10 min.

La raíz de la amargura Hablemos de...

    • Christendom

No dejes que la amargura eche raíces

Todas sabemos lo difícil que es estar cerca de alguien -o quizá nosotras mismas hemos sido aquellas- con amargura en el corazón. La amargura impide mantener relaciones sanas con el resto de las personas. 

La Biblia dice en Hebreos 12: 15-16: “Asegúrense de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz amarga brote y cause dificultades y corrompa a muchos”. 

La amargura puede ser comparada como un ácido que destruye el recipiente en el que está contenido, lo cual, llevado al plano del alma roba el gozo y la paz de quien la tiene.

Definitivamente, una persona amargada no puede ser feliz, por más que intente aparentarlo, ya que estar en ese estado afecta nuestra relación con Dios.

La amargura es respuesta de la ira o resentimiento, producido por personas o circunstancias dolorosas o difíciles y contamina a quienes están cerca de nosotros. 

Efesios 4:31-32 recomienda: “abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo”.

El sentimiento de amargura contrista al Espíritu de Dios. Las personas que no perdonan terminan siendo duras, frías y enfermas, resulta difícil convivir con ellas. Es más fácil reconocer la amargura en alguien más que en nosotras mismas.

La amargura afecta a todos a nuestro alrededor y nuestro cuerpo, pero el poder del perdón también tiene efectos inimaginables porque permitimos que Dios se encargue y traiga sanidad no solo a nosotras sino a las personas a nuestro alrededor. 

Un buen ejemplo en la Biblia de alguien que no dejó que la amargura echara raíces fue José, quien pese a ser vendido por sus hermanos, los perdonó y ayudó en tiempos de dificultad. 

“Dios tiene el control soberano de todas las heridas que otros nos infligen y las usará con propósitos redentores en nuestra vida si se lo permitimos”.

Finalmente, Romanos 8:28 nos enseña: “Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo a su propósito”.

Así que incluso, aquello que te hicieron y te dañó puede servir para bien de tu alma si decides perdonar y dejar que Dios sane y transforme. 

No dejes que la amargura eche raíces

Todas sabemos lo difícil que es estar cerca de alguien -o quizá nosotras mismas hemos sido aquellas- con amargura en el corazón. La amargura impide mantener relaciones sanas con el resto de las personas. 

La Biblia dice en Hebreos 12: 15-16: “Asegúrense de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz amarga brote y cause dificultades y corrompa a muchos”. 

La amargura puede ser comparada como un ácido que destruye el recipiente en el que está contenido, lo cual, llevado al plano del alma roba el gozo y la paz de quien la tiene.

Definitivamente, una persona amargada no puede ser feliz, por más que intente aparentarlo, ya que estar en ese estado afecta nuestra relación con Dios.

La amargura es respuesta de la ira o resentimiento, producido por personas o circunstancias dolorosas o difíciles y contamina a quienes están cerca de nosotros. 

Efesios 4:31-32 recomienda: “abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo”.

El sentimiento de amargura contrista al Espíritu de Dios. Las personas que no perdonan terminan siendo duras, frías y enfermas, resulta difícil convivir con ellas. Es más fácil reconocer la amargura en alguien más que en nosotras mismas.

La amargura afecta a todos a nuestro alrededor y nuestro cuerpo, pero el poder del perdón también tiene efectos inimaginables porque permitimos que Dios se encargue y traiga sanidad no solo a nosotras sino a las personas a nuestro alrededor. 

Un buen ejemplo en la Biblia de alguien que no dejó que la amargura echara raíces fue José, quien pese a ser vendido por sus hermanos, los perdonó y ayudó en tiempos de dificultad. 

“Dios tiene el control soberano de todas las heridas que otros nos infligen y las usará con propósitos redentores en nuestra vida si se lo permitimos”.

Finalmente, Romanos 8:28 nos enseña: “Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo a su propósito”.

Así que incluso, aquello que te hicieron y te dañó puede servir para bien de tu alma si decides perdonar y dejar que Dios sane y transforme. 

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