unaVidaReformada

samuel hernández clemente
unaVidaReformada

mirando la vida desde la perspectiva de Dios

  1. La Divina PROVIDENCIA

    FEB 7

    La Divina PROVIDENCIA

    Amparados en Su Providencia. La oración y la confianza en la providencia divina están íntimamente vinculadas, pues orar es reconocer que nuestras vidas están en manos de un Dios soberano y sabio, cuyas decisiones son siempre para nuestro bien y su gloria (Romanos 8:28). En la oración rendimos nuestras preocupaciones, confiando en que su voluntad perfecta es mejor que nuestros deseos limitados. Al presentar nuestras peticiones con humildad y gratitud, descansamos en el hecho de que Él gobierna todas las cosas con amor y cuidado providencial (Filipenses 4:6-7). ORAR ES RECONOCER QUE NO TENGO EL CONTROL La verdadera oración comienza con la humildad de reconocer que no tenemos el control sobre nuestras vidas ni sobre el curso de los eventos que nos rodean. Este reconocimiento, lejos de ser una derrota, es el fundamento de una relación auténtica con Dios. "Muchos son los planes en el corazón del hombre, pero el propósito del Señor es el que prevalecerá" (Proverbios 19:21). Cuando venimos en oración, abandonamos la ilusión de autosuficiencia. Esto es un acto profundamente contracultural en una sociedad que exalta la independencia y la autonomía personal. La confesión de nuestra impotencia es, en realidad, un grito de fe que reconoce que Dios es el Soberano Señor de toda la creación. ORAR ES CONFIAR EN LOS PLANES DE DIOS Nuestra oración, cuando está bien orientada, no busca cambiar la voluntad de Dios, sino que nos alinea con sus propósitos eternos. "Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados" (Romanos 8:28). La providencia de Dios no es caprichosa ni indiferente. Él tiene un plan perfecto, aunque a menudo esté oculto para nosotros. En la oración aprendemos a confiar en sus designios, incluso cuando estos nos parecen incomprensibles o dolorosos. ORAR ES ESTAR DISPUESTO A ACATAR LA AUTORIDAD DE DIOS La oración genuina siempre incluye la disposición de someter nuestra voluntad a la de Dios. Nuestro Señor Jesucristo nos dio el ejemplo supremo en Getsemaní: "Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú" (Mateo 26:39). Este acto de rendición es el punto culminante de la oración. No venimos a Dios para imponerle nuestras agendas, sino para aprender a decir con sinceridad: "Hágase tu voluntad." Al hacerlo, reconocemos que su autoridad es absoluta y que su sabiduría es infinita. ORAR ES DESCANSAR EN EL CUIDADO DE DIOS Finalmente, la oración nos conduce al descanso. Después de presentar nuestras necesidades y rendir nuestra voluntad, el alma encuentra paz en la certeza de que Dios cuida de nosotros. "Echad toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros" (1 Pedro 5:7). Descansar en el cuidado de Dios es el resultado de entender su providencia: nada escapa de sus manos amorosas. Cuando oramos con esta confianza, podemos enfrentar la vida con serenidad y gratitud, sabiendo que el Dios que gobierna el universo es también nuestro Padre celestial, que siempre busca nuestro bien.

    42 min
  2. Siempre a mi lado, nunca abandonado

    FEB 5

    Siempre a mi lado, nunca abandonado

    SIEMPRE A MI LADO, NUNCA ABANDONADO. La doctrina de la oración nos enseña a confiar plenamente en el amparo y la presencia constante de Dios. Cristo cuidará de nosotros en todo lugar, en toda circunstancia y con todo su amor. Al vivir en esta realidad, la oración deja de ser una mera formalidad y se convierte en el dulce refugio de un corazón que sabe que nunca está solo. CRISTO CUIDARÁ DE MÍ EN TODO LUGAR El salmista declara: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, tú estás” (Salmo 139:7-8). Esta afirmación de la omnipresencia de Dios es el fundamento de nuestra confianza en la oración. No importa si estamos en la tranquilidad de nuestro hogar o en tierras lejanas, en la soledad de la noche o en medio de una multitud, Dios siempre está a nuestro lado. La oración no está limitada por geografía. Como hijos de Dios, podemos acudir al trono de la gracia desde cualquier lugar, seguros de que nuestro clamor será escuchado. Jesucristo, quien prometió estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20), nos garantiza su presencia constante. CRISTO CUIDARÁ DE MÍ EN TODA CIRCUNSTANCIA La vida cristiana no está exenta de pruebas, pero en medio de las tempestades tenemos la certeza de que Dios nos escucha y cuida. El apóstol Pablo escribió: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7). La oración no solo nos permite presentar nuestras necesidades, sino que también nos recuerda que el Señor es soberano sobre cada circunstancia. En la alegría y en el dolor, en el éxito y en la adversidad, podemos confiar en que Cristo cuidará de nosotros y nos sostendrá con su mano poderosa. CRISTO CUIDARÁ DE MÍ CON TODO SU AMOR El amor de Cristo por nosotros es infinito y constante. En Romanos 8:38-39, Pablo afirma con valentía: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Cuando oramos, nos sumergimos en ese amor inagotable. Cada palabra, susurro o lamento presentado ante Dios es recibido con compasión y ternura. La cruz de Cristo es la prueba definitiva de ese amor que no tiene límites, y la oración es el medio por el cual somos constantemente recordados de su cercanía y cuidado.

    31 min
  3. ¿Con quién crees que HABLAS?

    JAN 30

    ¿Con quién crees que HABLAS?

    En 2019, la cantante cristiana Christine D'Clario generó controversia cuando, al orar por la sanidad de un amigo, expresó: "No aceptaremos un no por respuesta". Este tipo de declaración plantea preguntas profundas sobre la actitud correcta que debemos tener al orar. ¿Es esta una expresión de fe o una postura que contradice la enseñanza bíblica? La Escritura enseña que debemos orar con fe (Santiago 1:6) y perseverancia (Lucas 18:1-8). Sin embargo, la fe genuina nunca busca imponer su voluntad sobre Dios, sino confiar en que Él hará lo que es mejor, incluso cuando no entendamos sus caminos. Nuestro Señor Jesucristo nos dio el ejemplo perfecto en Getsemaní: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.” (Mateo 26:39) ¿CON QUIÉN CREES QUE ESTÁS HABLANDO? Cuando oramos, nos dirigimos al Dios soberano, sabio y bueno, que gobierna el universo con justicia perfecta. No es un genio en una lámpara que concede deseos; es el Creador del cielo y de la tierra, cuyo propósito eterno es siempre para su gloria y el bien de su pueblo (Romanos 8:28). Por tanto, nuestra actitud debe ser la de hijos que confían plenamente en su Padre, no de consumidores que negocian una transacción. La Escritura nos recuerda: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo.” (1 Pedro 5:6) CLAMAR, NO DEMANDAR. La oración es clamar ayuda, no proponer una transacción. Pedimos con confianza, pero siempre bajo la luz de su voluntad soberana. Cuando decimos "sea hecha tu voluntad" (Mateo 6:10), no estamos mostrando una fe débil, sino una fe robusta que descansa en la bondad infinita de Dios. Orar es pedir un favor, no demandar un derecho. Nadie tiene derecho a exigirle a Dios; todo lo que recibimos de Él es por pura gracia. Recordemos las palabras del apóstol Pablo: “¿Quién eres tú, para que alterques con Dios?” (Romanos 9:20) "SEA HECHA TU VOLUNTAD" La oración es uno de los privilegios más preciosos de la vida cristiana. Es la oportunidad de presentarnos ante el trono del Dios Todopoderoso, quien nos invita a hablarle como Padre amoroso. Sin embargo, nuestra actitud al orar revela mucho sobre nuestra teología y comprensión de quién es Dios. ¿Es Él un sirviente celestial obligado a satisfacer nuestras exigencias? ¿O es el Soberano Señor que obra conforme a su voluntad perfecta y sabia? Más importante que las palabras que usamos o la postura que adoptamos al orar, es nuestra actitud ante Dios. La oración es el acto humilde de reconocer nuestra dependencia absoluta del Señor, confiando plenamente en su voluntad perfecta. Dejemos de lado las demandas y abracemos la paz que trae decir con reverencia: "Sea hecha tu voluntad, Señor". La verdadera fe no busca controlar a Dios, sino descansar en Él y honrarle a Él.

    29 min
  4. La oración CORRECTA

    JAN 24

    La oración CORRECTA

    La oración cristiana no es simplemente un acto religioso o un ritual vacío; es la expresión viva de nuestra comunión con Dios. A través de la oración, nos acercamos al trono de gracia (Hebreos 4:16) como hijos adoptados por medio de Cristo, dirigidos por el Espíritu Santo. Para que nuestra oración sea bíblica y agradable a Dios, debemos atender tres aspectos fundamentales: el Dios correcto, las ideas correctas y la actitud correcta. 1. Debemos orar al Dios correcto: el único y verdadero Dios La oración cristiana tiene como único destinatario al Dios trino: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Mateo 28:19). No basta con tener sinceridad; debemos asegurarnos de que oramos al verdadero Dios revelado en las Escrituras. Orar a ídolos, ideas humanas de la divinidad o conceptos ambiguos sobre Dios es ofensivo para Él (Éxodo 20:3-5). Jesús nos enseñó a orar al Padre celestial: "Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre" (Mateo 6:9). Esta dirección nos recuerda que la oración no es un diálogo con un poder impersonal ni con una fuerza cósmica, sino con el Dios personal y soberano que se ha revelado en Cristo. 2. Debemos orar con las ideas correctas: conforme a las Escrituras Nuestra oración debe estar fundamentada en la verdad bíblica. No podemos acercarnos a Dios con ideas que contradigan Su Palabra, ni con deseos egoístas o carnales. Santiago nos advierte: "Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites" (Santiago 4:3). La Escritura nos guía en cómo orar correctamente: Con fe: "Pero pida con fe, no dudando nada" (Santiago 1:6), debemos orar también conforme a la voluntad de Dios: "Si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye" (1 Juan 5:14) - y así mismo, nuestra oración debe estar saturada de acción de gracias: "Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias" (Filipenses 4:6). 3. Debemos orar con la actitud correcta: humildad y mansedumbre El Dios soberano no se impresiona con nuestras palabras elaboradas ni con la cantidad de nuestras oraciones. Él busca corazones humildes que reconozcan su total dependencia de Su gracia. El salmista declara: "Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu" (Salmo 34:18). Jesús mismo enseñó que el fariseo, quien oraba con orgullo, no fue justificado; pero el publicano, que clamó: "Dios, sé propicio a mí, pecador", fue escuchado (Lucas 18:9-14). Esta actitud de mansedumbre reconoce nuestra necesidad constante de Dios y Su misericordia. ORAR ES CLAMAR POR LA MISERICORDIA DEL REY La oración cristiana no es un monólogo vacío ni una transacción comercial con Dios; es un acto de adoración y comunión. Cuando oramos al Dios correcto, con las ideas correctas y con la actitud correcta, encontramos que nuestra oración se convierte en una experiencia de acercamiento al Rey de reyes, es un privilegio y honor - La oración es el medio principal por el cual los hombres invocan a Dios y aprenden a confiar en Él, mostrando así su dependencia de Su bondad y misericordia. Oremos, entonces, con confianza, sabiendo que en Cristo tenemos acceso al Padre y que el Espíritu Santo intercede por nosotros conforme a la voluntad de Dios (Romanos 8:26-27).

    42 min
  5. Sin volver ATRÁS

    JAN 22

    Sin volver ATRÁS

    SIN MIRAR ATRÁS La vida cristiana es una jornada marcada por el llamado a la piedad, entendida como devoción, fervor y consagración a Dios. En su segunda epístola, el apóstol Pedro nos exhorta a añadir piedad a nuestra fe como una virtud indispensable (2 Pedro 1:6). Este llamado no es opcional, sino una manifestación de nuestra unión con Cristo y un reflejo de nuestra esperanza eterna. "No mirar atrás" significa vivir con la mirada fija en Cristo, avanzando en nuestra devoción a Dios con perseverancia, urgencia e integridad. 1. Piedad es Perseverancia: Buscar a Dios Continuamente La piedad no es un acto aislado, sino un hábito constante. Pedro nos llama a confirmar nuestra vocación y elección a través de una vida que no cesa en buscar a Dios (2 Pedro 1:10). Esta perseverancia implica reconocer que nuestra fortaleza para vivir piadosamente proviene de Su poder divino, que nos ha dado "todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad" (2 Pedro 1:3). Vivir piadosamente significa no desmayar ante los desafíos, sino avanzar con la certeza de que Dios obra en nosotros para cumplir Su propósito. La perseverancia en la piedad es evidencia de una fe viva y de un amor genuino por nuestro Salvador. 2. Piedad es Urgencia: Buscar a Dios Prioritariamente Pedro advierte acerca de los falsos maestros y el peligro de ser arrastrados por doctrinas que desvían nuestra atención (2 Pedro 2:1-3). Por ello, la piedad demanda urgencia: debemos priorizar nuestra búsqueda de Dios por encima de todas las cosas. El cristiano que vive piadosamente reconoce que la comunión con Dios no puede esperar. Cada día, al enfrentar la tentación de priorizar lo temporal sobre lo eterno, debemos recordar las palabras de Pedro: "Pero vosotros, amados, sabiendo esto de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos caigáis de vuestra firmeza" (2 Pedro 3:17). Buscar a Dios urgentemente refleja un corazón que entiende la brevedad de la vida y la inminencia del regreso de Cristo. 3. Piedad es Integridad: Buscar a Dios Completamente La piedad no admite una devoción dividida. Pedro nos insta a vivir "en santa y piadosa manera de vivir" mientras esperamos la venida del Señor (2 Pedro 3:11). Esto significa que toda nuestra vida, en pensamiento, palabra y obra, debe estar consagrada a Dios. La integridad en la piedad implica rechazar la hipocresía y vivir de acuerdo con la verdad del evangelio. Así como Pedro describe a los falsos maestros como aquellos que "tienen el corazón ejercitado en la avaricia" (2 Pedro 2:14), los creyentes piadosos deben cultivar un corazón ejercitado en justicia y santidad, buscando a Dios completamente. “NO VUELVO ATRÁS” El llamado a la piedad es un llamado a "no mirar atrás", sino a avanzar con perseverancia, urgencia e integridad hacia la meta de nuestra vocación en Cristo Jesús. Sin embargo, esta perseverancia no es una obra que realizamos en nuestras propias fuerzas. Pedro nos recuerda que es Dios quien nos ha llamado por Su gloria y excelencia, y que Su Espíritu Santo nos capacita para vivir piadosamente (2 Pedro 1:3). Que nuestras vidas sean un continuo crecer " en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 Pedro 3:18), y que caminemos en piedad, no mirando atrás, sino firmes en la esperanza que Él nos ha dado.

    32 min

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