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Amen a sus Enemigos – 7o Domingo Ordinario Siguiendo al Maestro

    • キリスト教

La semana pasada las lecturas nos hablaban de la importancia de la Ley como guía para llevarnos hacia Dios, nuestra felicidad eternal.







En este Domingo continuamos con un tema relacionado: el llamado a ser santos, profundizando en el sentido de lo que la ley nos enseña.







La semana pasada las lecturas nos hablaban de la importancia de la Ley como guía para llevarnos hacia Dios, nuestra felicidad eterna. En este Domingo continuamos con un tema relacionado: el llamado a ser santos, profundizando en el sentido de lo que la ley nos enseña. La primera lectura esta tomada del libro de Levítico, uno de los cinco libros que forman la Torá, el Pentateuco. En la lectura Dios manda a Moisés decir al pueblo: “sean santos porque yo, el Señor Yahvé soy santo.” Y nuestra pregunta es esa: ¿qué quiere decir ser santos como Dios es santo? ¿es esto posible? Primero que nada, toda santidad proviene de Dios, es una participación en su santidad. En este sentido, todo ser santo es ser como Dios es santo. San Pablo usa la palabra “santos” para referirse a los fieles que viven la nueva vida en el Espíritu Santo. (ver 2 Cor. 13,12; Ef. 1,1). Esta vida la compartimos desde nuestro bautismo, y a través de todos los sacramentos que nos dan la gracia santificante; es decir, una porción, un participación en la vida misma de Dios. Teniendo esto en cuenta hay que recordar que todos compartimos en la vocación común a la santidad. Dios nos llama y Jesucristo vino al mundo para hacer posible el nosotros ser santos (ver CIC 2013). “Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (Lumen Gentium 40). Todos somos llamados a la santidad







En la lectura de este domingo se saltan todas las prohibiciones (no robarás, no mentirás, no jurarás mi nombre en falso, etc.) menos las dos últimas (No odies en tu corazón a tu hermano, pero corrige a tu prójimo, para que no te cargues con un pecado por su causa. No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo) para darnos el maravilloso mandamiento “amarás a tu prójimo como a ti mismo,” que junto con “amarás a Dios por sobre todas las cosas” forman el resumen de toda la ley que nos da Jesús. En la segunda lectura San Pablo nos ofrece la imagen del pueblo de Dios como templo. Así como Jesús establece una Nueva Alianza con su cuerpo y su sangre, nosotros los cristianos, miembros de su cuerpo formamos el verdadero Templo, donde en nosotros, al igual como en el templo antiguo, habita el Espíritu de Dios. En el siguiente pasaje vemos lo que a primera vista puede parecer paradójico: vuélvanse necios (o locos, según la traducción) para volverse sabios. A lo que se refiere el apóstol es a la necedad de la cruz que es locura para los que se pierden, pero fuerza de Dios para los que se salvan (1 Corintios 1,18). Era una locura para los judíos, ya que tenían la mentalidad de que el que moría en la cruz era maldito (Gálatas 3,13). Por eso nos dice, hay que volvernos locos, hay que abrazar la locura de la cruz para poder llegar al conocimiento de la verdad de Cristo quien nos dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan14,6). Abrazar la locura de la cruz y rechazar la sabiduría de este mundo que se niega a ver a Dios. Por último, en este pasaje Pablo nos advierte: “no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es de ustedes.” Ya anteriormente en la Primera carta a los Corintios (1,31) Pablo nos decía: “¡el que se gloríe, gloríese en el Señor!” El querer sentirnos elevados por nuestra supuesta sabiduría es un peligro espiritual muy grande, del cual debemos estar alerta.







En el evangelio, continuamos con el Sermón de la Montaña, con la sección de la Ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente. Para la sociedad semita, donde la ley de venganza era practicada, esta ley del talión era una mejora: prohibía que el casti...

La semana pasada las lecturas nos hablaban de la importancia de la Ley como guía para llevarnos hacia Dios, nuestra felicidad eternal.







En este Domingo continuamos con un tema relacionado: el llamado a ser santos, profundizando en el sentido de lo que la ley nos enseña.







La semana pasada las lecturas nos hablaban de la importancia de la Ley como guía para llevarnos hacia Dios, nuestra felicidad eterna. En este Domingo continuamos con un tema relacionado: el llamado a ser santos, profundizando en el sentido de lo que la ley nos enseña. La primera lectura esta tomada del libro de Levítico, uno de los cinco libros que forman la Torá, el Pentateuco. En la lectura Dios manda a Moisés decir al pueblo: “sean santos porque yo, el Señor Yahvé soy santo.” Y nuestra pregunta es esa: ¿qué quiere decir ser santos como Dios es santo? ¿es esto posible? Primero que nada, toda santidad proviene de Dios, es una participación en su santidad. En este sentido, todo ser santo es ser como Dios es santo. San Pablo usa la palabra “santos” para referirse a los fieles que viven la nueva vida en el Espíritu Santo. (ver 2 Cor. 13,12; Ef. 1,1). Esta vida la compartimos desde nuestro bautismo, y a través de todos los sacramentos que nos dan la gracia santificante; es decir, una porción, un participación en la vida misma de Dios. Teniendo esto en cuenta hay que recordar que todos compartimos en la vocación común a la santidad. Dios nos llama y Jesucristo vino al mundo para hacer posible el nosotros ser santos (ver CIC 2013). “Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (Lumen Gentium 40). Todos somos llamados a la santidad







En la lectura de este domingo se saltan todas las prohibiciones (no robarás, no mentirás, no jurarás mi nombre en falso, etc.) menos las dos últimas (No odies en tu corazón a tu hermano, pero corrige a tu prójimo, para que no te cargues con un pecado por su causa. No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo) para darnos el maravilloso mandamiento “amarás a tu prójimo como a ti mismo,” que junto con “amarás a Dios por sobre todas las cosas” forman el resumen de toda la ley que nos da Jesús. En la segunda lectura San Pablo nos ofrece la imagen del pueblo de Dios como templo. Así como Jesús establece una Nueva Alianza con su cuerpo y su sangre, nosotros los cristianos, miembros de su cuerpo formamos el verdadero Templo, donde en nosotros, al igual como en el templo antiguo, habita el Espíritu de Dios. En el siguiente pasaje vemos lo que a primera vista puede parecer paradójico: vuélvanse necios (o locos, según la traducción) para volverse sabios. A lo que se refiere el apóstol es a la necedad de la cruz que es locura para los que se pierden, pero fuerza de Dios para los que se salvan (1 Corintios 1,18). Era una locura para los judíos, ya que tenían la mentalidad de que el que moría en la cruz era maldito (Gálatas 3,13). Por eso nos dice, hay que volvernos locos, hay que abrazar la locura de la cruz para poder llegar al conocimiento de la verdad de Cristo quien nos dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan14,6). Abrazar la locura de la cruz y rechazar la sabiduría de este mundo que se niega a ver a Dios. Por último, en este pasaje Pablo nos advierte: “no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es de ustedes.” Ya anteriormente en la Primera carta a los Corintios (1,31) Pablo nos decía: “¡el que se gloríe, gloríese en el Señor!” El querer sentirnos elevados por nuestra supuesta sabiduría es un peligro espiritual muy grande, del cual debemos estar alerta.







En el evangelio, continuamos con el Sermón de la Montaña, con la sección de la Ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente. Para la sociedad semita, donde la ley de venganza era practicada, esta ley del talión era una mejora: prohibía que el casti...

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