Cuando el paisaje es un volcán. Lo que la tierra debe a los volcanes: geografía, literatura y arte bajo el volcán Exploración del planeta

La erupción no es un suceso anómalo en nuestra civilización mediterránea y atlántica. Desde los más viejos cantos y mitos está presente en ella y sus catástrofes son contadas aún hoy con pavor. Junto al mundo clásico, el fondo bíblico de nuestra cultura expresa también la alegoría de la erupción en el mismo nacimiento de la norma divina. Y las llamas de la tierra profunda han albergado luego, en obras maestras, una geografía religiosa de la muerte y de la culpa.

Más adelante, pero ya desde hace siglos, la exploración y la ciencia han intuido o descrito un interior del planeta con redes de canales y cámaras de fuego cuyos extremos asomarían en las bocas ígneas de los volcanes. En los tiempos recientes de la experiencia y la razón se ha buscado la explicación de sus dinamismos, se han trazado sus mapas con la descripción de sus lugares, se han clasificado sus modalidades y se han intentado paliar sus desastres conociendo sus comportamientos. El arte, además, ha creado una imagen paralela de la fuerte belleza del volcán como una rama específica del paisaje.

En territorio propio, también muestra la Península Ibérica paisajes volcánicos muertos o dormidos. Pero es en las Islas Canarias donde las manifestaciones eruptivas han construido la totalidad de sus relieves y donde aún permanecen activas. La reciente erupción de La Palma, tras cincuenta años de calma volcánica en la isla, no es sino el último episodio, de momento, en la activa construcción física del archipiélago.