Espero tu email Podimo España

En una de mis visitas rutinarias a la librería de Sandra, descubrí que Luis Ortuño acababa de publicar nueva novela.Luis Ortuño era, sin lugar a dudas, mi autor favorito. Todas sus novelas me encantaban y las devoraba en una sola noche. Estaba nerviosa, deseando empezarla ya.  Me serví una copita de vino y me tumbé en la cama. Abrí el libro y comencé a leer.Por primera vez en días, no iba con intención de compararme, solo tenía ganas de disfrutar de la compañía de Ortuño y su nueva novela, pero me faltó tiempo para hacerlo. Había capítulos casi idénticos a los de mi primera novela.

«Aquí tienes el email que esperabas», decía Ortuño en su réplica. Y sí que lo esperaba, sí. Pero para nada esperaba lo que iba a leer a continuación. Pensaba que saldría a defenderse a capa y espada: «¿cómo alguien puede atreverse a insinuar que el gran Luis Ortuño ha plagiado un libro? ¿Y más a plagiar a una mindundi que no podía ni considerarse escritora, porque no había vendido más de dos ejemplares?»

Aparté la mirada del ordenador y se fue directa a las cajas llenas de copias de mi primera novela que ocupaban medio comedor. Entonces, me di cuenta de que me estaba dejando llevar por la emoción. La respuesta podía esperar. Cogí el móvil y llamé a Vicky, mi amiga periodista. Trabajaba en un periódico con poca tirada, pero eso no era lo importante: sabía dar muy buenos consejos. Y, a diferencia de mí, sabía defender a capa y espada lo que era suyo.

Saqué la cabeza por un lado de la barra para seguirle los pasos. Lore le entregó el café y trató de darle conversación. Ya lo creo si lo intentó… Pero el chico parecía no tener ganas de hablar. Le contestó con monosílabos sin apartar los ojos del libro. Lore me miró desde la distancia para que le echara un capote. La animé a seguir, dibujando un garabato en el aire y levantando los hombros. Ella regresó a la barra y se puso a teclear números en la caja. Me acerqué corriendo.

«Gracias por tu crítica. Nunca nadie había hecho algo así por mí. No sé si era tu forma de pedirme disculpas por lo que dijiste de mí en la tele. Supongo que protegías tu carrera… Ahora bien, no vuelvas a dejarme en evidencia en público jamás. Por favor. Ni me plantes otra vez en un bar. ¿Entendido? Puedes volver a escribirme, como hacías antes, si aún quieres. (Espero tu email.)»

Me compré un Kebab y me senté en un banco que había justo en frente de la dirección que Santi me había dado. Y me puse a cenar con vistas a la casa de Luis. Eran las nueve y media. Pronto recibiría el mensaje de buenas noches, el que abría a diario nuestras larguísimas conversaciones nocturnas. Y así fue, a las diez cero cero me llegó al móvil la notificación del chat de Gmail. El móvil no funcionaba igual que el de ordenador, así que tardé un rato en poder contestar.