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“No tentarás al Señor, tu Dios”- 1er Domingo de Cuaresma La Palabra Contemplada

    • Christianity

 

“…ahora yo traigo aquí las primicias de la tierra que tú, Señor, me has dado.” – Deuteronomio 26:10

En la primera lectura vemos la descripción de la ceremonia del ofrecimiento del sacrificio de los primeros frutos que el pueblo de Dios ofrecería al llegar a la Tierra Prometida.  Este sacrificio se realizaba en reconocimiento del dominio de Dios sobre la creación; de cierta manera devolviéndole a Dios lo que le pertenece.  Este reconocimiento de los primeros frutos de la cosecha, los animales y los hijos tiene como propósito el condicionar al pueblo de Dios a poner a su Señor como primero ante todo.  Este propósito forma gran parte de lo que la Iglesia nos invita a nosotros hoy en día a vivir en esta Cuaresma: re-orientar nuestra vida para que Dios sea nuestro primer pensamiento, nuestro Sumo Bien, nuestro todo.  Esta re-orientación la realizamos no sólo con buenos deseos, sino apoyados de los pilares del ayuno, la oración y la limosna. Re-orientamos nuestra vida entera, sin guardarnos nada. Nuestras relaciones, nuestro trabajo, nuestro dinero, nuestra sexualidad, todo lo volvemos al servicio del Señor, sin guardarnos nada. Hacer esto es una forma de agradecimiento a Dios por su bondad con nosotros. Que Dios nos ayude en esta Cuaresma a tener una actitud de agradecimiento, y volver todo nuestro ser hacia Él.

“En efecto, hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad” – Romanos 10:10

En la segunda lectura san Pablo nos exhorta a profesar con la boca lo que creemos con el corazón.  No nos equivoquemos al pensar que creer con el corazón expresa un tierno, pero difuso sentimiento; para la gente en tiempos de Pablo, el corazón es centro vital.  Decir que uno siente con el corazón envuelve el sentir con una convicción que envuelve todo nuestro ser. La fe que con el corazón creemos necesita una expresión exterior.  Por eso nosotros los católicos expresamos nuestra fe con todos los sentidos: cantamos, peregrinamos, alzamos las manos, usamos colores, incienso, etc.  Por eso en la Cuaresma se nos imponen cenizas como signo exterior de nuestro arrepentimiento interior.  En este pasaje vemos la razón de ser de la Iglesia: el proclamar la Buena Nueva de Jesucristo a manera de que llegue este mensaje a nuestra corazón y podamos así confesar que Jesús es el Señor.  Decir que Jesús es el Señor significa que Jesús es Dios.  Decir que Jesús es Dios expresa nuestra fe trinitaria, y significa que con su muerte nos trae la salvación.  ¿De qué nos salva Jesús? Del pecado y  de la consecuencia del pecado, que es la muerte.  ¿Has sido salvado alguna vez de hacer un trabajo, o de pagar algún castigo? ¿Cómo te sentiste? Con un gran alivio, y seguramente agradecido.  ¿Y cómo te sientes al saber que Jesús te salvó del abismo de la muerte? Que nuestra respuesta a su salvación sea vivir siempre en agradecimiento.

 

“…Se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio.” – Lucas 4:2-3

En el evangelio de este domingo Lucas nos describe las tentaciones de Jesús en el desierto, el último episodio antes de que comience el ministerio público de Jesús.  Este pasaje contiene una gran riqueza de significado que nunca terminaremos de sondear, y por tanto, te invito a que leas este pasaje una y otra vez esta semana para que Dios te vaya iluminando mas sobre su significado.  Jesús al pasar por estas tentaciones quiere demostrarnos como nosotros podemos resistir las tentaciones también. El desierto en la Biblia es un lugar de peligro, donde habitan bestias salvajes. El numero cuarenta evoca los cuarenta años de prueba que el pueblo de Dios paso, también en el desierto al salir de Egipto. A diferencia del pueblo de Dios, que cayó en la tentación al quejarse por el hambre y la sed, y cayó también en la idolatría, aquí Jesús pone su confianza en Dios, y por su fidelidad a la voluntad del Padre, sale triunfa

 

“…ahora yo traigo aquí las primicias de la tierra que tú, Señor, me has dado.” – Deuteronomio 26:10

En la primera lectura vemos la descripción de la ceremonia del ofrecimiento del sacrificio de los primeros frutos que el pueblo de Dios ofrecería al llegar a la Tierra Prometida.  Este sacrificio se realizaba en reconocimiento del dominio de Dios sobre la creación; de cierta manera devolviéndole a Dios lo que le pertenece.  Este reconocimiento de los primeros frutos de la cosecha, los animales y los hijos tiene como propósito el condicionar al pueblo de Dios a poner a su Señor como primero ante todo.  Este propósito forma gran parte de lo que la Iglesia nos invita a nosotros hoy en día a vivir en esta Cuaresma: re-orientar nuestra vida para que Dios sea nuestro primer pensamiento, nuestro Sumo Bien, nuestro todo.  Esta re-orientación la realizamos no sólo con buenos deseos, sino apoyados de los pilares del ayuno, la oración y la limosna. Re-orientamos nuestra vida entera, sin guardarnos nada. Nuestras relaciones, nuestro trabajo, nuestro dinero, nuestra sexualidad, todo lo volvemos al servicio del Señor, sin guardarnos nada. Hacer esto es una forma de agradecimiento a Dios por su bondad con nosotros. Que Dios nos ayude en esta Cuaresma a tener una actitud de agradecimiento, y volver todo nuestro ser hacia Él.

“En efecto, hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad” – Romanos 10:10

En la segunda lectura san Pablo nos exhorta a profesar con la boca lo que creemos con el corazón.  No nos equivoquemos al pensar que creer con el corazón expresa un tierno, pero difuso sentimiento; para la gente en tiempos de Pablo, el corazón es centro vital.  Decir que uno siente con el corazón envuelve el sentir con una convicción que envuelve todo nuestro ser. La fe que con el corazón creemos necesita una expresión exterior.  Por eso nosotros los católicos expresamos nuestra fe con todos los sentidos: cantamos, peregrinamos, alzamos las manos, usamos colores, incienso, etc.  Por eso en la Cuaresma se nos imponen cenizas como signo exterior de nuestro arrepentimiento interior.  En este pasaje vemos la razón de ser de la Iglesia: el proclamar la Buena Nueva de Jesucristo a manera de que llegue este mensaje a nuestra corazón y podamos así confesar que Jesús es el Señor.  Decir que Jesús es el Señor significa que Jesús es Dios.  Decir que Jesús es Dios expresa nuestra fe trinitaria, y significa que con su muerte nos trae la salvación.  ¿De qué nos salva Jesús? Del pecado y  de la consecuencia del pecado, que es la muerte.  ¿Has sido salvado alguna vez de hacer un trabajo, o de pagar algún castigo? ¿Cómo te sentiste? Con un gran alivio, y seguramente agradecido.  ¿Y cómo te sientes al saber que Jesús te salvó del abismo de la muerte? Que nuestra respuesta a su salvación sea vivir siempre en agradecimiento.

 

“…Se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio.” – Lucas 4:2-3

En el evangelio de este domingo Lucas nos describe las tentaciones de Jesús en el desierto, el último episodio antes de que comience el ministerio público de Jesús.  Este pasaje contiene una gran riqueza de significado que nunca terminaremos de sondear, y por tanto, te invito a que leas este pasaje una y otra vez esta semana para que Dios te vaya iluminando mas sobre su significado.  Jesús al pasar por estas tentaciones quiere demostrarnos como nosotros podemos resistir las tentaciones también. El desierto en la Biblia es un lugar de peligro, donde habitan bestias salvajes. El numero cuarenta evoca los cuarenta años de prueba que el pueblo de Dios paso, también en el desierto al salir de Egipto. A diferencia del pueblo de Dios, que cayó en la tentación al quejarse por el hambre y la sed, y cayó también en la idolatría, aquí Jesús pone su confianza en Dios, y por su fidelidad a la voluntad del Padre, sale triunfa

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