tenían con qué pagar pero el príncipe era implacable y seguía recorriendo sus tierras, junto con el Sheriff de Nottingham, para obligar a los campesinos a pagar los impuestos. La gente de los pueblos se moría de hambre y Robin Hood y sus hombres no podían permitirlo.
    Todo aquel que se enteraba de que el príncipe Juan había salido a recaudar las riquezas de los pobres campesinos iba rápidamente a decírselo a Robin. Éste preparaba una emboscada en alguno de los caminos del bosque de Sherwood y le robaba a Juan todo lo recaudado. Durante unos días se escondían y, cuando el peligro había pasado, volvían y repartían entre los pobres los distintos tesoros. Robin cuidaba de las gentes de Nottingham y ellos lo apreciaban y protegían por ello.
    Enojado por los continuos robos que estaba sufriendo, el príncipe quiso tenderles una trampa. Con este propósito organizó un concurso de tiro con arco, cuyo premio sería entregado por Lady Mariam. Robin Hood no pudo resistir la tentación y se presentó. Para evitar ser descubierto y detenido lo hizo disfrazado, de esa forma participó sin ser identificado. Haciendo honor a su fama y su habilidad ganó el concurso. Una vez declarado ganador desveló su verdadera identidad para burlarse del príncipe. Y, aunque éste hizo lo imposible por intentar atraparlo, finalmente escapó audazmente ayudado por sus amigos.
    En venganza, el príncipe Juan, dio orden de captura contra los amigos de Robin. El Sheriff de Nottingham consiguió capturar a algunos, que serían ejecutados por alta traición el día siguiente por la mañana. El príncipe sabía que Robin Hood intentaría salvarles, así que planeo una emboscada para deshacerse de él de una vez por todas. Pero Robin estaba al tanto de la trampa, así que elaborando un astuto plan él y Little John penetraron en la fortaleza sin ser vistos. Cuando estaban a punto de ejecutar a los presos en la orca entró en acción, cortando las sogas con una flecha liberando a sus amigos, quienes se abrieron paso luchando contra los guardias, venciéndolos y liberando a otros prisioneros que se unieron a ellos en la lucha contra las injusticias del príncipe Juan. En la huida nuestro héroe se vio rodeado por muchos guardias, pero logró escapar con mucha habilidad y reunirse más tarde con sus compañeros.
    Durante un tiempo los bosques estuvieron llenos de gente que vivía en ellos. No podían volver a sus casas porque el Sheriff había puesto precio a sus cabezas. Pero un día, por fin, el rey Ricardo regresó y fue informado de cómo se había comportado su hermano, el príncipe Juan. El honorable rey restableció unos impuestos justos, dejó en libertad a todos aquellos que se encontraban presos y terminó con la persecución contra Robin y sus amigos. El príncipe Juan, el Sheriff de Nottingham y todos aquellos que los habían ayudado, fueron encarcelados por sus abusos continuados contra la humilde población de Inglaterra.
    Cuando todo volvió a la calma, Robin, pudo, por fin, tomar por esposa a Lady Mariam. Se casaron en una hermosa fiesta en la que el rey Ricardo acompañó a la joven al

    • 7 min

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