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Y después de los dardos ¿qué‪?‬ #EntreNos Conversaciones en La Barra

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La democracia es un sistema que -sin ser perfecto- cuenta con principios fundamentales que deben adoptarse en todas las sociedades que se precien de llamarse democráticas, sean estas dirigidas por gobiernos de derecha, de izquierda, socialistas, comunistas, conservadores o liberales.

La prensa libre es uno de los elementos fundamentales en una democracia, pues es la responsable de ser crítica con sus gobiernos y de vigilar al poder ejercido por esos políticos, sean de izquierda, derecha, conservadores, liberales, etcétera... Como periodistas, estamos obligados a mirar el mundo identificando quién ejerce el poder sobre los demás para contar historias desde las voces de quienes no ostentan el poder. Que se sepa, eso es periodismo básico.

En una democracia, los medios de comunicación tienen y deben tener la libertad de elegir sus propias líneas editoriales, claro, pero deben transparentarlas ante sus audiencias, siempre bajo el amparo de esos principios de la democracia. Pero eso no ocurre. ¿Cómo podemos creernos demócratas e independientes si usamos nuestros espacios en prensa para aplaudir a los políticos que nos simpatizan o para destruir a los que no nos agradan? ¿Nos hemos preguntado a cuántas familias enteras inocentes hemos lapidado para siempre luego de ventilar nuestras afinidades políticas usando al periodismo?

Ecuador vive uno de los tiempos más adversos de su historia. El país donde nací se ha convertido en un campo minado lleno de burdos superhéroes y burdos villanos, unos más criminales que otros. Esta es una sociedad polarizada que mira el mundo como si fuese una moneda de dos caras y no una esfera polifacética, compleja, multicolor y diversa. Esta mañana, un buen amigo me confesó que no resiste más y que él con su familia se irán a vivir lejos porque ya no creen que haya remedio para tanto odio. A mí me sostiene este oficio y la esperanza de que podamos todavía rendirle honor al valor de la conversación horizontal, respetuosa y humana.

Me pregunto por qué el periodismo ha perdido credibilidad en América Latina y en buena parte del mundo. ¿Por qué la gente no se identifica con los medios y con los periodistas y más bien siente repudio por nosotros? ¿Será porque nos la pasamos clavando dardos a los demás para hacernos famosos? ¿Será porque cada vez nos importan menos los derechos de la gente a protestar, a organizarse o a pensar distinto?

Yo creo que en lugar de juntarnos para cumplir con nuestro deber de vigilar día y noche a los poderosos de turno, sean quienes sean, nos hemos acostumbrado a perder el tiempo en bronquitas domésticas de machos adolescentes.

Aprendimos que el periodismo no puede hacerle el juego a ningún poder, sea de izquierda o de derecha, porque estaríamos violando la democracia que tanto decimos defender. Pero todos los días vemos dardos que van y vienen.

¿No estamos lanzando dardos también cuando publicamos filtraciones disfrazadas de contenidos periodísticos? ¿Cuando nos casamos con nuestras fuentes? ¿Qué tan democrático es publicar algo que no ha sido contrastado? ¿Cuán cómplices de los malos gobiernos somos y hemos sido los periodistas durante estos 42 años de supuesta democracia? ¿Qué tan ético es criticar la prepotencia de los políticos de izquierda o de derecha y más tarde ser igual de prepotentes en nuestros espacios periodísticos? ¿Queremos que los más pequeños crezcan creyendo que esto es hacer periodismo y pisotear la trayectoria de Svetlana Alexiévich, Ryszard Kapuściński, Roberto Saviano o Leila Guerriero?

¿Seríamos capaces de lanzar los dardos a quienes vemos como nuestros enemigos si los tuviéramos enfrente, o solo lo hacemos cuando estamos protegidos por las cámaras y las pantallas?

La democracia es un sistema que -sin ser perfecto- cuenta con principios fundamentales que deben adoptarse en todas las sociedades que se precien de llamarse democráticas, sean estas dirigidas por gobiernos de derecha, de izquierda, socialistas, comunistas, conservadores o liberales.

La prensa libre es uno de los elementos fundamentales en una democracia, pues es la responsable de ser crítica con sus gobiernos y de vigilar al poder ejercido por esos políticos, sean de izquierda, derecha, conservadores, liberales, etcétera... Como periodistas, estamos obligados a mirar el mundo identificando quién ejerce el poder sobre los demás para contar historias desde las voces de quienes no ostentan el poder. Que se sepa, eso es periodismo básico.

En una democracia, los medios de comunicación tienen y deben tener la libertad de elegir sus propias líneas editoriales, claro, pero deben transparentarlas ante sus audiencias, siempre bajo el amparo de esos principios de la democracia. Pero eso no ocurre. ¿Cómo podemos creernos demócratas e independientes si usamos nuestros espacios en prensa para aplaudir a los políticos que nos simpatizan o para destruir a los que no nos agradan? ¿Nos hemos preguntado a cuántas familias enteras inocentes hemos lapidado para siempre luego de ventilar nuestras afinidades políticas usando al periodismo?

Ecuador vive uno de los tiempos más adversos de su historia. El país donde nací se ha convertido en un campo minado lleno de burdos superhéroes y burdos villanos, unos más criminales que otros. Esta es una sociedad polarizada que mira el mundo como si fuese una moneda de dos caras y no una esfera polifacética, compleja, multicolor y diversa. Esta mañana, un buen amigo me confesó que no resiste más y que él con su familia se irán a vivir lejos porque ya no creen que haya remedio para tanto odio. A mí me sostiene este oficio y la esperanza de que podamos todavía rendirle honor al valor de la conversación horizontal, respetuosa y humana.

Me pregunto por qué el periodismo ha perdido credibilidad en América Latina y en buena parte del mundo. ¿Por qué la gente no se identifica con los medios y con los periodistas y más bien siente repudio por nosotros? ¿Será porque nos la pasamos clavando dardos a los demás para hacernos famosos? ¿Será porque cada vez nos importan menos los derechos de la gente a protestar, a organizarse o a pensar distinto?

Yo creo que en lugar de juntarnos para cumplir con nuestro deber de vigilar día y noche a los poderosos de turno, sean quienes sean, nos hemos acostumbrado a perder el tiempo en bronquitas domésticas de machos adolescentes.

Aprendimos que el periodismo no puede hacerle el juego a ningún poder, sea de izquierda o de derecha, porque estaríamos violando la democracia que tanto decimos defender. Pero todos los días vemos dardos que van y vienen.

¿No estamos lanzando dardos también cuando publicamos filtraciones disfrazadas de contenidos periodísticos? ¿Cuando nos casamos con nuestras fuentes? ¿Qué tan democrático es publicar algo que no ha sido contrastado? ¿Cuán cómplices de los malos gobiernos somos y hemos sido los periodistas durante estos 42 años de supuesta democracia? ¿Qué tan ético es criticar la prepotencia de los políticos de izquierda o de derecha y más tarde ser igual de prepotentes en nuestros espacios periodísticos? ¿Queremos que los más pequeños crezcan creyendo que esto es hacer periodismo y pisotear la trayectoria de Svetlana Alexiévich, Ryszard Kapuściński, Roberto Saviano o Leila Guerriero?

¿Seríamos capaces de lanzar los dardos a quienes vemos como nuestros enemigos si los tuviéramos enfrente, o solo lo hacemos cuando estamos protegidos por las cámaras y las pantallas?

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