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¿De qué sirve la educación si no tenemos "futuro"? Con Marina Garcés Salir del Grupo

    • Society & Culture

El pasado septiembre, un estudiante de la universidad de Tsinghua en Beijing fue captado en vídeo mientras conducía su bici y trabajaba —a la vez— en la preparación de un examen con su ordenador portátil apoyado en el manillar. El vídeo se hizo viral en las redes sociales chinas y pronto otros estudiantes empezaron a postear vídeos y fotos con escenas similares junto el hashtag #involution. Es decir, ‘involución’ como desarrollo retrógrado, lo contrario a ‘evolución’.

El antropólogo norteamericano Clifford Geertz popularizó en 1963 el término en su libro Involución agrícola. Su teoría de la involución consistía en que un incremento en input (mano de obra) no genera un aumento proporcional en output (cultivos e innovación), resultando en una disminución de la riqueza per cápita. Es más, si no le pones topes al cultivo extractivo de la tierra, el terreno deja de evolucionar hasta que, finalmente, muere.

El sistema educativo actual se basa precisamente en eso: en la extracción sin límites de las capacidades de los alumnos. Cultivamos sus competencias como si ellos fuesen perros de raza en una competición por un mercado laboral con muy pocas ofertas. Películas como Los Juegos del Hambre son tan populares entre los jóvenes porque nos recuerdan que sólo aquellos que consiguen adaptarse al juego con todo tipo de artimañas ganan en la batalla por la escasez.

De todo esto quise hablar con Marina Garcés, una de mis filósofas de cabecera. Marina es escritora, dirige el Máster de Filosofía para los retos contemporáneos en la Universitat Oberta de Catalunya, es impulsora del proyecto colectivo Espai Blanc de pensamiento crítico y experimental, y acaba de publicar el más que necesario libro, Escuela de Aprendices.

Lectura recomendada:

https://www.traficantes.net/libros/escuela-de-aprendices

El pasado septiembre, un estudiante de la universidad de Tsinghua en Beijing fue captado en vídeo mientras conducía su bici y trabajaba —a la vez— en la preparación de un examen con su ordenador portátil apoyado en el manillar. El vídeo se hizo viral en las redes sociales chinas y pronto otros estudiantes empezaron a postear vídeos y fotos con escenas similares junto el hashtag #involution. Es decir, ‘involución’ como desarrollo retrógrado, lo contrario a ‘evolución’.

El antropólogo norteamericano Clifford Geertz popularizó en 1963 el término en su libro Involución agrícola. Su teoría de la involución consistía en que un incremento en input (mano de obra) no genera un aumento proporcional en output (cultivos e innovación), resultando en una disminución de la riqueza per cápita. Es más, si no le pones topes al cultivo extractivo de la tierra, el terreno deja de evolucionar hasta que, finalmente, muere.

El sistema educativo actual se basa precisamente en eso: en la extracción sin límites de las capacidades de los alumnos. Cultivamos sus competencias como si ellos fuesen perros de raza en una competición por un mercado laboral con muy pocas ofertas. Películas como Los Juegos del Hambre son tan populares entre los jóvenes porque nos recuerdan que sólo aquellos que consiguen adaptarse al juego con todo tipo de artimañas ganan en la batalla por la escasez.

De todo esto quise hablar con Marina Garcés, una de mis filósofas de cabecera. Marina es escritora, dirige el Máster de Filosofía para los retos contemporáneos en la Universitat Oberta de Catalunya, es impulsora del proyecto colectivo Espai Blanc de pensamiento crítico y experimental, y acaba de publicar el más que necesario libro, Escuela de Aprendices.

Lectura recomendada:

https://www.traficantes.net/libros/escuela-de-aprendices

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