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Luchen por entrar por la puerta estrecha-21 Domingo Ordinario Ciclo C La Palabra Contemplada

    • Christianity

En el evangelio de este domingo le preguntan a Jesús ¿son pocos los que se salvan? Para llegar al cielo es necesaria la fe en Dios y seguir sus mandamientos.  El seguir sus mandamientos como todos sabemos, no es cosa fácil para nosotros que vivimos en el mundo.  Es más bien una constante lucha contra las fuerzas opuestas a Dios, las fuerzas del mundo y de la carne. Oremos para que Dios nos de la gracia de vivir con el en la Jerusalén celestial.

Dios reune a los dispersados

En la primera lectura oímos de la última parte del libro del profeta Isaías el propósito que tiene Dios con los que habían sido exiliados.  El viene a reunirlos después de su dispersión.  La unidad del pueblo de Dios es su deseo, y esta unión nos permite ver la fama y gloria divina.  Dios los reúne de todas las esquinas del mundo, con estas ciudades mencionadas en la lectura localizadas en los puntos más retirados del mundo entonces conocido.  El punto de reunión es la ciudad santa de Jerusalén, donde pueden una vez más reanudar el culto al Santo de santos, y donde incluso algunos de ellos servirían a Dios como sacerdotes y levitas.  La aplicación de esta lectura a nuestros tiempos es que también a nosotros que por el pecado nos habíamos separado de él, él nos reúne, nos sana, nos reconcilia.  El punto de reunión es la Santa Iglesia Universal, que recibe a todo hombre y mujer de buena voluntad en nombre de Jesucristo.  La Iglesia es la Nueva Jerusalén que reúne a todos para rendirle verdadero culto al Señor y para guiarnos a nuestro destino, la Jerusalén celestial.

Dios nos corrige como un padre a sus hijos

La segunda lectura proveniente de la Carta a los Hebreos nos ofrece una metáfora de Dios como un padre que disciplina a sus hijos.  Y ofrece como ejemplo citando al libro de Proverbios 3:11-12 “ No deseches, hijo mío, la corrección del Señor, ni tengas aversión cuando Él te reprenda.”  Y estas palabras nos las ofrece a nosotros cuando leemos su palabra en las Escrituras y sentimos como nos advierte contra nuestra conducta.  Estas palabras de corrección no deben de dolernos u ofendernos.  Hagamos a un lado el orgullo y la soberbia de querer pensar que sabemos más que Dios, que orgullo y soberbia fueron lo que hicieron diablo del ángel más bello.  Cuando Dios nos reprende por medio de las Escrituras, o la predicación de sus ministros, debemos tomar sus palabras coma las palabras de un Padre amoroso que sabe las consecuencias del pecado, y quiere evitárnoslas.  Consideremos la grandeza de tener el privilegio de ser considerados hijos de Dios y de tener así un Padre que quiere lo mejor para nosotros, que quiere nuestra salvación, y que para lograrla a veces tiene que corregirnos.

¿Son pocos los que se salvan?

En el evangelio de este domingo San Lucas describe una pregunta que la humanidad constantemente le preocupa: ¿cuántas personas son las que se salvan?  La respuesta de Jesús no contesta la curiosidad humana, sino que nos dice que la puerta es estrecha, y hay que luchar para lograr la entrada.  Es nuestra fe que Dios tiene una voluntad salvífica universal; es decir, que quiere que todos se salven.  Incluso los que no conocen a Dios sin ser culpables de su ignorancia también pueden alcanzar la salvación en la medida en que obedezcan los dictámenes de su consciencia (ver Lumen Gentium 16).   La respuesta de Jesús nos indica que se requiere un esfuerzo.  Para llegar al cielo es necesaria la fe en Dios y seguir sus mandamientos.  El seguir sus mandamientos como todos sabemos, no es cosa fácil para nosotros que vivimos en el mundo.  Es más bien una constante lucha contra las fuerzas opuestas a Dios, las fuerzas del mundo y de la carne.

Enseguida Jesús procede a enseñarnos por medio de una parábola que no es suficiente conocer al Señor y a su predicación para entrar al banquete; lo que se ...

En el evangelio de este domingo le preguntan a Jesús ¿son pocos los que se salvan? Para llegar al cielo es necesaria la fe en Dios y seguir sus mandamientos.  El seguir sus mandamientos como todos sabemos, no es cosa fácil para nosotros que vivimos en el mundo.  Es más bien una constante lucha contra las fuerzas opuestas a Dios, las fuerzas del mundo y de la carne. Oremos para que Dios nos de la gracia de vivir con el en la Jerusalén celestial.

Dios reune a los dispersados

En la primera lectura oímos de la última parte del libro del profeta Isaías el propósito que tiene Dios con los que habían sido exiliados.  El viene a reunirlos después de su dispersión.  La unidad del pueblo de Dios es su deseo, y esta unión nos permite ver la fama y gloria divina.  Dios los reúne de todas las esquinas del mundo, con estas ciudades mencionadas en la lectura localizadas en los puntos más retirados del mundo entonces conocido.  El punto de reunión es la ciudad santa de Jerusalén, donde pueden una vez más reanudar el culto al Santo de santos, y donde incluso algunos de ellos servirían a Dios como sacerdotes y levitas.  La aplicación de esta lectura a nuestros tiempos es que también a nosotros que por el pecado nos habíamos separado de él, él nos reúne, nos sana, nos reconcilia.  El punto de reunión es la Santa Iglesia Universal, que recibe a todo hombre y mujer de buena voluntad en nombre de Jesucristo.  La Iglesia es la Nueva Jerusalén que reúne a todos para rendirle verdadero culto al Señor y para guiarnos a nuestro destino, la Jerusalén celestial.

Dios nos corrige como un padre a sus hijos

La segunda lectura proveniente de la Carta a los Hebreos nos ofrece una metáfora de Dios como un padre que disciplina a sus hijos.  Y ofrece como ejemplo citando al libro de Proverbios 3:11-12 “ No deseches, hijo mío, la corrección del Señor, ni tengas aversión cuando Él te reprenda.”  Y estas palabras nos las ofrece a nosotros cuando leemos su palabra en las Escrituras y sentimos como nos advierte contra nuestra conducta.  Estas palabras de corrección no deben de dolernos u ofendernos.  Hagamos a un lado el orgullo y la soberbia de querer pensar que sabemos más que Dios, que orgullo y soberbia fueron lo que hicieron diablo del ángel más bello.  Cuando Dios nos reprende por medio de las Escrituras, o la predicación de sus ministros, debemos tomar sus palabras coma las palabras de un Padre amoroso que sabe las consecuencias del pecado, y quiere evitárnoslas.  Consideremos la grandeza de tener el privilegio de ser considerados hijos de Dios y de tener así un Padre que quiere lo mejor para nosotros, que quiere nuestra salvación, y que para lograrla a veces tiene que corregirnos.

¿Son pocos los que se salvan?

En el evangelio de este domingo San Lucas describe una pregunta que la humanidad constantemente le preocupa: ¿cuántas personas son las que se salvan?  La respuesta de Jesús no contesta la curiosidad humana, sino que nos dice que la puerta es estrecha, y hay que luchar para lograr la entrada.  Es nuestra fe que Dios tiene una voluntad salvífica universal; es decir, que quiere que todos se salven.  Incluso los que no conocen a Dios sin ser culpables de su ignorancia también pueden alcanzar la salvación en la medida en que obedezcan los dictámenes de su consciencia (ver Lumen Gentium 16).   La respuesta de Jesús nos indica que se requiere un esfuerzo.  Para llegar al cielo es necesaria la fe en Dios y seguir sus mandamientos.  El seguir sus mandamientos como todos sabemos, no es cosa fácil para nosotros que vivimos en el mundo.  Es más bien una constante lucha contra las fuerzas opuestas a Dios, las fuerzas del mundo y de la carne.

Enseguida Jesús procede a enseñarnos por medio de una parábola que no es suficiente conocer al Señor y a su predicación para entrar al banquete; lo que se ...

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