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El escándalo Sofico, la gran estafa del tardofranquismo Historias de la economía

    • Economía y empresa

El negocio funcionaba. Los inversores recibían las rentabilidades prometidas. La empresa crecía, y recibía todo tipo de reconocimientos por su labor en favor del impulso del turismo. Mientras que Peydró era el ejemplo del empresario perfecto.

Impulsados por el éxito, en 1969 nace Sofico Renta, una filial pensada para captar pequeños ahorradores. Ofrecía participaciones de 25.000 pesetas, con rentabilidades del 12%. Emitieron 127.000 títulos, con los que captaron 3.189 millones de pesetas, unos 18 millones de euros.

Al principio, la compañía vendía apartamentos ya construidos y terminados. Después, pasó a venderlos sobre plano, cobrando un porcentaje inicial de la vivienda. Hasta que llegó a cobrar la totalidad del piso, o venderlos antes incluso de disponer de los solares. Suponía que era el futuro propietario el que estaba financiando la construcción. Y surgía la duda: ¿dónde estaban entonces los más de 3.000 millones captados?

Casi sin darse cuenta, Peydró había construido una estafa piramidal. Sofico acabó ingresando más dinero por los nuevos títulos, que emitía de forma constante, que por la venta o alquiler de los apartamentos.

En 1973 empiezan a aparecer en prensa artículos que ponían el foco en Sofico, y en las dificultades financieras que podía estar pasando. La empresa se defiende negándolo todo, y durante varios meses siguen pagando las rentabilidades acordadas cuando corresponde. ¡No había motivos para dudar de ellos! Peydró insistía en los medios de comunicación en la buena salud de 'la empresa del caballito de mar', que era el símbolo de la compañía.

Después supimos que, en realidad, era una huida hacia adelante. Sofico seguía vendiendo apartamentos que sabra que no podría llegar a entregar nunca. Y en julio del 74, estalla. Por primera vez, no logran hacer frente a sus obligaciones de pago.

Todo va muy rápido. El 28 de noviembre, un acreedor solicita la quiebra de la sociedad. El día 30, Sofico Renta declara la suspensión de pagos. En 10 días se unen Sofico Inversiones, Sofico Servicios Turísticos y Sofico Vacaciones. El imperio inmobiliario se derrumbó como un castillo de naipes, y dejó atrapados a 3.000 inversores.

En el momento en el que estalla todo, Sofico contaba con un total de 47 edificios, entre Málaga y Marbella, que sumaban más de 5.000 apartamentos. Aseguraba que contaba con activos superiores a los 8.000 millones de pesetas. Cuando investigan, se descubre que todo era una ficción contable, y que superaban por poco los 700 millones. Mientras que la deuda era de más de 11.000 millones.

Eugenio Peydró, junto a su hijo, fueron procesados, y estuvieron en prisión durante unos meses. El resto de la junta, integrada por militares y políticos, quedó exenta de toda culpa, considerados meros hombres de paja. Sin embargo, el juicio tardó en celebrarse 13 años.

Fueron condenados por delitos de falsedad documental y estafa, agravada por el elevado valor del fraude y por afectar a múltiples perjudicados. La pena para el padre, considerado autor del delito, fue de 9 años, pero al poco tiempo de la resolución, falleció por un paro cardiaco. Para el hijo la condena fue de 2 años, considerado cómplice. Pero nunca pisó la cárcel.

El negocio funcionaba. Los inversores recibían las rentabilidades prometidas. La empresa crecía, y recibía todo tipo de reconocimientos por su labor en favor del impulso del turismo. Mientras que Peydró era el ejemplo del empresario perfecto.

Impulsados por el éxito, en 1969 nace Sofico Renta, una filial pensada para captar pequeños ahorradores. Ofrecía participaciones de 25.000 pesetas, con rentabilidades del 12%. Emitieron 127.000 títulos, con los que captaron 3.189 millones de pesetas, unos 18 millones de euros.

Al principio, la compañía vendía apartamentos ya construidos y terminados. Después, pasó a venderlos sobre plano, cobrando un porcentaje inicial de la vivienda. Hasta que llegó a cobrar la totalidad del piso, o venderlos antes incluso de disponer de los solares. Suponía que era el futuro propietario el que estaba financiando la construcción. Y surgía la duda: ¿dónde estaban entonces los más de 3.000 millones captados?

Casi sin darse cuenta, Peydró había construido una estafa piramidal. Sofico acabó ingresando más dinero por los nuevos títulos, que emitía de forma constante, que por la venta o alquiler de los apartamentos.

En 1973 empiezan a aparecer en prensa artículos que ponían el foco en Sofico, y en las dificultades financieras que podía estar pasando. La empresa se defiende negándolo todo, y durante varios meses siguen pagando las rentabilidades acordadas cuando corresponde. ¡No había motivos para dudar de ellos! Peydró insistía en los medios de comunicación en la buena salud de 'la empresa del caballito de mar', que era el símbolo de la compañía.

Después supimos que, en realidad, era una huida hacia adelante. Sofico seguía vendiendo apartamentos que sabra que no podría llegar a entregar nunca. Y en julio del 74, estalla. Por primera vez, no logran hacer frente a sus obligaciones de pago.

Todo va muy rápido. El 28 de noviembre, un acreedor solicita la quiebra de la sociedad. El día 30, Sofico Renta declara la suspensión de pagos. En 10 días se unen Sofico Inversiones, Sofico Servicios Turísticos y Sofico Vacaciones. El imperio inmobiliario se derrumbó como un castillo de naipes, y dejó atrapados a 3.000 inversores.

En el momento en el que estalla todo, Sofico contaba con un total de 47 edificios, entre Málaga y Marbella, que sumaban más de 5.000 apartamentos. Aseguraba que contaba con activos superiores a los 8.000 millones de pesetas. Cuando investigan, se descubre que todo era una ficción contable, y que superaban por poco los 700 millones. Mientras que la deuda era de más de 11.000 millones.

Eugenio Peydró, junto a su hijo, fueron procesados, y estuvieron en prisión durante unos meses. El resto de la junta, integrada por militares y políticos, quedó exenta de toda culpa, considerados meros hombres de paja. Sin embargo, el juicio tardó en celebrarse 13 años.

Fueron condenados por delitos de falsedad documental y estafa, agravada por el elevado valor del fraude y por afectar a múltiples perjudicados. La pena para el padre, considerado autor del delito, fue de 9 años, pero al poco tiempo de la resolución, falleció por un paro cardiaco. Para el hijo la condena fue de 2 años, considerado cómplice. Pero nunca pisó la cárcel.

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