Lupin: el caballero ladrón Podimo España

La magia del Caballero Ladrón es que podría ser cualquiera. Nació en Blois, Francia, en mil ochocientos setenta y cuatro. Hijo de Teofrasto Lupin, que además de ladrón era experto en boxeo y artes marciales, y de Henriette de Andresy, una noble de una familia de clase alta venida a menos. Es un genio del disfraz, capaz de alterar tanto su aspecto físico que ni sus propios amigos son capaces de reconocerlo.

Pero, por encima de todo, Arsène Lupin es un mito, una fuerza de la naturaleza del crimen. Jamás deja pistas, a no ser que él mismo quiera, y es capaz de robar cualquier objeto, en cualquier circunstancia. Es tan bueno en lo que hace que incluso sus más acérrimos rivales, como el viejo policía Garimard, no pueden más que admirar al hombre detrás del truco.

Curiosamente, una de las hazañas más recordadas del Caballero Ladrón se dio justo después de ser, al fin, detenido por su archirrival Garimard: La fuga de la prisión de La Santé.

Los cuentos clásicos siempre vuelven. O, mejor dicho, nunca terminan de irse del todo. Historias clásicas como la Bella y la Bestia, Pinocho o Blancanieves y los Siete Enanitos han tenido incontables versiones para cine, teatro y vídeo. Cada cierto tiempo surge alguna versión que trata de dar una vuelta de tuerca más al relato.


Los relatos de Arsène Lupin, el Caballero Ladrón, se adelantaron un siglo a las tendencias. Aunque es un personaje que opera al margen de la ley, a pesar de ser un prófugo de la justicia, su andadura como criminal comenzó a causa de una gran injusticia cometida contra su familia. Esta es la historia del legendario robo del Collar de la Reina.

Si hay una caballerosidad que debe ser reivindicada, es la que se produce de igual a igual. Cuando se siente el ánimo sincero de hacer la vida de alguien más fácil, más amable, sea hombre o mujer. Algo que puede parecer obvio, pero que no lo era tanto hasta hace no demasiados años.

Por suerte, y a pesar de tener más de un siglo de antigüedad, esto no se aplica a Arsène Lupin. A pesar de haber tenido incontables amantes, el ladrón sólo tenía gestos de caballerosidad cuando eran correspondidos. Y, como él mismo demostró en el gran robo del castillo de Thibermesnil, un gran gesto siempre debe corresponderse con otro.