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El milagro de ese día Missionarie di Maria Saveriane

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Estaban todos juntos y venían de todas partes: los apóstoles y los discípulos juntos, junto con la multitud que venía de los tres continentes conocidos: Asia, África, Europa. Y sucedió el evento esperado por los discípulos y al mismo tiempo asombroso: la venida del Espíritu Santo. Todo cambió: el miedo fue reemplazado por el coraje, la tristeza por la alegría, la desesperanza por la esperanza. Incluso en la multitud reunida algo se movió: escucharon, entendieron, se dejaron interpelar por un anuncio inaudito, abiertos a todo: "¿Qué debemos hacer, hermanos?" (Hechos 2,37).

El Espíritu Santo actúa tanto en quien anuncia como en quien escucha, y ocurre el milagro de la fe, del encuentro transformador con Jesús muerto y resucitado, que purifica, renueva, infunde una vida nueva y sin límites.

Así suceden los milagros del Espíritu: en ese cambio interno que ninguna palabra, ninguna coacción, ninguna buena voluntad podría lograr. Uno se encuentra con alas para volar, saborea nuevos espacios, el aire de un mundo esperado y al mismo tiempo inesperado, y vuela.
No lo felicites ni le des premios. Él no tiene nada que ver. Solo reconoce que es el fruto de un árbol que ha aceptado ser cortado para dar vida, es agua brotada de un desierto acogida para que otros disfruten de aguas abundantes, es la carrera generada por aquel que ha permitido tener los pies clavados para que podamos caminar por caminos nuevos.


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Estaban todos juntos y venían de todas partes: los apóstoles y los discípulos juntos, junto con la multitud que venía de los tres continentes conocidos: Asia, África, Europa. Y sucedió el evento esperado por los discípulos y al mismo tiempo asombroso: la venida del Espíritu Santo. Todo cambió: el miedo fue reemplazado por el coraje, la tristeza por la alegría, la desesperanza por la esperanza. Incluso en la multitud reunida algo se movió: escucharon, entendieron, se dejaron interpelar por un anuncio inaudito, abiertos a todo: "¿Qué debemos hacer, hermanos?" (Hechos 2,37).

El Espíritu Santo actúa tanto en quien anuncia como en quien escucha, y ocurre el milagro de la fe, del encuentro transformador con Jesús muerto y resucitado, que purifica, renueva, infunde una vida nueva y sin límites.

Así suceden los milagros del Espíritu: en ese cambio interno que ninguna palabra, ninguna coacción, ninguna buena voluntad podría lograr. Uno se encuentra con alas para volar, saborea nuevos espacios, el aire de un mundo esperado y al mismo tiempo inesperado, y vuela.
No lo felicites ni le des premios. Él no tiene nada que ver. Solo reconoce que es el fruto de un árbol que ha aceptado ser cortado para dar vida, es agua brotada de un desierto acogida para que otros disfruten de aguas abundantes, es la carrera generada por aquel que ha permitido tener los pies clavados para que podamos caminar por caminos nuevos.


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