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Episodio 5: La mente del creador no tiene un interruptor de apagado Radio 2

    • Society & Culture

Esta es una historia que me encanta contar, porque tiene partes de realidad, partes un poco fantásticas (aunque hay testigos que dicen haberla presenciado así), y habla de Frank Lloyd Wright, uno de los arquitectos que más admiro, por su genialidad y su personalidad.







Vamos a situarnos en 1934, en Taliesin, el lugar diseñado por Wright en el desierto de Arizona y donde vivía y enseñaba arquitectura a un grupo de aprendices que estudiaban, dibujaban, trabajaban, y en algunos casos hasta construían los muebles diseñados con el arquitecto. Uno de ellos, Edgar Kauffman Jr., le comenta a Wright que su padre es un gran admirador de su obra, y que quisiera encomendarle el diseño de una casa. Wright se reúne con la familia, y días después visita el terreno, en medio de un bosque, con un río y una caída de agua, una catarata, pasando por el medio del lugar. Hacen un picnic, se bañan en el río, disfrutan el día mientras dibujan el levantamiento de todo el lugar: cada desnivel, cada piedra, cada árbol.







Ese plano estuvo durante nueve meses en la oficina de Wright, hasta que un día llama Edgar Kauffman Sr., le dice que está a 140 millas de Taliesin y que si fuera posible, le gustaría ver cómo va su proyecto. Wright accede, y apenas cuelga el teléfono pide el plano con el levantamiento. Pone un croquis encima y comienza a trazar líneas, esas líneas se convierten en muros, escaleras, fachadas, secciones, Wright pide constantemente más lápices, y murmura “Lilianne y Edgar se sentarán a tomar té aquí en el balcón, y si cruzan el puente irán a caminar en el bosque…”. No estaba simplemente dibujando una proyecto más, estaba creando espacios, pensando en la gente que iba a vivir dentro de ellos. Para hacer la historia corta, cuando llegó el Sr. Kauffman le presentaron su casa, la Casa Kauffman, mejor conocida como la “Casa de la Cascada” (“Fallingwater”), porque “toda casa debe tener un nombre”.







Una de las obras más hermosas de la arquitectura contemporánea fue dibujada en horas, al menos su primer borrador, y al menos eso cuenta esta leyenda del “dibujo más rápido del medio oeste”. Pero a mi lo que me impresiona no es la rapidez de Wright para plasmar sus ideas en papel, lo que me impresiona es su genialidad, su mente trabajando desde que vio el terreno, su mente trabajando aun dormido para imaginar esa casa sobre una cascada, no a un lado de ella, y que el cliente la aceptara, impresionado por la idea, y porque quería ser parte de la genial historia de Wright.







Muchas veces, (no siempre), cuento esta historia cuando voy a hablar de la influencia de los medios sociales, del trabajo digital en nuestras vidas. La tecnología es una herramienta para hacernos la vida más fácil, para llegar más lejos, para compartir con más personas nuestras ideas, no es una herramienta mágica: requiere trabajo, dedicación, creatividad. A veces podemos crear un proyecto en horas, luego de varios meses pensando en el, luego de poner toda nuestra creatividad y preparación a trabajar, y cuando damos una idea, es que ya la hemos pensado lo suficiente como para tener presentes las ventajas y desventajas que conlleva.







Wright convencía a las personas con proyectos que eran inimaginables (un edificio de oficinas sin ventanas al exterior para Johnson Wax en Racine, y allí fue el precursor del espacio abierto de oficinas, iluminado desde arriba; un edificio con planta circular para un museo en NY…la misma Falingwater), y lo hacía porque tenía la claridad para mostrarles algo que ellos aun no sabían que querían, pero que Wright lograba extraer de ellos y plasmarlos en dibujos, en paredes, en espacios. Lo lograba obviamente por su talento y pasión por la arquitectura como instrumento para mejorar la vida de las personas, y porque la mente del creador no tiene un interruptor de apagado,

Esta es una historia que me encanta contar, porque tiene partes de realidad, partes un poco fantásticas (aunque hay testigos que dicen haberla presenciado así), y habla de Frank Lloyd Wright, uno de los arquitectos que más admiro, por su genialidad y su personalidad.







Vamos a situarnos en 1934, en Taliesin, el lugar diseñado por Wright en el desierto de Arizona y donde vivía y enseñaba arquitectura a un grupo de aprendices que estudiaban, dibujaban, trabajaban, y en algunos casos hasta construían los muebles diseñados con el arquitecto. Uno de ellos, Edgar Kauffman Jr., le comenta a Wright que su padre es un gran admirador de su obra, y que quisiera encomendarle el diseño de una casa. Wright se reúne con la familia, y días después visita el terreno, en medio de un bosque, con un río y una caída de agua, una catarata, pasando por el medio del lugar. Hacen un picnic, se bañan en el río, disfrutan el día mientras dibujan el levantamiento de todo el lugar: cada desnivel, cada piedra, cada árbol.







Ese plano estuvo durante nueve meses en la oficina de Wright, hasta que un día llama Edgar Kauffman Sr., le dice que está a 140 millas de Taliesin y que si fuera posible, le gustaría ver cómo va su proyecto. Wright accede, y apenas cuelga el teléfono pide el plano con el levantamiento. Pone un croquis encima y comienza a trazar líneas, esas líneas se convierten en muros, escaleras, fachadas, secciones, Wright pide constantemente más lápices, y murmura “Lilianne y Edgar se sentarán a tomar té aquí en el balcón, y si cruzan el puente irán a caminar en el bosque…”. No estaba simplemente dibujando una proyecto más, estaba creando espacios, pensando en la gente que iba a vivir dentro de ellos. Para hacer la historia corta, cuando llegó el Sr. Kauffman le presentaron su casa, la Casa Kauffman, mejor conocida como la “Casa de la Cascada” (“Fallingwater”), porque “toda casa debe tener un nombre”.







Una de las obras más hermosas de la arquitectura contemporánea fue dibujada en horas, al menos su primer borrador, y al menos eso cuenta esta leyenda del “dibujo más rápido del medio oeste”. Pero a mi lo que me impresiona no es la rapidez de Wright para plasmar sus ideas en papel, lo que me impresiona es su genialidad, su mente trabajando desde que vio el terreno, su mente trabajando aun dormido para imaginar esa casa sobre una cascada, no a un lado de ella, y que el cliente la aceptara, impresionado por la idea, y porque quería ser parte de la genial historia de Wright.







Muchas veces, (no siempre), cuento esta historia cuando voy a hablar de la influencia de los medios sociales, del trabajo digital en nuestras vidas. La tecnología es una herramienta para hacernos la vida más fácil, para llegar más lejos, para compartir con más personas nuestras ideas, no es una herramienta mágica: requiere trabajo, dedicación, creatividad. A veces podemos crear un proyecto en horas, luego de varios meses pensando en el, luego de poner toda nuestra creatividad y preparación a trabajar, y cuando damos una idea, es que ya la hemos pensado lo suficiente como para tener presentes las ventajas y desventajas que conlleva.







Wright convencía a las personas con proyectos que eran inimaginables (un edificio de oficinas sin ventanas al exterior para Johnson Wax en Racine, y allí fue el precursor del espacio abierto de oficinas, iluminado desde arriba; un edificio con planta circular para un museo en NY…la misma Falingwater), y lo hacía porque tenía la claridad para mostrarles algo que ellos aun no sabían que querían, pero que Wright lograba extraer de ellos y plasmarlos en dibujos, en paredes, en espacios. Lo lograba obviamente por su talento y pasión por la arquitectura como instrumento para mejorar la vida de las personas, y porque la mente del creador no tiene un interruptor de apagado,

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