La respuesta simple sería en el 2015, cuando Abuelas De Plaza de Mayo me contactó para dejar el ADN. Para los que no saben quiénes son, Abuelas de Plaza de Mayo es una organización no gubernamental creada en 1977 cuyo objetivo es localizar y restituir a sus legítimas familias todos los niños desaparecidos y dados en adopción ilegal por la dictadura militar argentina del 1976 al 1983. Fue así. El 14 de agosto del 2015 recibí una llamada de la embajada Argentina en Suecia diciendo que me estaban buscando de la cancillería argentina. Cuando pregunté por qué asunto era, me dijeron que no me lo podían decir, pero me preguntaron si estaba dispuesta a presentarme. Para hacer corta una historia larga, básicamente mi caso se judicializó. En Abuelas de Plaza de Mayos habían recibido varias denuncias anónimas sobre mi adopción y ya no podían esperar más. O sea, recibieron varias llamadas anónimas de personas diciendo que sospechaban que yo era hija de desaparecidos. Cuando me presenté en la embajada argentina en Estocolmo hablé con el juez de la causa que me explicó que si no dejaba la prueba de ADN por voluntad propia iban a tener que mandar a la policía sueca a hacer un allanamiento y obligarme a dejar mi ADN. Así que finalmente y después de un par de vueltas dejé el ADN el 7 de diciembre del 2015. Y todo lo que eso implicó realmente es largo de explicar, así que por ahora lo voy a dejar ahí. La pregunta más interesante tal vez sea, cuando empecé a sentir curiosidad por conocer mi origen biológico. Eso es un poco más complejo de contestar. Porque en ningún momento sentí un ímpetu de saber de dónde venían mis genes. Desde chica siempre escuché decir en mi familia, especialmente a mi mamá, que yo tenía genes villeros. Como mi piel era más oscura que la de mi hermano, también adoptado, y me reía más fuerte que él, y no mostraba ningún tipo de sofisticación, yo venía acorde a sus creencias, obviamente de la villa, yo era obviamente de menor “casta”. Estas eran sus creencias racistas. El racismo en Argentina tiene sus raíces en el colonialismo pero, por supuesto, fue muy evidente en las partes de Buenos Aires a las que se mudaron los alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Y esto se reflejaba en todas partes. En el colegio por ejemplo, yo siendo marroncita, recuerdo que a la edad de 6 años unos chicos se me acercaron en el recreo y me dijeron: "Vos sos una negra", lo cual, acorde a las normas sociales racistas, no era nada bueno. Y eso continuó todo mi tiempo escolar. Siempre me quedó bien claro que yo no pertenecía a la supuesta “raza blanca superior”, yo tenía genes villeros. Por supuesto que ir a un colegio alemán en Buenos Aires, no ayudó en nada. Entonces ¿para qué buscar más? Para qué hacerme preguntas de las cuáles ya tenía respuestas?¿Para confirmarlo? No, la sociedad en la que crecí ya me había convencido de quién yo era y de mi valor como persona y lo que más quería era huir de ese pasado y esa verdad. Pero un día se me presentó la oportunidad de pertenecer a otra verdad, a otra realidad, a otra “casta”. En vez de ser hija de villera, podía ser hija de una revolucionaria que luchó por un mundo mejor y más justo. Una guerrera que cayó en manos de los militares, mientras peleaba por los derechos humanos. Entonces de ser así, en mis venas correría una sangre totalmente diferente. Y mis genes serían valientes y transgresores. Yo, la hija de una mártir, de una luchadora, de un símbolo de la verdad! Y cómo es que le dí una oportunidad a esta teoría? Fue más o menos así: Un día nos invitaron al casamiento de la hija de una amiga de mi mamá. Debe de haber sido en el 2001. Esta hija que se casaba iba al mismo colegio que yo pero era unos años más grande. No entendía bien porque nos habían invitado. Esta pareja amiga de mi mamá y mi papá no se nombraban mucho en mi casa. No era de esas parejas con las que mis padres salían a cenar frecuentemente, o hacer deportes, ni con las hijas de ellos teníamos mucho contacto. Así y todo siempre sentí que había una conexión importante con ellos, que eran gente especial para mi mamá y mi papá. Lo que sí sabía era que gracias a ellos, mi mamá se había enterado de que yo estaba en adopción en lo de un médico. Y que gracias a ellos me pudieron ir a buscar. Nada más. Siempre me pareció un dato trivial. Nada que llamase la atención, hasta después del casamiento. Llegamos al lugar, quedaba en zona norte de Buenos Aires, en el mismo lugar donde a veces íbamos con el colegio a hacer deporte. Fui con mi papá, mi hermano y mi novio en ese momento. Mi mamá no fue, no recuerdo porque. Debe de haber sido algo importante, debe de haber estado de viaje, porque sino no se lo perdería, a mi mamá le encantaban las fiestas, ver cómo se vestía la gente, ver que comida servían, como se veía la novia. Y aparte, mi mamá realmente quería a los padres de esta chica que se casaba. Bueno por la razón que fuera, mi mamá no estaba ahí. Yo me acuerdo que tenía un vestido negro de una tela que brillaba, un vestido barato y cortito que encontré en alguna tienda. Mi papá, mi hermano y mi novio, traje, como corresponde. Cuando llegamos a la recepción era como cualquier casamiento. Gente feliz charlando, brindando, todo muy elegante, siguiendo las normas de zona norte. Lo único que llamaba la atención eran los hombres uniformados. ”Que ridículos” pensé “hasta en este momento tienen que ponerse eso? No se pueden relajar un poquito?” Esos uniformes, con esos sombreros, sables o espadas, eran realmente necesarios? Parecían disfraces. Me reí y no pensé más en eso. La noche transcurrió como cualquier otro casamiento. Seguro que la pasamos bien y comimos rico, la verdad ya ni me acuerdo. Los detalles se hacen muy borrosos con el tiempo. Sobre todo porque lo que pasó al día siguiente se robó toda mi atención. El día en que toda la narrativa sobre mi origen se cambió. Era domingo, y mi novio como era de costumbre pasó por mi casa. Era mi primer novio, y por suerte mi mejor amigo. Una persona sensata, tranquila e inteligente, todo lo contrario a mi familia. Él estudiaba administración de empresas y también venía de una familia de clase media, pero bastante más funcional que la mía. Yo me pasaba casi todos los fines de semana y las vacaciones con ellos. Eran como mi segunda familia. Ese domingo mi novio dijo de ir a caminar, así que fuimos a dar una vuelta cerca de casa. Se lo veía preocupado, me dijo tenía algo que decirme.Vi que le costaba verbalizarlo, algo le estaba pesando. Su familia era de esas que se contaban cosas en la mesa. Se hablaba de cómo había sido el día. Se hablaba y se opinaba. No como en la mía, donde sólo eran gritos, insultos, decepción y burlas. Ese domingo en el desayuno, su papá le preguntó cómo había sido el casamiento y él le contó sobre los hombres uniformados. Entonces su papá sacó una conclusión que talvez yo hubiese sacado también si hubiese tenido más en claro la historia argentina: “Natalie, no será hija de desaparecidos?”. Le costó contármelo. Sabía que si abría esa puerta, lo único que había del otro lado era dolor. Y tenía razón A partir de ese día nunca tuve paz. Era tan obvio. Sentí como si la historia de todo el país de repente colgase de mis espaldas. Lo único que podía hacer a partir de ese momento era acercarme a Abuelas de plaza de Mayo. Tomó unos meses, pero fui. No recuerdo bien la fecha, pero sé que fue antes de mudarme a Suecia el 9 de junio del 2002 y después de la violación que sobreviví el 7 de agosto del 2001. El día que me presenté a Abuelas de Plaza de Mayo me acuerdo que parada en frente del edificio, me temblaban las piernas. Estaba muerta de miedo, pero fui igual. Y así fue cómo esta búsqueda se inició. De repente yo podía ser otra persona. De repente yo era una persona especial, el bálsamo que podría sanar las heridas de una nación. La representación en vida de que la verdad no se puede matar, ni enterrar, ni hacer desaparecer. Y así, y durante un tiempo pasé a tener genes nuevos. Durante un tiempo, pude ser otra.