No fue ayer, pero parece LA NACION

En agosto del 2014 un anuncio rompió todas las variables, cruzó a toda la política e interpeló a la sociedad, a cada lado de la grieta. Luego de haber encontrado a 113 nietos, de una lista que abarca a unos 300 que faltan recuperar y que se siguen buscando, llegó una de las noticias más contundentes en el escenario de los derechos humanos en nuestro país: había aparecido el nieto de Estela de Carlotto.

Cavallo, Lorenzino, Prat Gay, Dujovne. La mala sangre de los argentinos se mide en frases. Y los maestros del género son los Ministros de Economía. Ellos hablan y dejan un lema. Esa frase marca a fuego a una generación. Esa marca se convierte, con los años, en un clásico del habla. Distintas escuelas, distinta ideología y mismo destino: la desgracia en nuestros bolsillos.

No se sabe exactamente cómo o cuándo una persona, una frase, un evento o un hecho azaroso pasan a ser, para siempre, parte de la cultura popular. Quedará para los antropólogos del futuro analizar por qué un conductor de TV y un carnicero mayorista pasaron a la historia nacional no solo por agarrarse a piñas en vivo, sino por lo que se dijeron, y cómo lo hicieron.

El momento de un homenaje, una ceremonia de premiación o una presentación pública le da al protagonista la oportunidad de dirigirse al mundo. La mayoría de las veces se dice y hace lo correcto, lo que se espera. A veces sale mal, y el espacio se convierte en un lugar extraño, se mezcla lo incómodo con la vergüenza ajena.
De Los Beatles frente a la Reina a Patti Smith en los Nobel (por Bob Dylan), de Marlon Brando en los Oscar a Ricky Gervais en los Golden Globe, de Diego Maradona después del Mundial 86 a los campeones olímpicos de 200 metros en 1968.

En este episodio de No fue ayer, pero parece, un podcast en el que repasamos algunas anécdotas algo desprolijas de nuestra historia reciente, volvemos a la vida de un persona singular, que vivió entre nosotros en el noroeste argentino: el “Malevo” Ferreyra. Vestía de negro y usaba sombrero. Se convirtió en una figura pública por su perfil, que parecía sacado de un cómic criollo. Al principio parecía ser una especie de justiciero: luego supimos que era un delincuente condenado por la Justicia. Su acto de despedida: un suicidio en vivo, frente a las cámaras de televisión, cuando estaba acorralado.

¿En qué momento Pity Álvarez dejó de ser un rockero volado, pero simpático, y pasó a convertirse en un asesino confeso? Del barrio pasó a los boliches. Y de los boliches a los estadios. Tuvo múltiples flirteos mediáticos con sus adicciones y con el mundo marginal. Pero un día se cruzó con un vecino que apareció en el lugar de siempre a la hora equivocada, y todo se salió de control.