Lunes, 29 de abril de 2024 Voces en On | HAKUNA
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- Religión y espiritualidad
Mt 11, 25-30 • Has escondido estas cosas a los sabios, y las has revelado a los pequeños.
En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
----------------------------------
No sé quien eres.
Pero has llegado a la ciudad y has parado el paso de los carros con el gentío que se ha formado.
Mi compañero se baja a escucharte, y yo me quedo con los bueyes escuchando de lejos.
Porque no sé quién eres.
Das las gracias al Padre porque ha revelado las cosas a los sencillos.
Yo soy un hombre más, que labra el campo en las mañanas. Mi hijo el mayor está muy enfermo, ya no puede ponerse en pie. Y a mí nadie me ha revelado nada.
No sé quién eres y no te entiendo.
De repente dices «Venid a mí» y se ha movido algo por dentro.
«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré».
Me has mirado, por un segundo, y se ha ido mi mano al corazón, ha dado un vuelco y late fuerte.
Me apoyo en el yugo de los bueyes, que no se inmutan.
Pero está pasando algo.
¿Me hablas a mí? Si no te conozco.
¿Tú sabes quién soy?
«Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón».
Miro el yugo sobre el que me apoyo. Es de madera, heredado de mi padre y él también de su padre.
Con él los bueyes se reparten las cargas, y labran sin cansarse.
¿Qué reparta contigo las cargas? ¡No te conozco!
¿Por qué querrías ayudarme? Te oído y hasta ahora no era consciente de que mi vida pesa mucho.
Y te has revelado a mí. Que soy sencillo.
No entiendo, ¿o sí entiendo?
¿Por qué un maestro miraría a un hombre como yo?
¿Por qué te oigo y mi corazón late fuerte? ¿Por qué quiero acercarme a contarte todo?
Me sigues mirando. Susurras algo a uno de los tuyos.
Mi compañero vuelve. “Dice uno de sus discípulos que el Maestro quiere comer hoy en tu casa. Que quiere ver a tu hijo Daniel”.
Me has visto, Maestro.
Ahora sé que mi corazón te estaba buscando: ¿Quién eres?
Mt 11, 25-30 • Has escondido estas cosas a los sabios, y las has revelado a los pequeños.
En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
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No sé quien eres.
Pero has llegado a la ciudad y has parado el paso de los carros con el gentío que se ha formado.
Mi compañero se baja a escucharte, y yo me quedo con los bueyes escuchando de lejos.
Porque no sé quién eres.
Das las gracias al Padre porque ha revelado las cosas a los sencillos.
Yo soy un hombre más, que labra el campo en las mañanas. Mi hijo el mayor está muy enfermo, ya no puede ponerse en pie. Y a mí nadie me ha revelado nada.
No sé quién eres y no te entiendo.
De repente dices «Venid a mí» y se ha movido algo por dentro.
«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré».
Me has mirado, por un segundo, y se ha ido mi mano al corazón, ha dado un vuelco y late fuerte.
Me apoyo en el yugo de los bueyes, que no se inmutan.
Pero está pasando algo.
¿Me hablas a mí? Si no te conozco.
¿Tú sabes quién soy?
«Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón».
Miro el yugo sobre el que me apoyo. Es de madera, heredado de mi padre y él también de su padre.
Con él los bueyes se reparten las cargas, y labran sin cansarse.
¿Qué reparta contigo las cargas? ¡No te conozco!
¿Por qué querrías ayudarme? Te oído y hasta ahora no era consciente de que mi vida pesa mucho.
Y te has revelado a mí. Que soy sencillo.
No entiendo, ¿o sí entiendo?
¿Por qué un maestro miraría a un hombre como yo?
¿Por qué te oigo y mi corazón late fuerte? ¿Por qué quiero acercarme a contarte todo?
Me sigues mirando. Susurras algo a uno de los tuyos.
Mi compañero vuelve. “Dice uno de sus discípulos que el Maestro quiere comer hoy en tu casa. Que quiere ver a tu hijo Daniel”.
Me has visto, Maestro.
Ahora sé que mi corazón te estaba buscando: ¿Quién eres?
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