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Zaragoza te habla - Zaragoza y sus necrópolis ZARAGOZA TE HABLA

    • 歷史

En el programa de hoy, sexto ya de la temporada, y cuando según el Ministerio de Sanidad ya se han superado los 100.000 fallecimientos por el COVID-19 en España, os propongo hacer un breve repaso de los diferentes lugares de enterramiento que ha tenido Zaragoza desde su fundación romana hace 2.037 años, que son bastantes, y alguno ciertamente sorprendente.
Cuando en el año 15 antes de Nuestra Era tuvo lugar la fundación de la Colonia de Caesaraugusta, en Roma ya estaba asentada hacía tiempo la prohibición de enterrar cadáveres dentro del perímetro de la ciudad por razones de higiene y seguridad. Por ello, los enterramientos se realizaban a ambos lados de los principales caminos de acceso a la urbe. Así, en la Zaragoza romana hubo una necrópolis en la parte oriental de la periferia que, una vez cruzado el río Huerva, se extendía a ambos lados de la calzada que llevaba a la actual Gelsa, en lo que hoy es el barrio de Las Fuentes hasta la altura de la calle del Monasterio de Nuestra Señora del Pueyo. Otra necrópolis se extendía en la zona occidental de la ciudad, junto a la calzada que prolongaba el decumano máximo en dirección a la actual ciudad de Astorga, siguiendo la actual calle de los Predicadores. Se supone que había otra necrópolis junto a la calzada que salía de la ciudad hacia el sur, en lo que hoy sería el paseo de la Independencia y la plaza de Aragón, aunque en este caso y a diferencia de los dos anteriores, no se han encontrado restos arqueológicos que lo confirmen, como tampoco ha sucedido en el camino de salida hacia el norte por el Arrabal.
Los primeros enterramientos cristianos continuaron la costumbre de realizarlos donde ya lo hacían los romanos, aportando algunos espacios propios, como el actual paseo de Echegaray y Caballero y el entorno de la plaza de Santa Engracia, donde encontraron descanso eterno los famosos dieciocho “Innumerables Mártires”. En la etapa visigoda comienza a generalizarse la práctica de enterrar en las iglesias parroquiales, si bien sólo en el caso de los sacerdotes y algunos seglares “virtuosos y meritorios”.
Durante el dominio musulmán de Saraqusta, los muertos se enterraban en tres “almecoras” fuera de la ciudad, pero no muy lejos de las puertas de acceso. Las dos primeras, al oeste y al sur, se correspondían con las preexistentes zonas de enterramiento de romanos (calle de los Predicadores) y cristianos (plaza de santa Engracia), y la del este se extendía por el arrabal luego ocupado por el convento, primero de San Francisco y luego de San Agustín.
La conquista cristiana de 1118 generó un espacio denominado “Barranco de la Muerte” en el monte de Torrero, donde supuestamente habría habido un encuentro armado y gran cantidad de moros habrían allí muerto. Ese año supuso también una auténtica revolución en lo que a las necrópolis se refiere, ya que se abandonó el enterramiento en la periferia de la ciudad para practicarlo bien junto a las iglesias intramuros, en una zona anexa a la iglesia denominada fosal o fosar, o bien en el interior mismo de los templos, como ya se empezó a practicar en tiempos de los visigodos. De esta forma, apareció una miríada de espacios de enterramiento, que incluía tanto las parroquias (nueve mayores: La Seo del Salvador, Santa María la Mayor, San Gil, Santiago o San Jaime, Santa María Magdalena, San Felipe, Santa Cruz, San Pablo y San Juan del Puente; seis menores: San Nicolás, San Lorenzo, San Andrés, San Pedro, San Juan el Viejo y San Miguel de los Navarros; y una dependiente de la diócesis de Huesca: Santa Engracia), los conventos mendicantes (el ya referido de los Franciscanos y luego Agustinos, Predicadores de Santo Domingo, Predicadoras de Santa Inés, frailes menores de Franciscanos, Santa Catalina, Jerusalén, Carmelitas), las órdenes militares (El Temple, San Juan, Santo Sepulcro), y también los espacios segregados de las religiones minoritarias (Fosal de los Moros y Fosal de la

En el programa de hoy, sexto ya de la temporada, y cuando según el Ministerio de Sanidad ya se han superado los 100.000 fallecimientos por el COVID-19 en España, os propongo hacer un breve repaso de los diferentes lugares de enterramiento que ha tenido Zaragoza desde su fundación romana hace 2.037 años, que son bastantes, y alguno ciertamente sorprendente.
Cuando en el año 15 antes de Nuestra Era tuvo lugar la fundación de la Colonia de Caesaraugusta, en Roma ya estaba asentada hacía tiempo la prohibición de enterrar cadáveres dentro del perímetro de la ciudad por razones de higiene y seguridad. Por ello, los enterramientos se realizaban a ambos lados de los principales caminos de acceso a la urbe. Así, en la Zaragoza romana hubo una necrópolis en la parte oriental de la periferia que, una vez cruzado el río Huerva, se extendía a ambos lados de la calzada que llevaba a la actual Gelsa, en lo que hoy es el barrio de Las Fuentes hasta la altura de la calle del Monasterio de Nuestra Señora del Pueyo. Otra necrópolis se extendía en la zona occidental de la ciudad, junto a la calzada que prolongaba el decumano máximo en dirección a la actual ciudad de Astorga, siguiendo la actual calle de los Predicadores. Se supone que había otra necrópolis junto a la calzada que salía de la ciudad hacia el sur, en lo que hoy sería el paseo de la Independencia y la plaza de Aragón, aunque en este caso y a diferencia de los dos anteriores, no se han encontrado restos arqueológicos que lo confirmen, como tampoco ha sucedido en el camino de salida hacia el norte por el Arrabal.
Los primeros enterramientos cristianos continuaron la costumbre de realizarlos donde ya lo hacían los romanos, aportando algunos espacios propios, como el actual paseo de Echegaray y Caballero y el entorno de la plaza de Santa Engracia, donde encontraron descanso eterno los famosos dieciocho “Innumerables Mártires”. En la etapa visigoda comienza a generalizarse la práctica de enterrar en las iglesias parroquiales, si bien sólo en el caso de los sacerdotes y algunos seglares “virtuosos y meritorios”.
Durante el dominio musulmán de Saraqusta, los muertos se enterraban en tres “almecoras” fuera de la ciudad, pero no muy lejos de las puertas de acceso. Las dos primeras, al oeste y al sur, se correspondían con las preexistentes zonas de enterramiento de romanos (calle de los Predicadores) y cristianos (plaza de santa Engracia), y la del este se extendía por el arrabal luego ocupado por el convento, primero de San Francisco y luego de San Agustín.
La conquista cristiana de 1118 generó un espacio denominado “Barranco de la Muerte” en el monte de Torrero, donde supuestamente habría habido un encuentro armado y gran cantidad de moros habrían allí muerto. Ese año supuso también una auténtica revolución en lo que a las necrópolis se refiere, ya que se abandonó el enterramiento en la periferia de la ciudad para practicarlo bien junto a las iglesias intramuros, en una zona anexa a la iglesia denominada fosal o fosar, o bien en el interior mismo de los templos, como ya se empezó a practicar en tiempos de los visigodos. De esta forma, apareció una miríada de espacios de enterramiento, que incluía tanto las parroquias (nueve mayores: La Seo del Salvador, Santa María la Mayor, San Gil, Santiago o San Jaime, Santa María Magdalena, San Felipe, Santa Cruz, San Pablo y San Juan del Puente; seis menores: San Nicolás, San Lorenzo, San Andrés, San Pedro, San Juan el Viejo y San Miguel de los Navarros; y una dependiente de la diócesis de Huesca: Santa Engracia), los conventos mendicantes (el ya referido de los Franciscanos y luego Agustinos, Predicadores de Santo Domingo, Predicadoras de Santa Inés, frailes menores de Franciscanos, Santa Catalina, Jerusalén, Carmelitas), las órdenes militares (El Temple, San Juan, Santo Sepulcro), y también los espacios segregados de las religiones minoritarias (Fosal de los Moros y Fosal de la

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