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#103. La edad de la santidad Yo estaré siempre con vosotros. Catequesis de andar por casa

    • Education for Kids

Para ser santo no hay edad, es en ese momento de apertura a la gracia y en una respuesta generosa. A lo largo de toda la historia de la Iglesia nos hemos encontrado con niños y niñas, adolescentes que le han dicho sí a Jesús hasta entregar la vida. 

Tenemos santos en edad muy pequeña por confesión de la fe, como los Stos. Justo y Pastor, Sta. Eulalia, Sta. Inés e innumerables en las persecuciones en China, Corea y Japón, como la niña Sta. Ana Wang; por guardar su pureza como S. Pelayo o Sta. María Goretti; sabiendo vivir la enfermedad como Jacinta y Francisco Martos, los videntes de la Virgen en Fátima o la beata Laura Vicuña.

Por defender la eucaristía como S. Tarsicio, o la niña china La, cuya historia es impresionante. 

Es muy importante para los padres cristianos cultivar el deseo de la santidad en sus hijos e hijas. Que se le dé la importancia y el valor que tiene vivir abiertos a la acción de Dios que nos conduce a la plenitud. Motivar, cuidar y acompañar este deseo es fuente de verdadera felicidad.

Para ser santo no hay edad, es en ese momento de apertura a la gracia y en una respuesta generosa. A lo largo de toda la historia de la Iglesia nos hemos encontrado con niños y niñas, adolescentes que le han dicho sí a Jesús hasta entregar la vida. 

Tenemos santos en edad muy pequeña por confesión de la fe, como los Stos. Justo y Pastor, Sta. Eulalia, Sta. Inés e innumerables en las persecuciones en China, Corea y Japón, como la niña Sta. Ana Wang; por guardar su pureza como S. Pelayo o Sta. María Goretti; sabiendo vivir la enfermedad como Jacinta y Francisco Martos, los videntes de la Virgen en Fátima o la beata Laura Vicuña.

Por defender la eucaristía como S. Tarsicio, o la niña china La, cuya historia es impresionante. 

Es muy importante para los padres cristianos cultivar el deseo de la santidad en sus hijos e hijas. Que se le dé la importancia y el valor que tiene vivir abiertos a la acción de Dios que nos conduce a la plenitud. Motivar, cuidar y acompañar este deseo es fuente de verdadera felicidad.

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