León y el origen del parlamentarismo La ContraHistoria

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A finales del siglo XII, en el año 1188 concretamente, en esta misma ciudad desde la que hoy se hace La ContraHistoria, tuvo lugar un acontecimiento histórico un tanto singular. Aquel año el rey Alfonso IX de León ascendió al trono. Hasta aquí todo normal. El noveno de los alfonsos leoneses pertenecía a una dinastía medieval, los Borgoña peninsulares, y heredaba la corona de su padre, Fernando II que había reinado durante más de treinta años. Pero Alfonso no lo tenía fácil. Era muy joven, sólo tenía 16 años y la tercera esposa de su padre quería quitárselo de en medio para colocar en su lugar a su hijo Sancho. Para colmo de males, el reino de León se encontraba emparedado entre los de Castilla y Portugal, ambos nacidos del propio reino leonés sólo medio siglo antes, pero que ambicionaban repartírselo.

No eran esos los únicos problemas con los que se encontró. En la frontera sur los almohades empujaban desde Al Ándalus y el tesoro real estaba en bancarrota por la ambiciosa política expansiva de su padre. Quizá por todo ese cúmulo de calamidades Alfonso IX decidió hacer algo que ninguno de sus antepasados había hecho antes: convocar una Curia Regia a la que asistiesen no sólo los obispos y los aristócratas, sino también los representantes de las ciudades. Eso era algo revolucionario ya que el monarca implicaba al pueblo llano en la toma de decisiones por primera vez en la historia.

La curia extraordinaria se reunió aquí mismo, en la Colegiata de San Isidoro en la primavera de 1188. No era extraña la elección. Esta es una iglesia que había mandado construir Fernando I siglo y medio antes junto a los restos de la muralla romana. Para engrandecerla y dotarla de mayor importancia poco después depositaron en ella los restos de San Isidoro de Sevilla. La monarquía leonesa estaba muy vinculada con el templo, tanto que lo adecuaron para acoger el panteón real. Las sesiones se celebraron en el claustro y, como era de prever, los representantes de las ciudades expusieron sus exigencias que fueron debidamente atendidas por el monarca.

De aquella Curia Regia, ya transformada en Cortes, las primeras de la historia, emanaron los denominados “Decreta” un conjunto de diecisiete estatutos o decretos que fueron sancionados personalmente por el rey. El primero de estos decretos reza textualmente:

“En el nombre de Dios, yo don Alfonso, rey de León y de Galicia, habiendo celebrado curia en León, con el arzobispo, los obispos y los magnates de mi reino, y con los ciudadanos elegidos de cada una de las ciudades, establecí y confirmé bajo juramento que a todos los de mi reino, tanto clérigos como laicos, les respetaría las buenas costumbres que tienen establecidas por mis antecesores”

A partir de ese momento ya no se volvería atrás. León y Castilla pasaron a reunificarse con el hijo de Alfonso IX, Fernando III, y se siguieron celebrando Cortes de forma regular durante las centurias siguientes. El ejemplo se copió en otros reinos como el de Aragón o el de Portugal, donde instituciones similares fueron apareciendo y desarrollándose a lo largo de los siglos XIII y XIV. De aquellas Cortes medievales nacidas en León derivan las Cortes contemporáneas que vieron la luz en Cádiz a principios del siglo XIX coincidiendo con la invasión francesa. Desde hace más de diez años los “Decreta” de las Cortes de 1188 están inscritos en el programa Memoria del Mundo de la UNESCO, lo cual es motivo de orgullo para esta ciudad, para nuestro país y, por extensión, para todo el orbe hispano.

Pues bien, algo como esto se merecía una ContraHistoria. Gracias a la Fundación de Castilla y León tenemos el privilegio de hacerla en el mismo lugar donde sucedieron los hechos. Para Alberto Garín y para mí es un honor. Esperamos estar a la altura de nuestra querida audiencia y de tan insigne lugar.

A finales del siglo XII, en el año 1188 concretamente, en esta misma ciudad desde la que hoy se hace La ContraHistoria, tuvo lugar un acontecimiento histórico un tanto singular. Aquel año el rey Alfonso IX de León ascendió al trono. Hasta aquí todo normal. El noveno de los alfonsos leoneses pertenecía a una dinastía medieval, los Borgoña peninsulares, y heredaba la corona de su padre, Fernando II que había reinado durante más de treinta años. Pero Alfonso no lo tenía fácil. Era muy joven, sólo tenía 16 años y la tercera esposa de su padre quería quitárselo de en medio para colocar en su lugar a su hijo Sancho. Para colmo de males, el reino de León se encontraba emparedado entre los de Castilla y Portugal, ambos nacidos del propio reino leonés sólo medio siglo antes, pero que ambicionaban repartírselo.

No eran esos los únicos problemas con los que se encontró. En la frontera sur los almohades empujaban desde Al Ándalus y el tesoro real estaba en bancarrota por la ambiciosa política expansiva de su padre. Quizá por todo ese cúmulo de calamidades Alfonso IX decidió hacer algo que ninguno de sus antepasados había hecho antes: convocar una Curia Regia a la que asistiesen no sólo los obispos y los aristócratas, sino también los representantes de las ciudades. Eso era algo revolucionario ya que el monarca implicaba al pueblo llano en la toma de decisiones por primera vez en la historia.

La curia extraordinaria se reunió aquí mismo, en la Colegiata de San Isidoro en la primavera de 1188. No era extraña la elección. Esta es una iglesia que había mandado construir Fernando I siglo y medio antes junto a los restos de la muralla romana. Para engrandecerla y dotarla de mayor importancia poco después depositaron en ella los restos de San Isidoro de Sevilla. La monarquía leonesa estaba muy vinculada con el templo, tanto que lo adecuaron para acoger el panteón real. Las sesiones se celebraron en el claustro y, como era de prever, los representantes de las ciudades expusieron sus exigencias que fueron debidamente atendidas por el monarca.

De aquella Curia Regia, ya transformada en Cortes, las primeras de la historia, emanaron los denominados “Decreta” un conjunto de diecisiete estatutos o decretos que fueron sancionados personalmente por el rey. El primero de estos decretos reza textualmente:

“En el nombre de Dios, yo don Alfonso, rey de León y de Galicia, habiendo celebrado curia en León, con el arzobispo, los obispos y los magnates de mi reino, y con los ciudadanos elegidos de cada una de las ciudades, establecí y confirmé bajo juramento que a todos los de mi reino, tanto clérigos como laicos, les respetaría las buenas costumbres que tienen establecidas por mis antecesores”

A partir de ese momento ya no se volvería atrás. León y Castilla pasaron a reunificarse con el hijo de Alfonso IX, Fernando III, y se siguieron celebrando Cortes de forma regular durante las centurias siguientes. El ejemplo se copió en otros reinos como el de Aragón o el de Portugal, donde instituciones similares fueron apareciendo y desarrollándose a lo largo de los siglos XIII y XIV. De aquellas Cortes medievales nacidas en León derivan las Cortes contemporáneas que vieron la luz en Cádiz a principios del siglo XIX coincidiendo con la invasión francesa. Desde hace más de diez años los “Decreta” de las Cortes de 1188 están inscritos en el programa Memoria del Mundo de la UNESCO, lo cual es motivo de orgullo para esta ciudad, para nuestro país y, por extensión, para todo el orbe hispano.

Pues bien, algo como esto se merecía una ContraHistoria. Gracias a la Fundación de Castilla y León tenemos el privilegio de hacerla en el mismo lugar donde sucedieron los hechos. Para Alberto Garín y para mí es un honor. Esperamos estar a la altura de nuestra querida audiencia y de tan insigne lugar.

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