Meditaciones diarias Jose Brage

Meditación predicada el miércoles de la XXIII semana del Tiempo Ordinario, durante una convivencia de formación de sacerdotes. Tomando la figura de San Juan Bautista, meditamos sobre la grandeza de la misión del sacerdote, y la importancia de saber desaparecer y "oscurecerse" para dirigir hacia Cristo el cariño de las personas.

Meditación en el domingo XII del Tiempo Ordinario (B). El Evangelio nos muestra a Jesús dormido en la barca de los discípulos, cuando se desata una tormenta. Los discípulos despiertan a Jesús y Él calma la tempestad. En la vida atravesamos tormentas, pero llevamos a Jesús con nosotros. Los sufrimientos del cuerpo, los dolores del corazón y las desolaciones del alma, cuando vengan, nos pueden unir más a Él.

Meditación en el sábado de la XI semana del Tiempo Ordinario. Jesús, en el Evangelio de hoy, nos advierte que no podemos servir a dos señores, a Dios y al dinero. Sería un lastre en nuestra vida dejar entrar en el corazón el amor al dinero, la avaricia. Naturalmente necesitamos dinero para vivir, pero usándolo, no amándolo, compartiéndolo con quienes lo necesitan más que nosotros y no poniendo en él nuestras esperanzas de felicidad.

Meditación en el viernes de la XI semana del Tiempo Ordinario. Jesús nos dice en el Evangelio de hoy: «Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón». Eso se logra con el amor, queriendo a los demás, porque es lo único que pervivirá en el Cielo. A eso se dirige el esfuerzo de lograr tener los mismos sentimientos que Cristo.

Meditación en el jueves de la XI semana del Tiempo Ordinario. En el Evangelio de hoy, Jesús nos enseña el Padrenuestro, esa oración que es la mejor que podemos hacer, y que engloba todo.

Meditación sobre el Evangelio del miércoles de la XI semana del Tiempo Ordinario. Jesús nos habla de la rectitud de intención a la hora de la limosna y la oración. No actuar cara a los hombres sino cara a Dios. El amor a Dios y a los demás por Él es la única intención pura. Esta rectitud de intención es la que se esconde en la bienaventuranza de los limpios de corazón, y el premio, como allí se dice, es ver a Dios. Ya en esta vida.