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“Éste es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo”-2o. Domingo de Cuaresma La Palabra Contemplada

    • Christianity

“Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes”… “Así será tu descendencia.” – Genesis 15:5

Continuamos nuestro camino de preparación a la Pascua, y este domingo la primera lectura es de central importancia para la historia de la salvación. En este pasaje del libro de Génesis vemos cosas tan importantes como la promesa de Dios a Abrahám de una descendencia numerosa, la promesa de una tierra que sería su heredad, y una manifestación de la presencia de Dios. Para nosotros estas promesas se ven cumplidas en los numerosos miembros de su Iglesia. Nosotros los cristianos contamos a Abraham como nuestro padre espiritual al haber recibido estas promesas que se cumplen en Jesucristo. La promesa de una tierra prometida es para nosotros figura de nuestra patria celestial que Jesucristo nos da por su muerte y Resurrección. Así como Dios se hace presente a Abraham, Jesúcristo verdadero Dios nos trae la presencia divina entre nosotros. La Transfiguración que contemplamos en el evangelio de este domingo es un breve anticipo donde Jesús nos revela su gloria divina. Esta Cuaresma es un tiempo propicio para que al igual que Abraham nosotros podamos practicar nuestra confianza en las promesas de nuestro Dios. ¿Qué nos promete? La vida eterna en Jesucristo su Hijo, salvador y redentor nuestro.

“El Señor es mi luz y mi salvación.” – Salmo 26:1a

La meta de nuestras vidas es llegar a la comunión eterna con Dios. Hacia esta meta final Dios mismo nos ayuda y va guiando nuestro caminar. Estas dos cosas es lo que proclama el salmista este domingo cuando nos invita a cantar: “el Señor es mi luz y mi salvación.” Dios nos da la luz que nos guía por los caminos de oscuridad del mundo. Él nos protege de los peligros así como protegió a su siervo David cuando era perseguido por las fuerzas del rey Saúl. Este salmo es una invitación a reconocer la presencia de Dios, sabiendo que Él está siempre cerca de sus elegidos. Sabiendo que Dios está cerca a nosotros podemos clamar “¡ten piedad de mí, respóndeme! Esto no es grito de desesperación, sino de fe y confianza en Dios, al saberlo cerca a nosotros y creer en fe que sólo Él nos puede salvar. Que esta temporada de Cuaresma sea una ocasión de callar un poco el ruido de nuestra vida, para así poder escuchar la voz de Dios que nos llama a convertirnos hacia Él.

“Hermanos, sean imitadores míos, y fíjense en los que viven según el modelo que tienen en nosotros.” – Filipenses 3:17

Una de las alegrías con la contamos los católicos es el de poder contar con el testimonio de vida de los santos, cuyas vidas nos muestran como se puede responder a la gracia de Dios, y vivir de acuerdo a su voluntad en nuestro propio entorno. Sus vidas nos instruyen y son modelos para nosotros. Ha habido santos, como san Ignacio de Loyola, que se convierten a Cristo precisamente leyendo las vidas de otros santos. Así san Pablo nos exhorta a ser imitadores suyos, y a imitar también las acciones de otros fieles convertidos a Cristo. Esto es propio porque el que se decide seguir a Cristo es alguien que se parece a él. El fiel cristiano comparte incluso la brillantez de Cristo, cuyo fulgor vieron los discípulos en la Transfiguración. En contraste, san Pablo nos menciona a los que viven sólo para sí mismos, actuando no de acuerdo a la voluntad De Dios, sino siguiendo sus apetitos, haciendo de su vientre su propio dios. Que esta lectura nos recuerde que tenemos en los santos modelos a seguir para ser como Cristo, alcanzar así con seguridad la corona del cielo.



“Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo.” – Lucas 9:35

El evento de la Transfiguración que meditamos este segundo domingo de Cuaresma lo podemos entender como un fugaz anticipo de la Pascua.  Tenemos que leerlo en el contexto de las dos predicciones de la Pasión que se encuentran antes y después de este pasaje.  No hay gloria si no hay cruz.

“Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes”… “Así será tu descendencia.” – Genesis 15:5

Continuamos nuestro camino de preparación a la Pascua, y este domingo la primera lectura es de central importancia para la historia de la salvación. En este pasaje del libro de Génesis vemos cosas tan importantes como la promesa de Dios a Abrahám de una descendencia numerosa, la promesa de una tierra que sería su heredad, y una manifestación de la presencia de Dios. Para nosotros estas promesas se ven cumplidas en los numerosos miembros de su Iglesia. Nosotros los cristianos contamos a Abraham como nuestro padre espiritual al haber recibido estas promesas que se cumplen en Jesucristo. La promesa de una tierra prometida es para nosotros figura de nuestra patria celestial que Jesucristo nos da por su muerte y Resurrección. Así como Dios se hace presente a Abraham, Jesúcristo verdadero Dios nos trae la presencia divina entre nosotros. La Transfiguración que contemplamos en el evangelio de este domingo es un breve anticipo donde Jesús nos revela su gloria divina. Esta Cuaresma es un tiempo propicio para que al igual que Abraham nosotros podamos practicar nuestra confianza en las promesas de nuestro Dios. ¿Qué nos promete? La vida eterna en Jesucristo su Hijo, salvador y redentor nuestro.

“El Señor es mi luz y mi salvación.” – Salmo 26:1a

La meta de nuestras vidas es llegar a la comunión eterna con Dios. Hacia esta meta final Dios mismo nos ayuda y va guiando nuestro caminar. Estas dos cosas es lo que proclama el salmista este domingo cuando nos invita a cantar: “el Señor es mi luz y mi salvación.” Dios nos da la luz que nos guía por los caminos de oscuridad del mundo. Él nos protege de los peligros así como protegió a su siervo David cuando era perseguido por las fuerzas del rey Saúl. Este salmo es una invitación a reconocer la presencia de Dios, sabiendo que Él está siempre cerca de sus elegidos. Sabiendo que Dios está cerca a nosotros podemos clamar “¡ten piedad de mí, respóndeme! Esto no es grito de desesperación, sino de fe y confianza en Dios, al saberlo cerca a nosotros y creer en fe que sólo Él nos puede salvar. Que esta temporada de Cuaresma sea una ocasión de callar un poco el ruido de nuestra vida, para así poder escuchar la voz de Dios que nos llama a convertirnos hacia Él.

“Hermanos, sean imitadores míos, y fíjense en los que viven según el modelo que tienen en nosotros.” – Filipenses 3:17

Una de las alegrías con la contamos los católicos es el de poder contar con el testimonio de vida de los santos, cuyas vidas nos muestran como se puede responder a la gracia de Dios, y vivir de acuerdo a su voluntad en nuestro propio entorno. Sus vidas nos instruyen y son modelos para nosotros. Ha habido santos, como san Ignacio de Loyola, que se convierten a Cristo precisamente leyendo las vidas de otros santos. Así san Pablo nos exhorta a ser imitadores suyos, y a imitar también las acciones de otros fieles convertidos a Cristo. Esto es propio porque el que se decide seguir a Cristo es alguien que se parece a él. El fiel cristiano comparte incluso la brillantez de Cristo, cuyo fulgor vieron los discípulos en la Transfiguración. En contraste, san Pablo nos menciona a los que viven sólo para sí mismos, actuando no de acuerdo a la voluntad De Dios, sino siguiendo sus apetitos, haciendo de su vientre su propio dios. Que esta lectura nos recuerde que tenemos en los santos modelos a seguir para ser como Cristo, alcanzar así con seguridad la corona del cielo.



“Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo.” – Lucas 9:35

El evento de la Transfiguración que meditamos este segundo domingo de Cuaresma lo podemos entender como un fugaz anticipo de la Pascua.  Tenemos que leerlo en el contexto de las dos predicciones de la Pasión que se encuentran antes y después de este pasaje.  No hay gloria si no hay cruz.

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