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De arma química a tratamiento contra el cáncer: el nacimiento de la quimioterapia Pequeñas grandes historias del cáncer

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En el verano de 1943, con el ecuador de la Segunda Guerra Mundial superado, las fuerzas aliadas habían capturado el puerto italiano de Bari. Era un enclave muy importante para ellos, porque necesitaban subir hacia el norte, y tomar la fortaleza de Montecassino, que bloqueaba el camino hacia Roma. El puerto de Bari era perfecto para ir poco a poco descargando y almacenando todo el material militar que necesitaban para la conquista de Italia.

Sin embargo, se trataba de un puerto que no estaba muy bien protegido. Los alemanes lo bombardearon en la tarde del 2 de diciembre de 1943, en una especie de Pearl Harbor. Hundieron 17 barcos, y provocaron muchísimos daños en el puerto. Hubo muchísimas bajas, tanto militares como civiles.

Dos de los barcos que bombardearon contenían armamento explosivo, que provocaron dos grandes estallidos. Y en concreto, uno de ellos, el SS John Harvey, contenía en secreto una gran cantidad de gas mostaza en su interior.

El gas mostaza es un elemento de la guerra química, que había sido usado extensamente durante la primera Guerra Mundial, con resultados devastadores. También España recurrió a ataques químicos con este agente en el norte de Marruecos, durante la guerra del Rif. De hecho, si uno viaja por esa zona es muy fácil ver personas de determinada edad con malformaciones de nacimiento, hijos de las mujeres que estaban embarazadas durante la guerra.

El caso es que el gas mostaza, junto con casi todas las variedades de guerra química, habían sido estrictamente prohibidas en la Convención de Ginebra, tras la primera Guerra Mundial. Pero todos los participantes en la Segunda Guerra Mundial tenían almacenados elementos para la guerra química, al menos en secreto, temiendo que la otra parte también los usara. Así lo hacían los americanos, aunque estuviera prohibido, y así tenían ese barco en el puerto de Bari absolutamente lleno de gas mostaza.

El gas mostaza, cuando entra en contacto con el agua, se queda en forma aceitosa. De manera que muchos marinos que se lanzaron al mar para huir de las explosiones acabaron impregnados en este aceite del agente mostaza. Cuando llegaron a los hospitales, las enfermeras, para luchar contra las hipotermias, porque no hay que olvidar que estábamos en diciembre, les envolvían en mantas, en sábadas... favoreciendo aún más que el aceite del gas mostaza penetrara en la piel de los heridos.

Cuando horas después, o al día siguiente, empezaron a lavarlos, descubrieron que todo su cuerpo estaba recubiero de ampollas, que la piel se les estaba cayendo a pedazos... a pesar de que cuando llegaron no tenían quemaduras de ningún tipo. Muchos murieron. Y durante las semanas siguiente, algunos que habían sobrevivido, empezaron a desarrollar infecciones de todo tipo, y acabaron muriendo también.

El ejército americano hizo venir al médico Stewart F. Alexander, para realizar una serie de autopsias y tratar de averiguar qué había pasado y por qué se habían producido tantas muertes extrañas.

Y este médico descubrió que el gas mostaza había destruido completamente no solo la piel, sino que la había penetrado, y en aquellos que habían sobrevivido, el gas mostaza había destruido completamente sus glóbulos blancos, sus defensas, su sistema inmunitario... habían quedado inermes frente a las infecciones, que eran las que les habían matado.

Este hombre, inmediatamente relacionó el caso con los primeros experimentos que se estaban desarrollando en aquellos años contra el cáncer. En los años anteriores, en las décadas de los 10, los 20, los 30... había aparecido la penicilina, y se habían logrado tratar y curar muchas enfermedades infecciosas que antes mataban a decenas de miles de personas. Y con los fármacos que ahora llamamos antibióticos se hipotetizó que igual que se encontraban medicamentos capaces de destruir a los microbios, pues podría hacerse lo mismo con las células cancerosas. Pero...

En el verano de 1943, con el ecuador de la Segunda Guerra Mundial superado, las fuerzas aliadas habían capturado el puerto italiano de Bari. Era un enclave muy importante para ellos, porque necesitaban subir hacia el norte, y tomar la fortaleza de Montecassino, que bloqueaba el camino hacia Roma. El puerto de Bari era perfecto para ir poco a poco descargando y almacenando todo el material militar que necesitaban para la conquista de Italia.

Sin embargo, se trataba de un puerto que no estaba muy bien protegido. Los alemanes lo bombardearon en la tarde del 2 de diciembre de 1943, en una especie de Pearl Harbor. Hundieron 17 barcos, y provocaron muchísimos daños en el puerto. Hubo muchísimas bajas, tanto militares como civiles.

Dos de los barcos que bombardearon contenían armamento explosivo, que provocaron dos grandes estallidos. Y en concreto, uno de ellos, el SS John Harvey, contenía en secreto una gran cantidad de gas mostaza en su interior.

El gas mostaza es un elemento de la guerra química, que había sido usado extensamente durante la primera Guerra Mundial, con resultados devastadores. También España recurrió a ataques químicos con este agente en el norte de Marruecos, durante la guerra del Rif. De hecho, si uno viaja por esa zona es muy fácil ver personas de determinada edad con malformaciones de nacimiento, hijos de las mujeres que estaban embarazadas durante la guerra.

El caso es que el gas mostaza, junto con casi todas las variedades de guerra química, habían sido estrictamente prohibidas en la Convención de Ginebra, tras la primera Guerra Mundial. Pero todos los participantes en la Segunda Guerra Mundial tenían almacenados elementos para la guerra química, al menos en secreto, temiendo que la otra parte también los usara. Así lo hacían los americanos, aunque estuviera prohibido, y así tenían ese barco en el puerto de Bari absolutamente lleno de gas mostaza.

El gas mostaza, cuando entra en contacto con el agua, se queda en forma aceitosa. De manera que muchos marinos que se lanzaron al mar para huir de las explosiones acabaron impregnados en este aceite del agente mostaza. Cuando llegaron a los hospitales, las enfermeras, para luchar contra las hipotermias, porque no hay que olvidar que estábamos en diciembre, les envolvían en mantas, en sábadas... favoreciendo aún más que el aceite del gas mostaza penetrara en la piel de los heridos.

Cuando horas después, o al día siguiente, empezaron a lavarlos, descubrieron que todo su cuerpo estaba recubiero de ampollas, que la piel se les estaba cayendo a pedazos... a pesar de que cuando llegaron no tenían quemaduras de ningún tipo. Muchos murieron. Y durante las semanas siguiente, algunos que habían sobrevivido, empezaron a desarrollar infecciones de todo tipo, y acabaron muriendo también.

El ejército americano hizo venir al médico Stewart F. Alexander, para realizar una serie de autopsias y tratar de averiguar qué había pasado y por qué se habían producido tantas muertes extrañas.

Y este médico descubrió que el gas mostaza había destruido completamente no solo la piel, sino que la había penetrado, y en aquellos que habían sobrevivido, el gas mostaza había destruido completamente sus glóbulos blancos, sus defensas, su sistema inmunitario... habían quedado inermes frente a las infecciones, que eran las que les habían matado.

Este hombre, inmediatamente relacionó el caso con los primeros experimentos que se estaban desarrollando en aquellos años contra el cáncer. En los años anteriores, en las décadas de los 10, los 20, los 30... había aparecido la penicilina, y se habían logrado tratar y curar muchas enfermedades infecciosas que antes mataban a decenas de miles de personas. Y con los fármacos que ahora llamamos antibióticos se hipotetizó que igual que se encontraban medicamentos capaces de destruir a los microbios, pues podría hacerse lo mismo con las células cancerosas. Pero...

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