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Romanos 6:12-14 —libres para obedecer Teología callejera

    • Christianity

En el episodio anterior hablamos de la inconsistencia natural que existe detrás de la idea de un cristiano carnal, o un “cristiano pecador”. Esto lo hicimos enfocándonos en la primera parte del capítulo seis de la carta los Romanos, donde Pablo aborda la imposibilidad de que tal fenómeno exista, y la inconsistencia lógica de pensar que una persona que ha muerto al pecado y se ha vestido de la muerte de Cristo en el bautismo, y que por lo tanto ha renacido a una nueva vida en Dios, una vida que halla su identidad en la vida resucitada de Cristo, continue viviendo en el pecado que antes lo caracterizaba.
La premisa detrás de la homilía Paulina en la primera mitad de Romanos 6 es que cualquiera que ha muerto al pecado no puede seguir viviendo en él. Que pensar lo contrario es promover un pensamiento completamente antinatural. 
La idea aquí es que una vez que el cambio de naturaleza toma lugar en el corazón de la persona, la persona es una nueva criatura. Una nueva naturaleza ha sido plantada en su corazón, hay nuevos deseos, hay nuevos anhelos, hay nuevas ambiciones, y una nueva forma de vida comienza a aflorar. Si bien al principio esta forma de vida no sea tan evidente, la Biblia dice que el reino de los cielos es como un grano de mostaza, o como la levadura que se mezcla en la harina y la hace laudar. Es decir, una vez que la simiente de Dios es implantada en nosotros, aunque imperceptible al principio, seguirá creciendo y expandiéndose en nosotros hasta alcanzar cada área de nuestra vida, y seguirá creciendo y tomando cada vez más lugar en nuestro corazón, en nuestros pensamientos, en nuestras acciones, en nuestra forma de hablar y de dirigirnos a los demás y de conducirnos en esta vida, que pronto todo el mundo podrá ver el resultado inexorable de la simiente de Dios plantada en nosotros.


Pensar que un cristiano que ha sido hecho renacer, cuya naturaleza ha sido cambiada, cuya voluntad ha sido cambiada, y en quien el espíritu de Dios habita, pueda seguir viviendo en el pecado como lo hacía antes, no solamente es blasfemo sino que es ilógico. Es como esperar que una lombriz ande erguida, o que un pájaro nade, o que un pez vuele. 
Pero de la misma manera, un cristiano que ha renacido a la vida de Cristo, que se ha vestido de su muerte en el bautismo, y que se ha vestido de su vida por medio de la regeneración del Espíritu Santo, tiene una naturaleza que es divina. Dios le ha impartido su naturaleza, su simiente, su semilla, que habita en su corazón. Dios también ha puesto de su mismo Espíritu en esa persona, para guiarla, enseñarle, y transformar al nuevo creyente en el reflejo perfecto de la imagen de Jesucristo. De modo que, sería contra natura pensar que ese creyente aún desearía vivir en pecado.
Así que, la pregunta primordial que Pablo presenta en el primer versículo del capítulo 6, queda rebatida por la propia lógica: “¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo!? Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”.
Ahora bien, continuando con esa lógica, el apóstol Pablo se propone aquí expandir de una manera gráfica sobre esta idea, para enseñarnos la esencia de nuestra nueva vida. 
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En el episodio anterior hablamos de la inconsistencia natural que existe detrás de la idea de un cristiano carnal, o un “cristiano pecador”. Esto lo hicimos enfocándonos en la primera parte del capítulo seis de la carta los Romanos, donde Pablo aborda la imposibilidad de que tal fenómeno exista, y la inconsistencia lógica de pensar que una persona que ha muerto al pecado y se ha vestido de la muerte de Cristo en el bautismo, y que por lo tanto ha renacido a una nueva vida en Dios, una vida que halla su identidad en la vida resucitada de Cristo, continue viviendo en el pecado que antes lo caracterizaba.
La premisa detrás de la homilía Paulina en la primera mitad de Romanos 6 es que cualquiera que ha muerto al pecado no puede seguir viviendo en él. Que pensar lo contrario es promover un pensamiento completamente antinatural. 
La idea aquí es que una vez que el cambio de naturaleza toma lugar en el corazón de la persona, la persona es una nueva criatura. Una nueva naturaleza ha sido plantada en su corazón, hay nuevos deseos, hay nuevos anhelos, hay nuevas ambiciones, y una nueva forma de vida comienza a aflorar. Si bien al principio esta forma de vida no sea tan evidente, la Biblia dice que el reino de los cielos es como un grano de mostaza, o como la levadura que se mezcla en la harina y la hace laudar. Es decir, una vez que la simiente de Dios es implantada en nosotros, aunque imperceptible al principio, seguirá creciendo y expandiéndose en nosotros hasta alcanzar cada área de nuestra vida, y seguirá creciendo y tomando cada vez más lugar en nuestro corazón, en nuestros pensamientos, en nuestras acciones, en nuestra forma de hablar y de dirigirnos a los demás y de conducirnos en esta vida, que pronto todo el mundo podrá ver el resultado inexorable de la simiente de Dios plantada en nosotros.


Pensar que un cristiano que ha sido hecho renacer, cuya naturaleza ha sido cambiada, cuya voluntad ha sido cambiada, y en quien el espíritu de Dios habita, pueda seguir viviendo en el pecado como lo hacía antes, no solamente es blasfemo sino que es ilógico. Es como esperar que una lombriz ande erguida, o que un pájaro nade, o que un pez vuele. 
Pero de la misma manera, un cristiano que ha renacido a la vida de Cristo, que se ha vestido de su muerte en el bautismo, y que se ha vestido de su vida por medio de la regeneración del Espíritu Santo, tiene una naturaleza que es divina. Dios le ha impartido su naturaleza, su simiente, su semilla, que habita en su corazón. Dios también ha puesto de su mismo Espíritu en esa persona, para guiarla, enseñarle, y transformar al nuevo creyente en el reflejo perfecto de la imagen de Jesucristo. De modo que, sería contra natura pensar que ese creyente aún desearía vivir en pecado.
Así que, la pregunta primordial que Pablo presenta en el primer versículo del capítulo 6, queda rebatida por la propia lógica: “¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo!? Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”.
Ahora bien, continuando con esa lógica, el apóstol Pablo se propone aquí expandir de una manera gráfica sobre esta idea, para enseñarnos la esencia de nuestra nueva vida. 
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