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Lunes, 20 de mayo de 2024 Voces en On | HAKUNA

    • Religión y espiritualidad

Jn 19, 25-34 • Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre.

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo».
Luego, dijo al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre».
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
«Tengo sed».
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
«Está cumplido».
E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran.
Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.

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Un día común que no se siente como tal.
Dos ladrones y este nazareno.
Llevamos horas aquí y, al pie de la cruz, siguen una mujer y un joven.

Caos.
Silencio.

El nazareno murmura. Quiero mandarlo callar pero esta vez, no sé, no puedo, y dejo que hable:

“Ahí tienes a tu madre.
Ahí tienes a tu hijo”.

¿Su madre? La veo llorar, pero en sus ojos hay paz. Cruzaron miradas y por un momento y, mientras los veía, el tiempo dejó de correr.

Veo al chico, al que ahora es su hijo. Se ha acercado más a ella, la abraza, la sostiene, la consuela.

Desde la cruz, los invita a entregarse ambos el uno al otro.

¿Quién es este hombre?

¿Por qué no para de darse si su pueblo lo mata?

¿Quién es este hombre?

No lo sé, pero bastó una mirada suya y dos palabras para sacudir el Gólgota: “está cumplido”.

Jn 19, 25-34 • Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre.

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo».
Luego, dijo al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre».
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
«Tengo sed».
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
«Está cumplido».
E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran.
Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.

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Un día común que no se siente como tal.
Dos ladrones y este nazareno.
Llevamos horas aquí y, al pie de la cruz, siguen una mujer y un joven.

Caos.
Silencio.

El nazareno murmura. Quiero mandarlo callar pero esta vez, no sé, no puedo, y dejo que hable:

“Ahí tienes a tu madre.
Ahí tienes a tu hijo”.

¿Su madre? La veo llorar, pero en sus ojos hay paz. Cruzaron miradas y por un momento y, mientras los veía, el tiempo dejó de correr.

Veo al chico, al que ahora es su hijo. Se ha acercado más a ella, la abraza, la sostiene, la consuela.

Desde la cruz, los invita a entregarse ambos el uno al otro.

¿Quién es este hombre?

¿Por qué no para de darse si su pueblo lo mata?

¿Quién es este hombre?

No lo sé, pero bastó una mirada suya y dos palabras para sacudir el Gólgota: “está cumplido”.

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