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¿Cómo será el agricultor del futuro? Autónomos, asalariados o robots La granja

    • Business

El sector agrícola y el de la alimentación son testigos de un cambio significativo en el ámbito laboral. El futuro del trabajo en el campo presenta nuevas oportunidades, pero, sobre todo, nuevos desafíos. A medida que la tecnología avanza, mientras la sociedad demanda una agricultura más sostenible, la transformación se hace inevitable. Y afectará tanto a las prácticas tradicionales del campo, como a los propios trabajadores.
El envejecimiento de los agricultores, la escasa rentabilidad que obtienen y la falta de relevo, arrojan una incógnita sobre el futuro de esta labor. Aunque hasta ahora la familia tenía un gran peso en el trabajo en el campo, cada vez es más frecuente encontrar otras alternativas, como el de trabajadores asalariados, o incluso máquinas robotizadas.
De hecho, los datos oficiales señalan que el 93% del casi millón de explotacionoes que hay en España, tienen como titular a una persona física. Pero su rentabilidad languidece en comparación con el 7% restante de tierras, en manos de figuras jurídicas, y que acaparan el 42% del valor de la producción agrícola total.
Son varias las organizaciones agrarias que han advertido sobre lo alarmante de esta concentración de la rentabilidad. Por ejemplo, desde Coag, en declaraciones recogidas por EFE, denominan a este fenómeno como la 'uberización del campo', un proceso por el que una actividad económica y social, como la agraria, pasa a ser desarrollada por múltiples pequeñas empresas y autónomos independientes, a quedar en manos de muy pocos actores con capacidad de decisión.
El volumen de transacciones realizadas por fondos de inversión en el sector agroalimentario, en España y Portugal, en 2022, fue superior a los 1.000 millones de euros, un 20% más que el año anterior, según la consultora CBRE. Las principales operaciones fueron de 'buy and leaseback', compra con un arriendo posterior, de adquisición de tierra para su gestión por parte de un operador, y de adquisición de participaciones en empresas que operan en el sector agrícola.
Estas empresas requieren de mano de obra asalariada, cuando no de robots que puedan suplir algunas tareas, para escalar los rendimientos, con cultivos intensivos y altamente mecanizados.
Desde Coag advierten, además, sobre prácticas como las cadenas de valor integradas, por las que si bien un agricultor o ganadero siguen siendo propietarios de sus tierras o sus granjas, en la práctica funcionan como asalariados para una empresa.
En este modelo y otros similares, presentes en sectores como el porcino, la uva de mesa o el vacuno de leche, el productor agrario firma contratos de compraventa con empresas y supedita su supervivencia al destino y a los intereses de esta compañía.
Se perfila así un cambio de paradigma en la figura del agricultor, reforzado en la desafección de muchos jóvenes hacia la labor agrícola, que no quieren continuar el trabajo de sus padres y abuelos. Un situación que se demuestra por el hecho de que el 41 % de los titulares de explotaciones agrarias sea ya mayor de 65 años y que sólo el 47 % tenga menos de 35 años.
Desde la organización agraria defienden, por contra, un modelo con un gran número de explotaciones independientes, establecidas en el territorio, con titulares y trabajadores viviendo en el medio rural. Un modelo que aporta más valor a la sociedad, y que además ofrece un suministro alimentario más seguro que el de la concentración en pocas manos de este negocio.
Por supuesto, el modelo tradicional debe evolucionar, y asimilar tendencias relacionadas con las economías de escala y el uso de la información y los datos. Un camino para el que sería útil, por ejemplo, una unión en cooperativas.
En la misma línea, desde la organización Cooperativas Agroalimentarias de España destacan que no creen que los grandes capitales vayan a sustituir a toda la agricultura, y además no representan el modelo de futuro, porque su objetivo no es la sostenibilida

El sector agrícola y el de la alimentación son testigos de un cambio significativo en el ámbito laboral. El futuro del trabajo en el campo presenta nuevas oportunidades, pero, sobre todo, nuevos desafíos. A medida que la tecnología avanza, mientras la sociedad demanda una agricultura más sostenible, la transformación se hace inevitable. Y afectará tanto a las prácticas tradicionales del campo, como a los propios trabajadores.
El envejecimiento de los agricultores, la escasa rentabilidad que obtienen y la falta de relevo, arrojan una incógnita sobre el futuro de esta labor. Aunque hasta ahora la familia tenía un gran peso en el trabajo en el campo, cada vez es más frecuente encontrar otras alternativas, como el de trabajadores asalariados, o incluso máquinas robotizadas.
De hecho, los datos oficiales señalan que el 93% del casi millón de explotacionoes que hay en España, tienen como titular a una persona física. Pero su rentabilidad languidece en comparación con el 7% restante de tierras, en manos de figuras jurídicas, y que acaparan el 42% del valor de la producción agrícola total.
Son varias las organizaciones agrarias que han advertido sobre lo alarmante de esta concentración de la rentabilidad. Por ejemplo, desde Coag, en declaraciones recogidas por EFE, denominan a este fenómeno como la 'uberización del campo', un proceso por el que una actividad económica y social, como la agraria, pasa a ser desarrollada por múltiples pequeñas empresas y autónomos independientes, a quedar en manos de muy pocos actores con capacidad de decisión.
El volumen de transacciones realizadas por fondos de inversión en el sector agroalimentario, en España y Portugal, en 2022, fue superior a los 1.000 millones de euros, un 20% más que el año anterior, según la consultora CBRE. Las principales operaciones fueron de 'buy and leaseback', compra con un arriendo posterior, de adquisición de tierra para su gestión por parte de un operador, y de adquisición de participaciones en empresas que operan en el sector agrícola.
Estas empresas requieren de mano de obra asalariada, cuando no de robots que puedan suplir algunas tareas, para escalar los rendimientos, con cultivos intensivos y altamente mecanizados.
Desde Coag advierten, además, sobre prácticas como las cadenas de valor integradas, por las que si bien un agricultor o ganadero siguen siendo propietarios de sus tierras o sus granjas, en la práctica funcionan como asalariados para una empresa.
En este modelo y otros similares, presentes en sectores como el porcino, la uva de mesa o el vacuno de leche, el productor agrario firma contratos de compraventa con empresas y supedita su supervivencia al destino y a los intereses de esta compañía.
Se perfila así un cambio de paradigma en la figura del agricultor, reforzado en la desafección de muchos jóvenes hacia la labor agrícola, que no quieren continuar el trabajo de sus padres y abuelos. Un situación que se demuestra por el hecho de que el 41 % de los titulares de explotaciones agrarias sea ya mayor de 65 años y que sólo el 47 % tenga menos de 35 años.
Desde la organización agraria defienden, por contra, un modelo con un gran número de explotaciones independientes, establecidas en el territorio, con titulares y trabajadores viviendo en el medio rural. Un modelo que aporta más valor a la sociedad, y que además ofrece un suministro alimentario más seguro que el de la concentración en pocas manos de este negocio.
Por supuesto, el modelo tradicional debe evolucionar, y asimilar tendencias relacionadas con las economías de escala y el uso de la información y los datos. Un camino para el que sería útil, por ejemplo, una unión en cooperativas.
En la misma línea, desde la organización Cooperativas Agroalimentarias de España destacan que no creen que los grandes capitales vayan a sustituir a toda la agricultura, y además no representan el modelo de futuro, porque su objetivo no es la sostenibilida

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