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Pintura sueca: una pintura que se cocina Radio BF

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El característico color rojo de los residuos mineros extraídos en la Gran Montaña de cobre de Falun, en Suecia, marcó a partir del siglo XVII la tonalidad de las pinturas aplicadas en las construcciones de madera en la región escandinava.

La pintura sueca, también conocida como pintura de harina, de engrudo o al ocre, es una pintura que se cocina y se prepara en caliente.

El almidón de la harina de trigo o centeno actúa como emulgente y permite que el agua y el aceite de linaza se integren con los pigmentos minerales.

Estos pigmentos, obtenidos a cielo abierto o en galería en minas de todo el mundo, remiten a los colores de un territorio y una identidad local.

La pintura sueca, una protección elástica, no filmógena, no tóxica y de una gran durabilidad, permite preservar las propiedades de la madera de un modo natural, sencillo y muy económico.

Cocinar la propia pintura es un gesto reivindicativo que tiene su reflejo social en acciones ciudadanas que se celebran periódicamente en varias localidades europeas: las carpinterías exteriores de edificios catalogados como bienes de interés cultural son pintadas por voluntarios guiados por profesionales.

En la víspera de la mayor campaña europea de regulación de sustancias químicas, recuperar formulaciones químicas tradiciones inocuas para la salud humana y la del planeta, es mucho más que un acto romántico.

Celebrar lo local y lo sencillo es hoy, más que nunca, un acto necesario e inspirador.

El característico color rojo de los residuos mineros extraídos en la Gran Montaña de cobre de Falun, en Suecia, marcó a partir del siglo XVII la tonalidad de las pinturas aplicadas en las construcciones de madera en la región escandinava.

La pintura sueca, también conocida como pintura de harina, de engrudo o al ocre, es una pintura que se cocina y se prepara en caliente.

El almidón de la harina de trigo o centeno actúa como emulgente y permite que el agua y el aceite de linaza se integren con los pigmentos minerales.

Estos pigmentos, obtenidos a cielo abierto o en galería en minas de todo el mundo, remiten a los colores de un territorio y una identidad local.

La pintura sueca, una protección elástica, no filmógena, no tóxica y de una gran durabilidad, permite preservar las propiedades de la madera de un modo natural, sencillo y muy económico.

Cocinar la propia pintura es un gesto reivindicativo que tiene su reflejo social en acciones ciudadanas que se celebran periódicamente en varias localidades europeas: las carpinterías exteriores de edificios catalogados como bienes de interés cultural son pintadas por voluntarios guiados por profesionales.

En la víspera de la mayor campaña europea de regulación de sustancias químicas, recuperar formulaciones químicas tradiciones inocuas para la salud humana y la del planeta, es mucho más que un acto romántico.

Celebrar lo local y lo sencillo es hoy, más que nunca, un acto necesario e inspirador.

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