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Literal
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Literal poesía y narrativa en podcasts Giuliana Flor de María Llamoja

    • Kunst

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    Drummond de Andrade. Procura de la poesía.

    Drummond de Andrade. Procura de la poesía.

    Procura de la poesía

    No hagas versos sobre acontecimientos.
    No hay creación ni muerte ante la poesía.
    Frente a ella la vida es un solo estático,
    no calienta ni ilumina.
    Las afinidades, los aniversarios, los incidentes personales no cuentan.
    No hagas poesía con el cuerpo,
    ese excelente, completo y confortable cuerpo, tan enemigo de la efusión lírica.
    Tu gota de bilis, tu máscara de gozo o de dolor en lo oscuro son indiferentes.
    Ni me reveles tus sentimientos,
    que se prevalecen del equívoco y tientan el largo viaje.
    Lo que piensas o sientes, eso aún no es poesía.

    No cantes a tu ciudad, déjala en paz.
    El canto no es el movimiento de las máquinas ni el secreto de las  casas.
    No es la música oída de paso; rumor del mar en las calles junto a la línea de espuma.
    El canto no es la naturaleza
    ni los hombres en sociedad.
    Para él, lluvia y noche, fatiga y esperanza, nada significan.
    La poesía (no extraigas poesía de las cosas)
    elude sujeto y objeto.

    No dramatices, no invoques,
    no indagues. No pierdas tiempo en mentir.
    No te aborrezcas.
    Tu yate de marfil, tu zapato de diamante,
    vuestras mazurcas y supersticiones, vuestros esqueletos de familia,
    desaparecen en la curva del tiempo, son inservibles.

    No recompongas
    tu sepultada y melancólica infancia.
    No osciles entre el espejo y la
    memoria en disipación.
    Que se disipó, no era poesía.
    Que se partió, cristal no era.

    Penetra sordamente en el reino de las palabras.
    Allá están los poemas que esperan ser escritos.
    Están paralizados, mas no hay desesperación,
    hay calma y frescura en la superficie intacta.
    Helos allí solos y mudos, en estado de diccionario.
    Convive con tus poemas, antes de escribirlos.
    Ten paciencia, si oscuros. Calma, si te provocan.

    Espera que cada uno se realice y consuma
    con su poder de palabra
    y su poder de silencio.
    No fuerces al poema a desprenderse del limbo.
    No recojas en el suelo el poema que se perdió.
    No adules al poema. Acéptalo
    como él aceptará su forma definitiva y concretada
    en el espacio.

    Acércate y contempla las palabras.
    Cada una
    tiene mil fases secretas sobre la neutra faz
    y te pregunta, sin interés por la respuesta,
    pobre o terrible, que le des:
    ¿Trajiste la llave?

    Repara:
    yermas de melodía y de concepto,
    ellas se refugian en la noche, las palabras.
    Aún húmedas e impregnadas de sueño
    rolan en un río difícil y se transforman en desprecio.

    • 3 min.
    Martín Adán. La casa de cartón.

    Martín Adán. La casa de cartón.

    Mi primer amor tenía doce años y las uñas negras. Mi alma rusa de entonces, en aquel pueblecito de once mil almas y cura publicista, amparó la soledad de la muchacha más fea con un amor grave, social, sombrío, que era como una penumbra de sesión de congreso internacional obrero. Mi amor era vasto, oscuro, lento, con barbas, anteojos y carteras, con incidentes súbitos, con doce idiomas, con acecho de la policía, con problemas de muchos lados. Ella me decía, al ponerse en sexo: eres un socialista, y su almita de educanda de monjas europeas se abría como un devocionario íntimo por la parte que trata del pecado mortal.

    Mi primer amor se iba de mí, espantada de mi socialismo y mi tontería. «No vayan a ser todos socialistas...» y ella se prometió darse al primer cristiano viejo que pasara, aunque éste no llegara a los doce años. Sólo ya, me aparté de los problemas sumos y me enamoré verdaderamente de mi primer amor. Sentí una necesidad agónica, toxicomaníaca, de inhalar, hasta reventarme los pulmones, el olor de ella: olor de escuelita, de tinta china, de encierro, de sol en el patio, de papel del estado, de anilina, de tocuyo vestido a flor de piel —olor de la tinta china, flaco y negro—, casi un tiralíneas de ébano, fantasma de vacaciones... Y esto era mi primer amor.

    Mi segundo amor tenía quince años de edad. Una llorona con la dentadura perdida, con trenzas de cáñamo, con pecas en todo el cuerpo, sin familia, sin ideas, demasiado futura, excesivamente femenina... Fui rival de un muñeco de trapo y celuloide que no hacía sino reírse de mí con una bocaza pilluela y estúpida. Tuve que entender un sinfín de cosas perfectamente ininteligibles. Tuve que decir un sinfín de cosas, perfectamente indecibles. Tuve que salir bien en los exámenes, con veinte —nota sospechosa, vergonzosa, ridícula: una gallina delante de un huevo—. Tuve que verla a ella mimar a sus muñecas. Tuve que oírla llorar por mí. Tuve que chupar caramelos de todos los colores y sabores. Mi segundo amor me abandonó como en un tango: un malevo...

    Mi tercer amor tenía los ojos lindos y las piernas muy coquetas, casi cocotas. Hubo que leer a Fray Luis de León y a Carolina Invernizzio. Peregrina muchacha... no sé por qué se enamoró de mí. Me consolé de su decisión irrevocable de ser amiga mía después de haber sido casi mi amante, con las doce faltas de ortografía de su última carta.

    Mi cuarto amor fue Catita.

    Mi quinto amor fue una muchacha sucia con quien pequé casi en la noche, casi en el mar. El recuerdo de ella huele como ella olía, a sombra de cinema, a perro mojado, a ropa interior, a repostería, a pan caliente, olores superpuestos y, en sí mismos, individualmente, casi desagradables, como las capas de las tortas, jengibre, merengue, etcétera. La suma de olores hacía de ella una verdadera tentación de seminarista. Sucia, sucia, sucia... Mi primer pecado mortal...

    • 3 min.
    Gabriel García Márquez. Cien años de soledad.

    Gabriel García Márquez. Cien años de soledad.

    Don Apolinar Moscote, el corregidor, había llegado a Macondo sin hacer ruido. Se bajó en el Hotel de Jacob instalado por uno de los primeros árabes que llegaron haciendo cambalache de chucherías por guacamayas- y al día siguiente alquiló un cuartito con puerta hacia la calle, a dos cuadras de la casa de los Buendía. Puso una mesa y una silla que le compró a Jacob, clavó en la pared un escudo de la República que había traído consigo, y pintó en la puerta el letrero: Corregidor. Su primer disposición fue ordenar que todas las casas se pintaran de azul para celebrar el aniversario de la independencia nacional (...)

    • 7 min.
    Oswaldo Reynoso. Los Inocentes (Rosquita)

    Oswaldo Reynoso. Los Inocentes (Rosquita)

    Rosquita, aunque no lo creas, te conozco demasiado. En la galería del cine de tu barrio eres el más ocurrente. Desde la triste soledad de la platea te he escuchado. Y un día de verano te he visto gorreando en el estribo de un tranvía de Chorrillos. (...) Pero también sé que a pesar de tus gracias, de tu risa y palomilla eres triste. Eres triste porque comprendes que un muchacho como tú puede perderse. Ahí no está el Príncipe de ladrón; Colorete, de "maldito" y casi, casi perdido; Cara de Ángel, de jugador, capaz de empeñar su camisa e irse desnudo, de noche, a su casa, por una mesa de billar; Carambola, bohemio y jaranero; y del Chino y del Corsario, mejor no hablar de ellos. Pero tú quieres ser bueno: lo sé. Si en algo has fallado ha sido por tu familia, pobre y destruida; por tu Quinta, bulliciosa y perdida; por tu barrio, que es todo un infierno; y por tu Lima. Porque en todo Lima está la tentación que te devora: billares, cine, carreras, cantinas. Y el dinero. Sobre todo el dinero, que hay que conseguirlo como sea. Pero sé que eres bueno y que algún día encontrarás un corazón a la altura de tu inocencia. 

    • 4 min.
    Alejandra Pizarnik (Diarios)

    Alejandra Pizarnik (Diarios)

    Diarios de Alejandra Pizarnik 

    Heredé de mis antepasados las ansias de huir. Dicen que mi sangre es europea. Yo siento que cada glóbulo procede de un punto distinto. De cada nación, de cada provincia, de cada isla, golfo, accidente, archipiélago, oasis. De cada trozo de tierra o de mar han usurpado algo y así me formaron, condenándome a la eterna búsqueda de un lugar de origen. Con las manos tendidas y el pájaro herido balbuceante y sangriento. Con los labios expresamente dibujados para exhalar quejas.

    (22 de julio)

    La vida es una especie de complot. Recibo una carta de Clara Silva, desbordo ternura.Clara Silva te adoro. Eres una dulce melodía que disuelve mis huesos buscando mi alma. ¡Y la hallas ! ¡La hayas, Clara Silva !

    (24 agosto / 1955)

    Arturo me presento a unos amigos suyos. "Esta es Alejandra, la niña más dotada del mundo. Tiene todo lo que dios puede conceder a un ser humano y sin embargo esta siempre triste". Uno de ellos dijo que mi tristeza se manifiesta más en los labios que en los ojos. El mozo del café me preguntó " ,¿Y? Hoy también opina que la vida es mala?" Y se rió bondadosamente. Yo lo miré y solo se me ocurrió que usa dientes postizos. Me dió un acceso de risa.

    Le dije a Arturo " Usted me hace fama de melancólica.

    Contestó: es porque te quiero mucho.

    (1956)

    Oye Alejandra, niña triste de la ciudad: acá van tus poemas, esos trozos condensados de tu angustia, que tú has decidido historiar.

    Hoy cumples 20 años y por eso te obsequias tus poemas vestidos de fiesta. Te has maquillado, puesto hermosa y tus labios apagan 20 llamas.

    Pero la situación real es muy otra ¡Alejandra! Has vestido de fiesta a tu sangre, a tu angustia. Tú no lo quieres ¿Verdad ? Tú deseas escribir silenciosamente, esconderte, no mostrar los poemas a ser humano alguno. Hoy es carnaval. Y yo tengo 19 años, dos amores, mil libros y una foto de Picasso. Pero hoy se me cae el llanto al vacío porque pienso en la vida

    Alejandra esta noche rogaremos.por nuestros compañeros de angustia: Pascal, Unamuno, Huidobro y Vallejo .

    (1959)

    Yo solo sería feliz en un mundo de esfinges. Sin palabras. Solo la música, el vino y los ojos más intensos del universo contemplándome.

    • 3 min.
    Marcel Proust. En busca del tiempo perdido. Tomo I: Por el camino de Swann

    Marcel Proust. En busca del tiempo perdido. Tomo I: Por el camino de Swann

    De todas las maneras de producirse el amor y de todos los agentes de diseminación de ese mal sagrado uno de los más eficaces es ese gran torbellino de agitación que nos arrastra en ciertas ocasiones. La suerte está echada, y el ser que por entonces goza de nuestra simpatía se convertirá en el ser amado. Ni siquiera es menester que nos guste tanto o más que otros. Lo que se necesitaba es que nuestra inclinación hacia él se transformara en exclusiva. Y esa condición se realiza cuando -al echarle de menos- en nosotros sentimos, no ya el deseo de buscar los placeres que su trato nos proporciona, sino la necesidad ansiosa que tiene por objeto el ser mismo, una necesidad absurda que por las leyes de este mundo es imposible de satisfacer y difícil de curar: la necesidad insensata y dolorosa de poseer a esa persona. (Marcel Proust. En busca del tiempo perdido. Tomo I: Por el camino de Swann)

    • 3 min.

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