Participantes para un delirio Coco Dávez

Valeria duda del yo y no le desea una identidad a nadie. Piensa que, como las criaturas se mueven, se escurren y son fugaces, es mejor no tratar de encerrarlas. 

Por eso le atrae la escritura como una serie de acciones sin autor individual, o como una forma de despersonalización para poder encontrar otras formas de estar en común.

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De pequeña se disfrazaba de personas que llamaban su atención y las imitaba. Puede que de ese juego naciera su vocación de ser actriz o quizá fuera al darse cuenta de que era una curiosa manera de renunciar a sí misma y ver el mundo a través de otros ojos. Cree que ese momento, entre motor y acción, y justo antes de salir a escena, es una de las cosas más excitantes del mundo. Le encanta dormirse en playas perdidas, el olor de los liliums, las buenas conversaciones, leer, la música en directo y comer rico. Suele quedarse embobada mirando a la gente, es indecisa y le habría gustado tener una banda.

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Con solo 2 añitos, en las maravillosas orillas del Lago Maggiore, en el norte de Italia, Marco no quería hacer otra cosa que dibujar. Ahora, después de 32 años, primero en papel y luego frente a un ordenador, con cientos de proyectos a sus espaldas, afirma estar considerándolo todo. Orgullosamente italiano, aunque lleve 9 años viviendo en Galicia, es profundamente existencialista, irónico y opina que hay cosas peores que la pizza con piña. La cocina es su refugio, el garaje su parque de juegos y las colas para entrar al avión su lugar seguro; así le dijo una vez a su terapeuta.


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Srta Lylo, siendo niña pasaba las horas haciendo cosas manuales, tarjetas, dibujos, collage, hasta el punto de colocar, uno por uno, granos de arroz en tarjetas navideñas. Eso sí, lo único que podía desviar su atención era o un helado, o los lápices de colores. Con el tiempo los lápices los cambió por hilos, pero los helados siguen estando presentes tanto en invierno como verano. El bordado llegó, como quien no quiere la cosa, y resultó ser el mejor bálsamo para calmar la mente. Con el tiempo fue mutando de hobby a profesión. ¿Y si se aburre? No hay lugar para esa palabra, borda sus zapatillas, interpreta sus fotos de instagram, borda a sus mascotas, las baldosas de su casa, o adorna su balcón en verano, con cintas de colores en forma de sintetizador musical.


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Hoy me visita Laura Hojman, quien de pequeña quería ser arqueóloga y empaquetadora de regalos. A veces se sintió sola y las películas la acompañaron. Tiene un apellido raro y lejano que siempre tiene que deletrear. Normalmente piensa que por qué justo a ella le tocó ser como ella es, pero la vida se le hace más ligera cuando se sienta a leer al sol en un banco de su barrio. Escribe y hace cine para entender el mundo. Los sábados compra flores.

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Hoy nos visita Ángel Carmona.

Curioso, a él le gustaría ser curioso. Y le encantaría que fuera su característica principal. Pero la procrastinación y la falta de constancia le lleva a otro lado.

En definición de Juan de Pablos, le encantaría ser un hombre de música. En realidad, la música le ha llevado a todos los lugares que ha vivido: relaciones, trabajo, aficiones, una ONG en las favelas de Río, el Premio Ondas y muchas amigas y amigos. Si es posible, intenta que no pase un día sin tocar al menos una nota de un instrumento. La guitarra y el piano son sus dos compañeras de viaje.

Todos esos caminos desembocan en la radio. La hace desde que no sabía que la quería hacer, cuando iba a ver a Gomaespuma a las siete de la mañana; y acabó haciendo el programa de las siete de la mañana en Radio 3 durante 15 años. Ahora, comienza camino de nuevo desde "Mañana más". Es hora de siembra y de paciencia.


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